Soneto
Llegaste, inesperada, hasta mi espejo
y en el azogue de su brillo frío
sentí latir tu corazón. Y el mío
se encendió de color por tu reflejo.
El sentimiento confluyó parejo
y en la esperanza nueva de mi estío
se fundieron las gotas de rocío
que ya me acompañaban en cortejo.
Pero tu imagen se asomó a la luna
del bruñido cristal. Y vi quien eres:
rubí de mis desvelos y laguna
en donde nadan libres pareceres.
Y te has quedado aquí, como ninguna,
trocando brumas en amaneceres.