Irene no podía dar crédito a lo que estaba ocurriendo, pensó muchas veces que lo que vivía era sólo una pesadilla y en que abriera los ojos todo desaparecería y Leo volvería a casa, como cada noche, pero en el fondo se estaba engañando.
Aquello era demasiado real como para ser un sueño.
El médico que había atendido a su marido le aconsejó que no viera el cadáver y lo recordara en sus mejores días.
El violento golpe que había sufrido en la cabeza al caer al barranco le había fracturado el cráneo y la esperanza de vida en esos casos, era siempre muy poco probable.
No se extendió en explicarle las posibles lesiones internas porque ya no tenía sentido, había dejado de existir y su cuerpo yacía inerte bajo una sábana a la espera del forense.
Leo estaba muerto, se decía una y otra vez con desesperación.
Tuvo que ir al depósito de cadáveres, rota de dolor como estaba a las pocas horas, para firmar unos papeles y posiblemente allí alguien le daría más datos de aquel fatal accidente.
Hacía frío en las neveras donde guardaban los muertos, mucho frío, pero era preciso hacer aquella diligencia y comprobó que alguien más esperaba el informe del forense en aquel sórdido pasillo.
Un joven de unos treinta años, padre de un niño de corta edad se presentó ante Irene, como el esposo de la acompañante de Leo.
Él había identificado a su mujer hacía un rato y estaba hundido, sabedor de su muerte y de su infidelidad.
Irene le dio el pésame con mucha correción y aunque ambos supieron de esa trágica manera el affaire de sus parejas, evitaron analizar juntos esos "porqué", puesto que ya daba lo mismo.
Ella amó siempre a Leo y su viaje a Holanda no cambiaba en nada su sentimiento por su marido y además nadie sabría nunca nada de Samuel.
Los días siguientes fueron dolorosísimos para Irene, muchos amigos, vecinos, familiares y compañeros de trabajo, le dieron el pésame entrañable, cuando le dió el último adiós antes de incinerarlo.
Pasaron los años, uno, dos ... hasta ocho en la vida de Irene, su dolor siguió con ella durante mucho tiempo, a la par que sus hijos iban creciendo sanos y felices.
Trató de salir a flote cada día, seguía siendo aquella mujer esbelta y atractiva y algún caballero que otro le había invitado a cenar, al teatro o a tomar una copa.
Ella siempre declinaba cortésmente, para dedicarse a sus hijos en cuerpo y alma, a su trabajo y a tratar de recomponer su corazón destrozado.
Uno de entre ellos, un cliente adinerado, elegante y muy educado, insistía una y otra vez en sacarla de su encierro y ella, mirándose al espejo con cierto aire melancólico se dijo:
- Algún día tendrás que aceptar su invitación, Irene ... algún día ... más adelante.
Ocho largos y penosos años, día por día, hasta hoy.
Ocho años de viudedad y unos días más del adiós de Samuel.
Leo salía en coche de un Motel de carretera, donde habían pasado toda la tarde con aquella mujer; ambos habían bebido alcohol o quizá se distrajeron un instante y el coche se saltó la curva a gran velocidad y se precipitaron al vacío, sin poder evitarlo.
Aquella situación hizo que algo en su interior se resquebrajara y el amor que sentía por su marido se esfumara en un instante.
Trató de arrancar de su interior la capa de dudas, rencores y malos recuerdos y por fin se sentía libre de fantasmas interiores.
Tenía deseos de volver a vivir y luchar por darle un futuro digno a sus hijos que nunca le habían fallado. Por ellos remontó día a día y segundo a segundo.
Sola, en una tarde de lluvia fina en la primavera de Oviedo, Irene se dirigió a la cocina para hacerse un té.
Sus hijos habían salido al cine a ver un estreno con sus amigos y ella como siempre se quedó en casa. cómodamente.
Mientras la tetera tomaba el calor suficiente, ella se quedó mirando una quesera con tapa transparente, de queso Edam y le apeteció comer un pedacito y saborearlo distraidamente.
Aquel sabor, único y de añoranza ... a Holanda, a Samuel, a los dos juntos allí, le hizo formularse una pregunta:
- Si Samuel te invitase a salir ... ¿qué harías?.
Se sorprendió a sí misma sonriendo por primera vez en mucho tiempo, contestándose en voz alta:
- ¡Si volviera a encontrar a Samuel, le abrazaría, me lo comería a besos y no lo dejaría escapar!.
Se ruborizó de su reacción y admitió que era un ser maravilloso, que le hubiera encantado pasar el resto de su vida a su lado.
- ¡Pobre Samuel, ¿qué habrá sido de él?. Le traté fatal en el aeropuerto ... ojalá que todo le haya ido bien y me haya perdonado!.
Con su té humeante se sentó en la mesa de la cocina y abrió el periódico tranquilamente.
Un anuncio a todo color de Holanda, con fotos a todo color del país ella conocía bien, curiosamente ofrecía un viaje para Semana Santa, con idéntico recorrido y el mismo hotel.
La piel de Irene se estremeció por entero y su corazón latió más deprisa.
¿ Sería un presagio de algo o quizás aún no había asumido que nunca más volvería a verlo?
Continuará ...
Yo lo hubiera reservado al instante, sin dudarlo ni un sólo segundo. Claro que yo tampoco hubiera dejado escapar a Samuel en el aeropuerto.
ResponderEliminarBesos
Haber coversemos sinceramente,¿porque decidiste ??????????? y ahora ¿que¿ y ¿porque?. besos
ResponderEliminarDolor de corazón, recuerdos buenos y malos y mucha nostalgia han ocupado la mente de Irene los últimos años.
ResponderEliminarAhora está en un momento crucial de su vida, tiene que olvidar definitívamente su quimera y reanudar la vida con una nueva relación.
¿Que habrá sido de Samuel?
Seguimos esperando el desenlace.
Saludos.
Salvador
Una vez llegada al lugar de los hechos, como en una pesadilla y ella estuviera fuera del sitio fueron pasdando escenas que marcarían su vida para siempre. Sentía rabia, dolor y angustia. Rabia por cerciorarse de que el engaño de Leo era real. Dolor por que muy a su pesar habían arrancado de cuajo un trozo muy importante de su vida. Angustia por que fue a renglón seguido de su llegada del viaje, y... no poder decirle en la cara todo lo pasado para que ambos pudieran darse una segunda opurtunidad. Decirle en la cara su rabia y desengaño y lo que habia hecho ella sin que él hiciese nada por solucionarlo. Confesar su culpa y darse la satisfacción de verlo sufrir como hacía mucho tiempo que lo hacía en silencio. Después vinieron los trámites,duros y dolorosos, pero necesarios. Una vez empezó su vida de nuevo se sumió ennuna apatia y depresión que le duró ocho largos años,durante ese tiempo fue una muerta en vida a expensas de los avatares de la vida volcada en su trabajo y sus hijos pero encerrada en si misma por ese sentido de culpabilidad que la atenazaba. Hasta ese día que encontró un folleto de semana santa ¡ Un viaje a Holanda,el mismo,idéntico. El corazon le dió un vuelco.Recordó a Manuel de una manera vívida,real casi tangible. El corazón se le desbocó ¿Cómo estaría? ¿Qué habría sido de él?.Mirando el folleto recordó segundo a segundo cada momento.¿Iría a Holanda?.¿Tendría fuerzas para enfrentarse a su destino. Una dulce sensación la ahogaba,encontradas emociones bullían en su corazón. Demasiados sentimientos... Mchacha además sabes darle ese halo misterioso de todo buen relato. No nos tengas en ascuas
ResponderEliminarMe he puesto al día de la historia de Irene y Samuel y te confieso que en algún momento se me ha erizado la piel y me ha cogido un nudo la garganta...
ResponderEliminarImpaciente para la proxima.
Besos grandes.
PD: Feliz 2012, Inés.Cruzo los dedos para que entre el comentario:))
Hola mi querida Inés, aunque paso poco por tu casa, pues el tiempo no lo tengo, me acuerdo de ti y te dejo humildemente un beso de ternura
ResponderEliminarSor.Cecilia