Samuel, como siempre hacía en estos casos, mandó en un mensaje de móvil a su hija, la hora de llegada de su vuelo y acordó con ella que no era necesario que se desplazara al aeropuerto.
Tenía ansias de llegar a su casa, saber que todo estuvo bien en su ausencia, comprobarlo con sus ojos y al mismo tiempo, todo eso le alejaba de la magia de aquellos días tan especiales que pasó con Irene.
Cruzó el umbral de su hogar y apareció en el vestíbulo la parlanchina asistenta que cuidaba a su esposa, Laura.
Había una cierta distancia en su trato y desde el principio trató de usted a los señores, pero ello no le impedía preocuparse discretamente por todo lo que acontecía en la casa, incluido el viaje del señor.
Así pues, la asistenta le preguntó directamente, antes de darle noticias de los detalles caseros acontecidos días atrás, que seguramente estarían ya resueltos por ella.
- ¡ Hola don Samuel !, ¿ qué tal su viaje?, espero que sin novedad hasta la presente.
Samuel le respondió enseguida, mientras dejaba su maleta en el suelo, a un lado.
- Todo muy bien, gracias... ¿ y la señora ?.
La asistenta cerró la puerta y hablaba y hablaba sin parar, mientras Samuel dejaba las llaves de la casa en un cajoncito, donde solía tenerlas localizadas.
- Don Samuel, estos días no han parado las visitas a doña Laura. Yo creo que demasiada gente para mi gusto. A ratos la encontraba mareada con tanto trajín y no recordaba los nombres de sus amigos, pero otras veces la vi bastante bien, incluso sonreía.
Tienen suerte ustedes de tener tantos amigos . Entre todos hemos cuidado muy bien de su esposa.
La asistenta estaba orgullosa de su trabajo y cuidaba con ternura a Laura, para que no le faltara de nada, a sabiendas que, a veces era una niña dócil en sus manos, pero quería a esta familia y su trabajo iba más allá de sus obligaciones. Laura podía ser su hermana o su prima, no hubiera sido distinto ni menor, el cariño que ponía en su labor.
Samuel lo sabía y por ello la mantuvo en casa, al cuidado del ser que mas quería en el mundo, Laura.
Tenía muchas ganas de ver a su mujer, la adoraba y la encontró como siempre, sentada ante un gran ventanal, con su blanca palidez, quizás más delgada de lo que debiera estar.
Seguía brillándole el cabello cuando los rayos de luz se colaban entre sus mechones, de una manera especial, como también lo era encontrarla suavemente maquillada, como si estuviera lista para salir.
Era bella, de eso no había ninguna duda y más si se centraba en sus ojos color miel, fue lo primero que atrajo a Samuel aquel bendito día que la conoció.
Él los alabó miles de veces, diciéndole que eran únicos y maravillosos y que le gustaba mucho mirarse en ellos.
Laura le habló a Samuel y le preguntó:
-¡ Samuel !, ¿ dónde estabas ?. La nena me ha dicho que vendrías hoy y me ha puesto guapa antes de irse a la Universidad. Estos días ha venido mucha gente a casa, pero no te veía a ti ...
Él la miró con ternura, besó su frente y tomó sus suaves manos entre las suyas. Le dijo que había ido de viaje y que le traía un regalo muy bonito.
Laura pareció sonreír y preguntó:
- ¿ Un regalo para mí ?- palmoteó como una niña,- ¡ a ver, a ver !.
Abrió la cajita con manos temblorosas. El interior estaba forrado en terciopelo negro y relucía una fina cadena, en oro rosa. El colgante que de ella pendía, era un rectángulo con brillantes clavados, asemejando a la clara luz de la tarde sevillana.
El rostro de Laura se iluminó al ver la pequeña joya y ello complació mucho a Samuel. Quiso que él se la pusiera, como hacía siempre, mientras ella despejaba el cabello de su nuca.
Repetía una y otra vez: - ¡ qué bonito !, ¡ qué bonito es !.
De pronto, la luz de los ojos de Laura bajó su intensidad, como cuando el sol se oculta en el ocaso de la tarde, lentamente y se perdió en la lejanía de sus sueños, donde se pasaba horas y horas, en ese lugar que era sólo suyo.
Era entonces cuando se quedaba inmóvil y en silencio.
Samuel conocía estos cambios súbitos y ya no se desesperaba, muy al contrario, seguía acariciando sus manos con ternura. Entonces fue cuando comprendió que era cierto lo que Irene le dijo. Se debía a Laura, en cuerpo y alma.
Una punzada amarga en el corazón, le llevó a pensar que aquella mujer había sentido realmente algo por él y que habría sufrido mucho, al decirle aquellas últimas palabras tan duras.
Irene era una mujer muy valiente y había sabido llevar el tema con inteligencia, de eso no le cabía la menor duda.
Suspiró profundamente y trató de imaginar cómo habría sido un encuentro con ella, si ambos hubieran sido libres. Quizá en ese caso, ni se habrían encontrado.
Recordó y paladeó una frase anónima que le vino a la cabeza:
" Más vale sufrir por haber perdido un gran amor que no haber amado nunca" .
Samuel la había amado, amaba en presente a Irene, sin dejar de amar a su esposa y guardaría en su memoria tan bellos recuerdos, como uno más de sus preciados tesoros.
Su corazón era tan grande que le cabían dos amores de mujer, la madre de sus hijos, su compañera y amiga y el amor nuevo que sentía por Irene, aunque la vida les había separado irremediablemente.
- ¡ Bendita Irene!, - pensó Samuel-, lo único que deseo es que sepas manejar tu problema y tu esposo te trate como mereces. ¡ Te deseo mucha suerte, donde quiera que estés...!.
Samuel besó con ternura la frente de su esposa Laura y le dijo al oído:
- Amor mío, por fin hemos hecho el viaje a Holanda que habíamos planeado hace tanto tiempo.
Continuará ...