19.12.11

* Contrapunto ( 11 ) *




Samuel, como siempre hacía en estos casos, mandó en  un mensaje de móvil a su hija, la hora de llegada  de su vuelo y acordó con ella que  no era necesario que se desplazara al aeropuerto.
Tenía ansias de llegar a su casa, saber que todo estuvo bien en su ausencia, comprobarlo con sus ojos y al mismo tiempo, todo eso le alejaba de la magia de aquellos días tan especiales que pasó con Irene.
Cruzó el umbral de su hogar y apareció en el vestíbulo la parlanchina asistenta que cuidaba a su esposa, Laura.
Había una cierta distancia en su trato y desde el principio trató de usted a los señores, pero ello no le impedía preocuparse discretamente por todo lo que acontecía en la casa, incluido el viaje del señor.
Así pues, la asistenta le preguntó directamente, antes de darle noticias de los detalles caseros acontecidos días atrás, que seguramente estarían ya resueltos por ella.
- ¡ Hola don Samuel !, ¿ qué tal su viaje?, espero que sin novedad hasta la presente.
Samuel le respondió enseguida, mientras dejaba su maleta en el suelo, a un lado.
- Todo muy bien, gracias... ¿ y la señora ?.
La asistenta cerró la puerta y hablaba y hablaba sin parar, mientras Samuel dejaba las llaves de la casa en un cajoncito, donde solía tenerlas localizadas.
- Don Samuel, estos días no han parado las visitas a doña Laura. Yo creo que demasiada gente  para mi gusto. A ratos la encontraba mareada con tanto trajín y no recordaba los nombres de sus amigos, pero otras veces la vi bastante bien, incluso sonreía.
Tienen suerte ustedes de tener tantos amigos . Entre todos hemos cuidado muy bien de su esposa.
La asistenta estaba orgullosa de su trabajo y cuidaba con ternura a Laura, para que no le faltara de nada, a sabiendas que, a veces era una niña dócil en sus manos, pero quería a esta familia y su trabajo iba más allá de sus obligaciones. Laura podía ser su hermana o su prima, no hubiera sido distinto ni menor, el cariño que ponía en su labor.
Samuel lo sabía y por ello la mantuvo en casa, al cuidado del ser que mas quería en el mundo, Laura.
Tenía muchas ganas de ver a su mujer, la adoraba y la encontró como siempre, sentada ante un gran ventanal, con su blanca palidez, quizás más delgada de lo que debiera estar.
Seguía brillándole el cabello cuando los rayos de luz se colaban entre sus mechones, de una manera especial, como también lo era encontrarla suavemente maquillada, como si estuviera lista para salir.
Era bella, de eso no había ninguna duda y más si se centraba en sus ojos color miel, fue lo primero que atrajo a Samuel aquel bendito día que la conoció.
Él los alabó miles de veces, diciéndole que eran únicos y maravillosos y que le gustaba mucho mirarse en ellos.
Laura le habló a Samuel y le preguntó:
-¡ Samuel !, ¿ dónde estabas ?. La nena me ha dicho que vendrías hoy y me ha puesto guapa antes de irse a la Universidad. Estos días ha venido mucha gente a casa, pero no te veía a ti ... 
Él la miró con ternura, besó su frente y tomó sus suaves manos entre las suyas. Le dijo que había ido de viaje y que le traía un regalo muy bonito.
Laura pareció sonreír y preguntó:
- ¿ Un regalo para mí ?- palmoteó como una niña,- ¡ a ver, a ver !.
Abrió la cajita con manos temblorosas. El interior estaba forrado en terciopelo negro y relucía una fina cadena, en oro rosa. El colgante que de ella pendía, era un rectángulo con brillantes clavados, asemejando a la clara luz de la tarde sevillana.
El rostro de Laura se iluminó al ver la pequeña joya y ello complació mucho a Samuel. Quiso que él se la pusiera, como hacía siempre, mientras ella despejaba el cabello de su nuca.
Repetía una y otra vez: - ¡ qué bonito !, ¡ qué bonito es !.
De pronto, la luz de los ojos de Laura bajó su intensidad, como cuando el sol se oculta en el ocaso de la tarde, lentamente y se perdió en la lejanía de sus sueños, donde se pasaba horas y horas, en ese lugar que era sólo suyo.
Era entonces cuando se quedaba inmóvil y en silencio.
Samuel conocía estos cambios súbitos y ya no se desesperaba, muy al contrario, seguía acariciando sus manos con ternura. Entonces fue cuando comprendió que era cierto lo que Irene le dijo. Se debía a Laura, en cuerpo y alma.
Una punzada amarga en el corazón, le llevó a pensar que aquella mujer había sentido realmente algo por él y que habría sufrido mucho, al decirle aquellas últimas palabras tan duras.
Irene era una mujer muy valiente y había sabido llevar el tema con inteligencia, de eso no le cabía la menor duda.
Suspiró profundamente y trató de imaginar cómo habría sido un encuentro con ella, si ambos hubieran sido libres. Quizá en ese caso, ni se habrían encontrado.
Recordó y paladeó una  frase anónima que le vino a la cabeza:
" Más vale sufrir por haber perdido un gran amor que no haber amado nunca" .
Samuel la había amado, amaba en presente a Irene, sin dejar de amar a su esposa y guardaría en su memoria tan bellos recuerdos, como uno más de sus preciados tesoros.
Su corazón era tan grande que le cabían dos amores de mujer, la madre de sus hijos, su compañera y amiga y el amor  nuevo que sentía por Irene, aunque la vida les había separado irremediablemente.
- ¡ Bendita Irene!, - pensó Samuel-, lo único que deseo es que sepas manejar tu problema y tu esposo te trate como mereces. ¡ Te deseo mucha suerte, donde quiera que estés...!.

Samuel besó con ternura la frente de su esposa Laura y le dijo al oído:
- Amor mío,  por fin hemos hecho el viaje a Holanda que habíamos planeado hace tanto tiempo.


Continuará ...




 




14.12.11

* Contrapunto ( 10 ) *



Irene vaciló un instante, dio un paso atrás y puso la mano sobre la frente de Samuel diciendo:
  - No... Samuel, no, gracias pero no. Lo que ocurrió ayer por la noche, sólo fue una trampa que nos tendió el destino. Los dos caímos torpemente en ella, sabiendo que no hay un futuro para nosotros, entiéndelo .
Prolongar esta situación sería muy complicado y haríamos un daño enorme a nuestras familias.
No quiero que pienses que soy una aventurera de una noche, que se encapricha de un hombre y lo posee,  porque no es así de ningún modo. Te juro eres el único hombre de mi vida con el que he estado, aparte de mi marido.
Pero no... no nos engañemos, tu estuviste con Laura y yo con Leo, aunque fuera a través de  la otra persona.
Ni tu ni yo planeamos lo que sucedió,  fue maravilloso, nunca lo olvidaré, créeme Samuel,  pero esto debe terminar aquí y ahora mismo. 
Sinceramente creo que  los dos tenemos problemas de pareja graves; el tuyo no tiene solución aparente, al menos de momento y en mi caso las soluciones serían, sin duda alguna perjudiciales para mis hijos a los que adoro más que a mi vida, tú lo sabes.
Tenemos que seguir con nuestras vidas,  justo en el punto que las dejamos, nos debemos a ellos y así ha de ser.
Samuel eres un ser increíble y yo... te deseo toda la felicidad que mereces, pero yo no puedo dártela.
Adiós... he de irme ya. Me esperan...no me retengas, por favor y trata de entender todo esto.
Irene se giró sobre sus talones con el gesto demudado, aparentando toda la fortaleza y seriedad que requería tan trágico momento y echó a andar con ligereza, sin volver la vista atrás y desapareció de la vista de Samuel.
No quería en modo alguno que él viera cómo las lágrimas resbalaban ya por sus mejillas.
Él la siguió con la mirada, derrotado y paralizado, como un niño desvalido, sabiendo que no podía sino conformarse. Irene había sido tajante y correr tras ella no tenía objeto, apesadumbrado fue caminando lentamente al lugar donde embarcaría en un rato.
Se sintió como si de pronto veinte años le hubieran caído encima todos de golpe. Toda la pasión y la ternura de la noche anterior habían sido sólo un sueño maravilloso y lo recordaría durante mucho tiempo.
Irene enjugó sus lágrimas con un pañuelo y volvió atrás para mirarle  una última vez, sin que él la viera.
" Pobre Samuel ", pensó sin contener sus sollozos.
"Es el hombre más maravilloso que existe y yo le he tratado con una dureza que no merecía. Sólo espero que la vida le trate bien y que algún día entienda  que yo no tengo otra salida y entonces me perdone de corazón. ¡No... no puedo hacer nada...nada! ".
Trató de serenarse, respiró hondo , sacó un espejito del bolso y recompuso su maquillaje, nadie debía verla así, ni antes de subir al avión, ni por supuesto cuando llegara a su destino.
Tenía el tiempo del vuelo para tranquilizar su congoja  y cambiar a una actitud de haberlo pasado muy bien.
Pero cómo hacer para olvidar...si tenía todo tan reciente.
¡Cómo olvidar... si no quería!.

Continuará ...




 



12.12.11

* Contrapunto ( 9 ) *






Samuel reposó su nuca en el respaldo del asiento del autobús  y cerró levemente los ojos, como si pretendiera que el tiempo se detuviera para siempre, al lado de aquella mujer tan extraordinaria.
- Irene... ¿ porqué eres tan bonita?- se dijo interiormente, mientras acariciaba su mano con delicadeza.
No necesitaba más respuesta que sentir su tenue fragancia. La había memorizado con deleite durante estos días tan especiales para él, cuando fueron aproximandose el uno al otro.
El autobús les conducía de regreso al hotel, había sido su última excursión juntos y el final de todo con ella se iba acercando lentamente.
Las manecillas del reloj de Samuel marcaban las siete de la tarde y en un rato cenarían en el hotel. Posiblemente harían una sobremesa  tras la cena, para compartir sus últimas confidencias o tal vez Irene se despediría de él, para desaparecer por el corredor que conducía a las habitaciones, como noches anteriores.
Todo podía pasar aún o tal vez nada...
De lo que estaba seguro era de la inquietud interior que recorría su pecho, casi hasta dolerle dulcemente, pero no dijo nada y suspiró abriendo los ojos.
Habían llegado a la puerta del hotel y Samuel salió de su ensueño, mientras Irene le sonreía aún sentada en el asiento. Parecían apurar hasta esos últimos instantes en el autobús y dejaron que los demás viajeros fueran saliendo uno a uno, hasta que el pasillo se quedó vacío.
Él bajó primero y esperó a que Irene descendiera, preocupándose de que sus pasos fueran seguros. Era muy galante y esa actitud  le resultaba natural desde siempre.
La cena fue frugal, tampoco tenían demasiado apetito y una vez acabada, Samuel se dirigió al tresillo de sus charlas deliciosas e Irene le siguió sin decir nada. Parecía preocupada por algo y él supuso que le contaría qué pensamiento le inquietaba una vez se acomodaran a charlar.
Pero no fue así. Irene no se sentó junto a él, sino que tomó su mano y tiró de él, para que se levantara. Samuel entendió enseguida la sonrisa cómplice de Irene y se dejó llevar dócilmente por ella hasta su habitación, iluminada tan sólo con el resplandor que entraba de las luces de la calle.
La luz permaneció apagada, no hubo necesidad de hablar nada, estaban solos los dos, frente a frente, como un hombre y  una mujer.
Comenzó un juego de besos y caricias, mientras las ropas de ambos iban cayendo desordenadas en un sillón, una sobre otras.
Se besaron  y abrazaron con urgencia en la penumbra de la noche, una y otra vez.
El contacto de sus cuerpos desnudos desencadenó una atracción irresistible y los diques de la prudencia se rompieron al instante.
Sus voluntades quedaron anuladas y se dejaron envolver en una nube de deseo, añoranza y lujuria, sobre un lecho que sería testigo mudo de su éxtasis desbocado.
Fue una noche larga, de entrega y posesión mutuas, de confidencias a media voz y de caricias tiernas y nuevas. No hubo limites ni freno y en los momentos culminantes de pasión, ella le llamó Leo y él le llamo a ella Laura, pero no les importó en absoluto.
Un tratado ancestral dice que un encuentro de amor perfecto, es aquel  en que debe completar las tres uniones de la felicidad celestial.
La primera es  " el fuego de la pasión ", es intensa, profunda y urgente. Es ansiosa y egoísta. Cada uno posee al otro por su propio placer, dando rienda suelta al deseo para alcanzar el clímax.
La segunda es la de " la sabiduría del amor ", en la que el otro explora, acaricia y besa todo el cuerpo del otro, reconociendo los puntos más sensibles, para llevarlo al éxtasis. Es pausada, altruista y contemplativa. Representa la entrega generosa al placer del otro.
La tercera es " la ternura sublime ", es la unión reposada, los movimientos se ralentizan con suavidad, las caricias se multiplican y los besos, juegos y confidencias al oído son las protagonistas. Ambos ofrecen todo su cariño y siguen su unión hasta el momento en que, agotados en su completa conexión, son vencidos por el sueño.

Bien entrada la madrugada, Samuel se vistió y abandonó la habitación de Irene, sin hacer ni un ruido, para no despertarla.
El ultimo día en Holanda, había llegado lamentablemente para Irene, Samuel y los demás viajeros del grupo. Harían el ultimo desayuno en el restaurante del hotel, antes de desplazarse al aeropuerto.
Casi no hablaron, ella estaba muy seria y se había puesto unas gafas de sol.
Samuel tenía un aire taciturno y su cara reflejaba el cansancio lógico de la noche anterior y  el de no haber dormido bien.
En el avión, a mitad de trayecto, las azafatas ofrecieron unos catálogos de productos libres de impuestos, por si querían obsequiar a quienes les esperarían a su llegada, puesto que los demás regalos iban dentro de sus equipajes.
Samuel eligió un objeto, que le fue entregado más tarde en un pequeño paquete de regalo y lo guardó en su bolsillo.
Irene estaba delante, en el mismo asiento que la trajo a Holanda.
Aterrizaron en Madrid y el grupo se despidió, puesto que tenían que ir a distintas puertas para tomar otro avión a sus ciudades respectivas.
Irene y Samuel se quedaron juntos un poco más, hasta llegar a la encrucijada donde sus caminos se separaban.
Él la contempló tiernamente y le ofreció el paquete que había comprado para ella.
- Irene, quisiera que aceptases este detalle, en recuerdo de un viaje maravilloso y sorprendente que nunca olvidaré. ¿ Me darías tu teléfono, Irene?.
Seguir en contacto ella y él, vivir esta locura maravillosa, sentir tanto, amarse...
Todo un reto para Samuel.


Continuará ...