11.6.12

* Adiós *



Llevo días completos, noches en blanco, amaneceres que no son agradables, no como los de entonces.
Muchas preguntas muerden mi razón sin descanso, hasta que me vence el sueño, del que no quisiera despertar.
Cuando duermo, mi memoria descansa de buscar señales en el pasado, aquellas que darían solución a mis dudas.
No comprendo nada de lo que ha sucedido y me duele.
¡Me duele mucho!.
Más de lo que imaginas, porque no tengo sino pesados silencios, ni un lugar donde encontrarte.
Quisiera mirarte de frente, clavarme en tus pupilas y preguntarte simplemente:
¿ Por qué, por qué, por qué?.
Todo fue un sueño del que no puedo despertar, porque la realidad hace que mi alma está en carne viva.
Me empujaste a un juego peligroso que no buscaba y  me dejé llevar por tus halagos.
Cometí una equivocación al  haber consentido entregarte mi corazón de amiga, sabiendo el daño tan inmenso que sentiría si fracasaba en el intento.
Todo se acabó de repente y me quedé vacía, sin palabras, sin una justificación tuya para mi consuelo.
Tenía necesidad y derecho a saber las causas de lo que pudo pasar por tu mente, pero hasta eso me negaste.
Mientras tanto yo te esperé, un día, dos...¡tantos!.

Te digo adiós.
Adiós para siempre.
Vete como quieres, sin reproches  y déjame con mis lágrimas amargas, con mi corazón entristecido por tu cobardía.
Sin mirar atrás sigue con tu vida, ya no eres parte de la mía.
Sin segunda parte de nada, sin perdón y con el olvido presuroso, de lo que no fue y pudo haber sido.

No me acordaré del daño que me hicieron tus mentiras, sino de lo feliz que te hice, cuando me las decías.

7.6.12

* Paseo * Autor: Joaquinito.




Entre los pasos dibujados esta tarde en mi paseo habitual, rodeado de hierbabuenas, lavandas, mentas, alguna amapola que otra, margaritas, de las amarillas y de las blancas, también manzanillas, tréboles blancos y malvas, dientes de un león presto al mínimo soplo para deshacerse en una difusión de vuelos níveos, una trémula bailarina contoneandose sobre sus delicadas patitas, la aguzanieves, me avizoraba de reojo ahora y del otro lado después. Y margaritas lilas, espolvoreadas aquí y allá.
Abrazándome al paso el olor de romeros, oréganos, hinojos y hierbabuenas. Me alegraban, asimismo, los cantos de pájaros de conservatorio, jilgueros, verderones y verdecillos, entremezclados con los chillidos bullangueros y comediantes de los chocarreros gorriones de la calle del Olvido y la Desmemoria. En una jaula, un canario parecía declamar más que cantar, con cuidada parsimonia y magnificencia, el solfeo de escolanía del más alto nivel que él dominaba. Artificiosa ampulosidad ejercida sin mayor denuedo, melindre canoro incluso podría pensarse.
Iba llenando los ojos, dejando atrás los tatuajes de mis zapatillas en la arena, con los amarillos de los mohínos o santimonias, de los piornos o retamas y hasta de las coles, salpicados aquí y allá de rojos de los rosales domesticados. De rosas, amarillos, blancos y fucsias de más flores de bien y mejor nivel.
Empapado en mi recorrido de fragancias de lavandas, de quedos y restantes azahares de algún que otro limonero repleto de amarillos y de naranjos verdes, aún moteados de naranja, de alhelíes, azucenas, calas y entremedias, el jolgorio vespertino de treinta y un mil seiscientos veintitrés grillos que interpretaban al unísono, no sé si una mazurca o una chirriante sinfonía mal ensayada. Respetando, en silencio, el paso y traqueteo de mis pisadas y pensamientos, para continuar amenizando su verbena particular, poco más allá de que yo me había ido.
Mirlos, palomas, una abubilla, en franca decadencia, con una lombriz colgada de su pico, a modo de bigote de mariachi y pardillos próximos a viñas de hojas tiernas, algún modesto herrerillo, otro carbonero y un carpintero troquelando el bosquejo de la casa para su futura familia. Un solitario gladiolo escarlata saludaba mi paso, así como intensos jazmines y más rosas. De las rojas, de las blancas y de las otras. Flores olorosas, de fiesta y rústicas. Espesos y aromáticos laureles. Incluso vi lejano, un grupo de acacias, vestidas con extensas blusas blancas, venidas de un tiempo ya perdido. Hiedras tapizando muros sin la delicadeza del musgo, ni la elegancia de los deseos y sentimientos de los que manan tus escritos. Una solitaria mariposa blanca, apática, garabateaba su vuelo.
Llamaron mi atención los trinos engolados de un señor mirlo, posado en la rama de un manzano. Elegante, con su frac reluciente y el pico intensamente anaranjado, mientras alegraba melodioso la espera su compañera enclocada en el nido, como interpretando una romanza con ocarina. La tarde rebosaba de calor, luz y color.
Descansé un rato a la sombra de unos robles y me entretuve mirando a un abejorro que libaba meticuloso, los dedales de un grupo de chupamieles. Entraba y salía raudo, de flor en flor, con las patas enharinadas en polen. Un cuco cantó abúlico en la fronda, sin dejarse ver, indiferente, sabedor de que nunca nadie volará sobre su nido.
Me refresqué entretanto, desmenuzando unas hojas de hierbaluisa entre los dedos. Retrotrayéndome como de costumbre a la infancia, cuando la abuela me frotaba el pelo, la cara y el cuello con estas hojas para oler a mimo y a guapura, prestos a salir camino de la iglesia descontando las campanadas avisadoras del tiempo restante para el imicio de la señal de la cruz.
Unas tórtolas cuasi ronroneaban en unas ramas plenas de cerezas verdes, las más pizpiretas con los mofletes incipientemente arrebolados de colorete. Apenas dos docenas de pasos más allá, un arroyo anteayer torrente, canturreaba sin ganas un murmullo cada vez más leve y más escurrido, donde las ranas tomaban más el sol que los baños refrescantes.
Sobre un elevado barranco los brazos de las hiniestas, ceñidos por multitud de flores amarillas emulaban a los cohetes de las verbenas de nuestros pueblos cuando dejan tras de sí una estela luminosa, dorada, brillante.
Una hora después me vi sentado en una roca, contando las olas que venían y despreocupándome de las que se iban, sin reparar en el ruido que provocaba el agua, golpeando al internarse entre los recovecos que había en medio de las piedras.
Tres ánades reales se mecían indiferentes, marcando las distancias, mientras una pata llevaba tras de sí, de paseo y merienda a una guardería de 11 currillos piantes. Buceaba cerca un cormorán, desconfiado, en busca del papeo. En la arena de la playa varios vuelvepiedras rebuscaban pulgas entre el limo, más ostreros descansaban agrupados y una garceta con sus botines amarillos parecía no querer mojarse, mientras asaeteaba pececillos donde el agua empieza a ser salada.
Había dejado atrás enhiestos gamones, predios baldíos nevados de espondilios, capuchinas anaranjadas al borde del camino, caléndulas y también numerosas consueldas azules, minúsculas pero bellas. Bruñido céfiro untado del perfume de las trompetas blancas al caer la noche me pareció percibir tras el muro de una casa. Una gaviota se dejaba mecer, mientras se miraba la blancura de su plumaje en el espejo salado, sin apenas balancearse. También una garza, impasible el ademán, un ojo aquí y otro en el interior del agua somera, no sé si comía, descansaba a la pata coja o solo miraba.
Y reparé que flores, pájaros, hojas, aromas, aves, colores e ilusiones venían a mi encuentro para traerme noticias sobre ti. Que no me preocupase, ni mascullara tu ausencia de la tranquilidad de tu blog, semejaba que me decían.
Parece ser que hace días te vieron unas zuritas, que se lo habían contado a unas torcaces viajeras más arriba de Carcaboso. Una de éstas le comentó lo que había oído a un grupo de tórtolas pasado ya Guijuelo. Doña Cigüeña declaró que ni había escuchado nada ni iba de correveidile de nadie, ni en Benavente ni en La Bañeza. Una garza oyó algo a unos curros en Villafáfila y también en la Nava a unos tarros, pero no sabe a ciencia cierta a quien se referían.
Resumiendo que por lo que les entendí, lo estabas pasando de vicio en las fiestas y verbenas de la Córdoba alegre y dicharachera. La tacita de los patios hondos, floridos y frescos. Entre sones de guitarras, palmas y cantes jondos. A un tris de unos camellos que corrían desaforados según van cayendo las bolas en los agujeros mientras vociferaban " ¡ ...y otro jamón...y otro jamón ! desde los altavoces de una tómbola...." ¡ iiiiiiieeeeeeeeeeeekkkkkk...iiiiiuuuuuuuuuuiiiiiiiiiiiiiiiiiiii" atropellaban los oídos, los soniquetes estridentes de la bocina de una serpiente multicolor de cochecitos, trenes y más cachivaches. Niños que lloraban implorando una última vuelta más. Griteríos ensordecedores de jaranas múltiples y diversas. Algodones de azúcar. Almendras garrapiñadas. Vinos, manzanillas, sombreros cordobeses, vestidos repletos de lunares, peinetas y rebujitos. Y los euros mermando más que el agua bendita en tiempos de adviento.
¡ Qué alegría me llevé !. ¡ Qué tranquilidad y cuánta envidia, Inés !. ¡ De la buena !. ¡ Joía !.
Solo deseo que lo pases inmensamente bien, tanto como tranquilidad dejas cuando te leo.
Y así se me fueron las horas, el tiempo y el sol. Una barca a lo lejos ni se movía, diríase que fondeada. No corría el aire. Al igual que la gaviota, solo se miraba en el agua.

... Comeré sonrisas de tu árbol.


Youtube Amancio Prada Canción de Amor nº 2 racnauj