30.11.11

* Contrapunto ( 8 ) *




Irene no podía conciliar el sueño, estaba inquieta y con sensaciones contradictorias dentro de sí misma.
El silencio de parte de su marido, le hacía pensar que no le había gustado la idea de que hiciera ese viaje sorpresa a Holanda.
Ni el la llamó, ni ella hizo nada por ponerse en contacto con él en todos estos días.
Samuel era tan distinto a su marido que no podía evitar el  hacer comparaciones entre ellos.
La amistad surgida de modo espontáneo en ese viaje, el querer hacer juntos las visitas y las comidas les agradaba y se notaba.
Se sentía bien a su lado y no había nadie de su entorno, al menos aparentemente que pudiera conocerla. 
- ¡Sería mucha casualidad!, se dijo varias veces, aunque le tranquilizaba que su comportamiento con Samuel había sido correcto en todo momento.
No hizo falta advertirle nada, él tenía un saber estar exquisito y no era el típico ligón de viaje que aprovecha el momento. Quizá eso era lo que más le gustaba de él.
Pensó en hablarlo al día siguiente mientras desayunaran, para que no hubiera ningún malentendido por el abrazo que le había dado hacía un rato.
Se recreó inconscientemente en esas sensaciones que había experimentado, cuando se abandonó en los brazos de Samuel, en la sensación de paz que le inundó y en la ternura que sintió por parte de él.
El cansancio  acumulado acabó por llevarla a un sueño profundo, en medio de estos pensamientos.
Amaneció el cuarto día del viaje y había tanto por ver aún...
Volvió a coincidir en el desayuno en la mesa de Samuel y mientras apuraban el café, barajaron las propuestas de las excursiones y se decidieron por hacer una de ellas.
Los demás compatriotas ya habían elegido una visita programada hacía un buen rato, pero a ellos dos no les apetecía demasiado la idea y  decidieron desligarse del grupo.
Se pusieron en camino a Marken, una antigua isla de pescadores que, con el tiempo llegó formar parte del inmenso dique, delimitando uno de los dos mares interiores que bañan Holanda, el Marken meer.
Juntos y con buen ánimo se embracetaron para visitar las curiosas casitas de madera, donde les recibieron mujeres ataviadas con los trajes típicos de muchos colores.
Tomaron luego un barco hasta Volendam, un puerto turístico plagado de veleros dignos de admiración.
El sol se hizo presente, acompañando al típico vientecillo fresco que desordenaba el cabello y pensaron en comprar unos simpáticos gorritos de marinero parecidos a los de Popeye.
Parecían dos adolescentes persiguiéndose y escondiéndose uno de los dos, por aquellas callejas repletas de tiendas de recuerdos y cafeterías. Cuando el uno encontraba al otro y se abrazaban entre risas.
Caminaron  luego, ya más tranquilos de la mano y les apeteció tomar un aperitivo frente a la playa, para descansar un poco de tanta carrera y contemplar el maravilloso paisaje que tenían ante sus ojos.
Al regresar donde estaba aparcado el autobús Irene echó a correr por una calleja, Samuel la siguió con la mirada y vio que daba  la vuelta a la esquina y desaparecía.
El sonido de su taconeo cesó, él se quedó extrañado de que Irene no volviera,  estaba algo preocupado por saber cual era su juego. Podían perder el autobús y decidió ir a buscarla.
No estaría muy lejos, apenas habían pasado un par de minutos y fue a su encuentro. Al llegar a la esquina, ella le estaba esperando agazapada en un rincón, con la risa contenida y cuando la vio se tranquilizó.
Había sido una broma más de las de antes, con las que se habían reído tanto. Irene, de pronto le echó los brazos al cuello y le dio un breve beso en los labios, se separó un poco y soltó una carcajada al ver la cara de sorpresa que tenía Samuel, con aquel ridículo gorrito.
- ¡Estás para una foto!,  le dijo e Irene quiso salir corriendo de nuevo, pero Samuel la detuvo y la estrechó en sus brazos, diciéndole:  - No te voy a soltar hasta que me des otro. 
¿Otro qué?, preguntó ella, mientras le hacía un mohín coqueto con los labios. ¡Otro beso!, dijo él.
Pasó un instante de silencio entre los dos, se miraron muy fijamente a los ojos y se besaron de verdad, con pasión, profundamente, hasta quedarse casi sin aliento.
Recuperaron la compostura, sin decir nada y se apresuraron para no perder el autobús que les llevaría hasta Edam.
Esta ciudad tan deliciosa, con sus casitas con jardín, sus canales y sus barquichuelas les contempló paseando enlazados por la cintura y eligieron un restaurante para comer que parecía sacado de un cuento de hadas.
Degustaron toda suerte de platos, con nombres muy complicados de pronunciar, tratando de reconocer y comparar con los sabores que les eran algo más familiares.
Samuel probaba uno al azar  y le decía a Irene su parecer, mientras ella, probaba otro y bromeaba, pasándole una cucharada, para que degustara lo que ella estaba paladeando.
Fueron prudentes en lo que iban comiendo, sabedores que comer demasiado no era bueno y podían sentirse pesados después.
Un cálido café para dar por acabada aquella comida era siempre una buena idea y lo tomaron mirándose embobados a los ojos, en un ambiente mágico, lleno de ternura, cogidos de la mano.
Pagaron el importe de lo consumido y se dirigieron a una fábrica de queso.
Allí escucharon atentamente el proceso desde sus inicios, observando desde los rebaños de vacas y ovejas pastar tranquilamente en los prados, hasta el producto final,  listo para la venta al público.
Una especie de trineos de madera que eran conducidos por muchachos vestidos con sombreros de paja transportaban los quesos, de esta forma tan típica.
Compraron varias piezas de ese sabroso queso de bola, suave y tierno al paladar, el "Edam", con envoltura amarilla y al atardecer emprendieron el regreso al hotel donde se alojaban.
El día había sido precioso, intenso e interesante, lo comentaron muchas veces.
Algo había cambiado en el interior de Irene y Samuel, algo que sólo ellos dos sabían, nadie más.

Continuará ...












24.11.11

* Contrapunto ( 7 ) *






Irene sintió varias sensaciones  dentro de sí misma al contemplar a aquellas señoritas detrás de los cristales. Primero una pueril curiosidad, mezclada con  la lógica sorpresa por la picardía con que mostraban sus voluptuosos cuerpos a los viandantes. Luego una indignación creciente, como mujer que era, al escuchar los comentarios soeces de un grupo de hombres dirigidos a las trabajadoras del sexo, que no dejaban de sonreír tras los cristales del escaparate.
Samuel viendo que Irene estaba  muy nerviosa, le ofreció su brazo, en señal de protección y le dijo tuteandola: 
- ¡ Irene agarrate a mi brazo, conmigo nada te pasará!.
Ella accedió con gusto a refugiarse en él y decidieron perderse por las calles silenciosas y abandonar aquel singular espectáculo.
Irene se fue relajando poco a poco, mientras observaban a su paso los grandes ventanales de casas y familias viendo el televisor o cenando, sin inmutarse al ser contemplados por la pareja.
Samuel notó que ella estaba cómoda y se sorprendió de que ella se parara un momento y le diera las gracias emocionada. Mirándole a los ojos le tuteó también y en baja voz le dijo:
- ¡Samuel, gracias por sacarme de aquel horrible mercado de carne, es denigrante!.
Le acarició su brazo con la otra mano y dibujó en su boca una preciosa sonrisa, mientras le decía:- Eres todo un caballero, Samuel.
No se habló más del incidente en el paseo  que continuó por pequeños puentes, mientras contemplaban las luces, reflejadas en las plácidas aguas de los canales camino del hotel.

Instintivamente, se dirigieron al mismo tresillo de la noche anterior, pero ella se sentó esta vez a su lado, mientras se quitaba el abrigo de lana beige y lo dejó sobre el respaldo, junto con su bolso de piel marrón.
Irene puso su mano sobre la de él y le preguntó:
- Samuel, sinceramente...tú, como hombre...¿ te sentiste atraído por esas chicas?, ¿ harías el amor con una de ellas?.
Él puso su mano sobre la de ella y contestó:
- ¡Definitivamente no!.
Como varón que soy, una mujer apetecible puede atraerme sexualmente, claro que sí,  pero mi razón  me permite controlar esa atracción, anularla y seguir mi vida.
¿Sabes Irene...?. Me pregunto qué razones llevarían a esas mujeres a hacer eso, qué pensarán ellas mismas o sus familias del asunto. Alguna de ellas podrían ser mi hija, las había muy jovenes y me moriría de pena si mi propia hija, acabara de esa manera.
No creo en absoluto que ninguna de ellas tenga vocación de prostituta, por mucha libertad y derechos ciudadanos que haya aquí, en Holanda. Pienso más bien que lo hicieron por necesidad, por desgracia o inducidas por otras personas.
Irene, de pronto, entristeció el rictus de su cara y agachó la mirada, sus ojos se humedecieron y musitó entre sollozos:
- Sabes...Leo, mi esposo, hace tiempo que me es infiel, me quiere mucho sí..., es encantador con los niños, pero creo que tiene una enfermedad que le hace ser adicto al sexo. Estoy casi segura de ello...
Samuel, el protector de su siempre amada Laura, pasó su brazo sobre los hombros de aquella mujer vulnerable y llorosa y dejó que apoyara la cabeza sobre su hombro, en silencio. Ella necesitaba amparo y tomó las manos de él,  las necesitaba para seguir contándole su historia.
- Todo empezó con mi primer embarazo y por casualidad, me enteré de que tenía una aventura con una compañera de trabajo. Yo era tan ingenua entonces que pensé que él, tan guapo, tan fogoso y con tanto éxito entre las mujeres, necesitaba un desahogo que yo no podía darle en aquel momento, que sería sólo un capricho y volvería a mí.
Samuel dejó que hablara, parecía necesitarlo y ella prosiguió, algo más serena:
- ... Aunque tenemos relaciones íntimas frecuentes y muy satisfactorias para ambos, he visto sin querer cosas que me hicieron sospechar de él. Regalos que nunca recibí yo, facturas de hoteles, tickets de dos equipajes a su nombre, cuando volvía de un viaje de negocios.
Contraté los servicios de un detective privado, incluso le seguí a escondidas y... le vi. Mis ojos no me engañaban, Samuel. 
Sale con mujeres dispares, ejecutivas, camareras, secretarias, incluso con alguna amiga mía; casadas, divorciadas, solteras... Sé que no repite más allá de dos o tres citas con alguna de ellas, pero la lista se hace interminable y yo... callo y... sufro en silencio porque temo que nos abandone. Creo que sólo es por su adicción al sexo y que su único amor soy yo, pero tengo miedo que un día se enamore de una de ellas.
Samuel le escuchaba muy atento y sólo acariciaba suavemente las manos de Irene, en un gesto protector y respetuoso, como si de un hermano mayor se tratara.
Irene continuó con su confidencia:
- Hace un mes le vi con una chica muy joven, con pintas de drogadicta, me volví paranoica y me hice análisis de sangre, pensé que podía contagiarme alguna enfermedad. Afortunadamente todo salió negativo, pero no estoy tranquila y no sé si podré soportar esa situación mucho más, por mucho que me engañe a mí misma.
Por eso, Samuel... sentí escalofríos, pensé que él podría ir con prostitutas como las que vimos antes y me he sentido mal, muy mal.
Él le acarició con ternura su cabello, tranquilizándole y después de un rato en silencio, Irene dio por concluida aquella confidencia.
Respiró hondo y sonrió como una niña pequeña, cogió su bolso, tomó un pañuelo de su interior y se secó suavemente los ojos.
Se levantaron del sofá, se hacía tarde y estaban muy cansados.
Samuel le dio las buenas noches, tendiéndole la mano, pero Irene se fundió en un abrazo silencioso y él le correspondió besándole en ambas mejillas.

Había sido un día lleno de emociones, florecieron lozanas todas ellas, como florecen cada día los tulipanes en Holanda.

Continuará ...







22.11.11

* Contrapunto ( 6 ) *




Amaneció el tercer día para el grupo español y siguieron con la visita por la ciudad. No querían dejarse nada por ver y el itinerario propuesto era muy interesante para este día.
Ante ellos tenían el  magnífico Palacio Real, cerrado al público porque la corte y la administración residían en esos momentos en La Haya ( Den Haag).
Ya en la gran Plaza de los Museos, vieron el Rijksmuseum, un hermoso edificio de estilo barroco, donde se exponen grandes obras de pintores universales, ademas de una colección admirable de obras maestras del siglo de oro holandés de la talla de Rembrand, Ruberns y Vermeer. Así mismo artes decorativas, sobretodo de mobiliario antiguo y una maravillosa colección de cerámica de Delft.
El impresionante edificio del Museo Van Gogh es moderno y  de forma de caracola. En él, se exponen las pocas obras que quedaron en Holanda ( solo veinte cuadros de pequeño formato).
Justo enfrente se encuentra el Museo del Diamante, regentado por judíos ortodoxos, ataviados con levitas negras, sombreros de ala ancha y los característicos tirabuzones en sus cabellos, que atraen las miradas de los curiosos.
No menos importante es el teatro de la Ópera de Ámsterdam, situado al fondo de dicha plaza.
Más al sur les llevaron al gran Oosterpark,  donde contemplaron un molino de viento típico de cualquier postal y comieron, por fin en la terraza de un restaurante situado frente a un lago precioso.
Comentaron varias veces, entre bocado y bocado, lo interesante que les estaba resultando este viaje.
Seguían sorprendiéndose una vez más por las bicicletas, que dominaban claramente la circulación. Coches, camiones y peatones estaban pendientes en todo momento de respetar esa preferencia de los conductores de bicicletas.
Resultaba curioso ver a las madres montadas en grandes bicicletas o triciclos con toldos de plástico y pequeños asientos, llevando consigo a sus hijos pequeños, hasta cuatro o cinco niños sentados delante, rumbo al colegio o simplemente de compras.
No es que tengan muchos hijos cada una, es que la costumbre de las mujeres jóvenes es trabajar solo cuatro días a la semana y varias vecinas con niños pequeños solicitan diferentes días libres y se turnan para atenderles y llevarles a la guardería o al médico, la legislación es muy avanzada y hace perfectamente compatible la vida familiar con la laboral.
Se acercaba la hora de la cena, mucho más pronto que en España y quisieron visitar el famoso " Barrio Rojo", donde están situados los locales nocturnos de prostitución.
Evidentemente, la pareja con los niños pequeños declinaron hacer esa visita y regresaron al hotel a descansar.
El guía les adentró por unas callejuelas estrechas, con pequeños canales, alumbradas con luces rojas o rosadas a modo de señuelo. En esos famosos escaparates, voluptuosas chicas se exhibían insinuando sus encantos, para ofrecer sus servicios a los posibles clientes.
Esta profesión en Holanda es considerada como autónoma y las chicas pagan sus impuestos, como cualquier trabajador más y por tanto tienen derecho a seguridad social, controles sanitarios y pensión de jubilación. Así se evita la explotación por organizaciones mafiosas y la presencia continua de un gran número de policías de paisano controlan en todo momento los alborotos y maleantes.
Los comentarios sobre las chicas de alterne de los escaparates,  no siempre eran respetuosos por parte de algunos turistas, clientes o no.
Samuel e Irene se sintieron algo molestos con las risotadas y se mantuvieron al margen, con la naturalidad y el respeto que se esperaba de todos ellos.




Continuará...




16.11.11

* Contrapunto ( 5 ) *




Siguieron su paseo un rato más, en unos curiosos comercios de marihuana o cannabis, droga legalizada en Holanda, en forma de caramelos, chicles y "chupa-chups" verdes. Incluso había cafeterías de infusiones de hierba y venta  legal  de las semillas para el consumo privado.
Dejaron para después de comer un paseo por el mercado de las flores, extasiando sus sentidos.
Tulipanes variopintos desplegaban toda suerte de colores ante la atenta mirada de los visitantes y curiosos.
En un impulso de galantería hacia Irene, Samuel eligió un bonito tulipán con los colores de la bandera española y se lo ofreció con respeto.
- " Hermosa dama, concédame la merced de aceptar esta flor de este humilde servidor".
Ella aceptó con gusto el  gentil detalle del caballero y dejó que Samuel la depositara en sus manos.
Siguieron con el itinerario por unos mercadillos, similares al Rastro madrileño o al " Mercado de las pulgas" en París, donde la venta de segunda mano era algo habitual, desde ropa, discos hasta bicicletas.
Así se les pasó la tarde, en un suspiro, deleitando aquí y allá sus miradas y su curiosidad por conocer cuanto más pudieran de todo aquello.
No tenían preocupación por la cena, pues habían previsto reservar sus cubiertos, en el hotel donde se alojaban, sabedores de que posiblemente volvieran agotados de semejante caminata.
Samuel le propuso, ya en el corredor del hotel, un descanso  merecido en unos sillones que parecían esperarles.
Irene asintió con una sonrisa de aprobación y eligieron sin saberlo el mismo tresillo de cuero verde, en un ambiente muy agradable; la iluminación de las luces con pantallas estaba regulada al mínimo, detalle que agradó a los paseantes.
Ella eligió uno de los sillones, se descalzó y estiró los pies sobre una mesita baja, con gran naturalidad, hecho que puso al descubierto una parte de sus esbeltas piernas, enfundadas en medias de seda negras.
Le preguntó algo preocupada a Samuel si alguien le llamaría la atención por descalzarse y descansar un poco.
Samuel se rió y le contestó mientras se sentaba a su derecha, en el sofá grande:
- ¡No!, ¡ Más bien agradecerían la oportunidad de contemplar tan bonitas piernas!.
Irene hizo un mohín simpático con los labios y dijo:
- ¡Vaya, vaya, qué adulador!.
Necesitaba un descanso, estaba agotada y se reclinó hacia atrás, algo más relajada, mientras cerraba los ojos un momento.
Samuel estaba sorprendido con el comportamiento de Irene y en muchas detalles era parecida a su esposa  y aunque ella no pretendiera provocarle conscientemente, había instantes que  daba esa sensación .
Pasaron unos minutos en silencio y al poco, ambos coincidieron en iniciar una misma frase, soltaron sendas carcajadas y se inició una complicidad sorprendente entre ellos, dando paso a una conversación de antiguos camaradas o confidentes.
Si hubo alguna barrera entre los dos, había desaparecido en aquel tresillo.
Hablaron más de dos horas de sus vidas y su historia personal, con total sinceridad y se sintieron cómodos el uno con el otro.
Aquella noche tocó a su fin y se retiraron a descansar, una vez acabada la cena.
Samuel despidió a Irene en el comedor donde cenaron.
La satisfacción de poder compartir con ella sus preocupaciones, le llevó a un estado de bienestar interior que apenas recordaba.
Había sido un día de muchas emociones y quedaban muchas más, tantas que ni las imaginaban.

Continuará...








7.11.11

* Contrapunto ( 4 ) *



Irene no tuvo remordimientos en ningún momento al irse de viaje, no se trataba de dar una lección a Leo, su marido. Tan sólo buscaba un tiempo distinto para sí misma, unos pocos días para salir de la rutina tan perfecta que era su vida, lejos de su entorno.
No tenía más motivos que respirar  aires nuevos y quizá mimarse un poco, sola y disfrutar del viaje.
Con esa reflexión durmió su primera noche en Holanda, exhausta por las emociones de su pequeña travesura.
Aunque se levantó con el tiempo suficiente para arreglarse tranquila, al bajar a desayunar vio que el comedor del restaurante estaba casi al completo.
Había una sola mesa vacía, caminó resuelta hacia ella y tomó asiento. Mientras Irene miraba con cierto disimulo a los demás huéspedes desconocidos, desplegó su servilleta y pensó que tras ésto buscaría a los miembros de su grupo en el hall del hotel, tal y como habían quedado.
Reconoció a uno de ellos, ahí de pié con la bandeja de buffet, pero no habían cruzado palabra hasta ese momento y vio que se dirigía hacia ella.
Lógicamente buscaba una mesa donde desayunar, igual que ella.
Él le dió los buenos días y le preguntó: ¿ Me permite acompañarle señora?.
Irene esbozó una sonrisa y le invitó a tomar asiento frente a ella, parecía muy correcto y no había ni una mesa libre, así pues compartirla juntos no le suponía ningún problema.
 - ¡Cómo no, siéntese, estamos en el mismo barco!
Samuel era sevillano e Irene ovetense, dos caracteres muy distintos, dos vidas muy distintas, un país extraño y una sola mesa.
Entablaron un diálogo alabando la calidad del desayuno, pastelillos, bollos tiernos y especialmente las bandejas de quesos variados. Las trufas de chocolate eran el delirio de Irene y le comentó a él riendo que seguro cogería algún kilo de más si comía todo aquello.
Samuel notó que aquella mirada algo triste que tenía Irene cuando la vio en el aeropuerto, había desaparecido mientras desayunaban.
Irene era alegre y comunicativa y eso haría que el viaje fuera mucho más ameno.
El día era estupendo, aunque teniendo en cuenta una posible lluvia intempestiva, llevaron gabardinas y paraguas plegables.
Recorrieron la ciudad en una nave de recreo, sin importarles demasiado los demás pasajeros.
Samuel tomó asiento frente a ella y le comentó: - ¡Ahora si que estamos en el mismo barco!.
Irene sonrió asintiendo a Samuel con una carcajada que le ensanchó el alma.
Navegaron lentamente por unos canales muy estrechos, pasaron bajo varios puentes hasta llegar al gran río Amster, con barcos enormes y puentes levadizos, para pasar de un lado al otro.
Las casas alineadas eran de una estética admirable y el uso de bicicletas parecía algo muy usual, como transporte. Cientos de bicicletas similares iban y venían en ambas direcciones y existían aparcamientos multitudinarios para tal fin.
Samuel e Irene comentaron cómo podrían ser capaces de identificar su bicicleta sin confundirse con otra los propios lugareños.
Siguieron su ruta hasta visitar el memorial de Anna Frank, la niña judía y su famoso diario sobre la persecución nazi. Irene le dijo a Samuel que lo había leído de adolescente y que le había impactado mucho.
Llegaron en un paseo al centro, repleto de grandes almacenes y tiendas de souvenirs, joyerías de costosos diamantes, engarzados en oro brillante.
Samuel miró instintivamente las manos de Irene y se fijó que solamente llevaba una alianza de boda, sin más adornos.
No importaba nada, eran compañeros de viaje y estaban disfrutando juntos.
Samuel se sentía bien a su lado y no esperaba nada más de aquellos días, que la idea inicial con la que vino, recuperar su estado de ánimo.
Irene sin proponérselo, lo estaba consiguiendo.

Continuará...













3.11.11

* Contrapunto ( 3 ) *








Irene ante todo era una mujer responsable y como muchas algo soñadora. En los pocos ratos que distraía su atención de su mañana organizada, se concedía un tiempo a sí misma, ante un montón de papeles apilados en una cestilla metálica, que esperarían por un rato ser resueltos aquella mañana, en su despacho.
Después de dar los buenos días a los compañeros de trabajo, colgaba su abrigo de lana gris marengo en el perchero de pié. Se sentaba y conectaba el ordenador a internet.
Leía la prensa digital, parándose sólo en las noticias más relevantes, le gustaba saber el pulso de la sociedad, ya que de alguna manera afectaba a la empresa en la que trabajaba.
Revisó su correo, lo hacía cada día y despachaba lo urgente de inmediato, eran asuntos simples, pero era ella la que tenía que resolverlos y lo hizo maquinalmente.
A veces le cansaba ser tan perfecta en todo, seguir las pautas diarias en el despacho, tomar un café en su descanso en el bar de enfrente, estirar las piernas y volver un rato más a cumplir con su horario, como los demás.
Subía y bajaba las escaleras siempre, aún habiendo ascensor en el edificio, lo había tomado como una costumbre para mantenerse en ágil y  era una actitud que nadie comentaba.
Aquella mañana encontró, al bajar, una revista, sobre la baranda del rellano del piso bajo y le sorprendió que estuviera allí, seguramente alguien la dejó olvidada .
Volvería a por ella cuando la echara en falta su dueño, así que lo mejor era ir a tomar ese café que le daba la energía  necesaria, para seguir afrontando su jornada.
De regreso del bar, en el hall del edificio donde trabajaba, bromeó con sus compañeras y les aseguró que ella llegaría arriba antes que el ascensor.
Inició su ascenso por las escaleras con ligereza y al pasar rozó la baranda sin darse cuenta. La revista cayó a su izquierda e hizo que Irene girara la cabeza y la viera en el suelo.
Era una revista de una Agencia de Viajes; quien la olvidó no había regresado a buscarla, la cogió y pensó en echarle un vistazo en su despacho.
Cuando acabara su trabajo, la dejaría en recepción, se dijo a sí misma.
Y hojeó ya sentada, su contenido con inusitado interés, pero fijó su mirada en un viaje que parecía interesante, era una excursión programada a Holanda en cinco días. Leyó más detalles del panfleto y su curiosidad siguió creciendo.
¿ Porqué Holanda? la respuesta era sencilla: Porque la tenía ahí delante de sus ojos, en vez de París, Roma o New York.
Cogió el teléfono, quiso llamar a Leo, decirle lo que había encontrado por casualidad, comentarle lo agradable que podía resultar un viaje de esas características, justo en aquel momento, para ellos dos solos.
No era mujer de caprichos de ese tipo, pero la idea del viaje se iba apoderando de ella, como si fuera una niña empeñada con su juguete ansiado.
Leo parecía no prestarle mucho interés a lo que le estaba diciendo Irene, hecho que hizo crecer la insistencia de su mujer y él le repetía una y otra vez que no podía dejar a sus clientes abandonados cinco días. 
-  Quizá más adelante. Dame tiempo Irene,  ya sabes ... lo ocupado que estoy siempre.
Irene no sabía cómo convencerle que era una ocasión única, que quería hacer ese viaje con él y Leo se mantuvo en su postura con firmeza.
Ella respiró hondo, controlando su genio y con un tono seguro y pausado le dijo: 
Si tú no vienes, me iré sola. Tú decides, Leo.
Su marido la conocía bien, cuando ella quería algo el hacerle cambiar de opinión era esfuerzo baldío y tras un largo silencio al otro lado del auricular éste le dijo: 
Haz lo que quieras, Irene, ve si es tu deseo. Tengo que dejarte ... me llaman por la otra línea.
¡Un beso. Adiós!.

Lo pensó una y otra vez, ese viaje era un acicate para ella y faltar cinco días al trabajo, no le causaría problemas en la empresa. Disponía de una semana libre para asuntos propios que aún no se había tomado.
Flora se encargaría gustosa de atender en todo a sus hijos, Leo estaba fuera y todo era muy sencillo, cuando una se lo proponía.
Siguió los pasos de su impulso irrefrenable y llamó a la Agencia de Viajes. Tuvo suerte, un cliente había anulado su reserva la tarde anterior y su plaza estaba  aún disponible.
Hablaron de los pormenores, del precio y del día de salida hacia Holanda. Anotó el número de cuenta corriente donde abonar aquella locura de viaje y realizó la transferencia  virtual en ese momento.
No vaciló ni un instante y paso a paso iba estando más cerca de aquella odisea, en fecha inmediata.
Todo íba saliendo a pedir de boca.
En un rato, un sobre con el pasaje del avión y la guia de Holanda, llegaría con algún recadero de la Agencia  a su despacho y acto seguido le envió a Leo un mensaje de texto a su móvil:
-  Me voy pasado mañana a Holanda . Un beso. Te quiero.
No hubo respuesta a su mensaje, Leo era así, quizá más tarde la llamaría o tal vez no.


Holanda esperaba a Irene.

Continuará...








2.11.11

* Contrapunto ( 2 ) *




El aeropuerto de Barajas era un continuo ir y venir de gente con sus pesados equipajes desde bien temprano y algunas agencias de viaje facilitaban a sus viajeros un distintivo de viaje para identificar en su momento un equipaje como propio.
Samuel se encaminaba hacia la puerta de embarque con la certeza de que iba bien de tiempo, pero acabó por contagiarse de las prisas de quienes caminaban en su misma dirección.
Su familia  le había insistido en que sería bueno un cambio de aires, para relajar la ansiedad que sufría en estos últimos tiempos y se dejó convencer de que un viaje a Holanda le haría mucho bien.
Él siempre había planeado visitarlo con su esposa y con sus más de cincuenta años a cuestas, le resultaba muy extraño verse viajando sólo.
Se sentó a hojear una revista y otros pasajeros fueron llegando en pocos minutos, algunos llevaban su mismo distintivo prendido en su maleta e instintivamente se fueron agrupando entre ellos.
Serían sus compañeros durante cinco días en este viaje concertado con la agencia y a su llegada a Amsterdam les esperaba un guía turístico.
Samuel abandonó con un sobresalto su lectura, al escuchar un taconeo de mujer que se acercaba a él y...
¡era Laura!.
Laura era su esposa, más joven que él. Llevaban unidos muchos años y siempre recordaba con ternura el día de su boda, ella cumplía diecinueve años y su relación fue maravillosa desde el día que la conoció.
Y unieron sus vidas, convencidos de que serían inmensamente felices.
Tuvo en ella  a la consejera  más inteligente, a la enamorada más romántica, a la amante soñada por cualquier hombre. Ambos tuvieron tres hijos, que no entorpecieron que Laura fuera una inmejorable profesional en su carrera.
Recorrieron juntos casi toda Europa, pero tanta felicidad un día se paró en seco.
Laura desarrolló una enfermedad degenerativa e incurable y se fue convirtiendo en una sombra silenciosa, con periodos en los que no reconocía a ningún ser querido, ni siquiera a su esposo.
Esta dolorosa situación afectó mucho al estado de ánimo de Samuel, lloró a solas muchas noches de impotencia, preguntándose mil veces porqué a ella.
Alimentó ingenuamente al principio de toda aquella pesadilla, la idea de que podría curarse y así recuperar a aquella Laura que tanto necesitaba, pero con el tiempo, asimiló que se consumía lentamente en el interior de aquel cuerpo.
No podía hacer otra cosa que cuidarla, mimarla, seguir amándola y seguir viviendo su destino, con hombría, tal como ella hubiera hecho con él, en idéntico caso. De eso estaba muy seguro.
Evidentemente la desconocida no podía ser Laura, la mente había jugado una mala pasada a Samuel, aun a pesar de que su forma de caminar y su cabello eran dolorosamente parecidos.
La atractiva mujer se sentó frente a él y la imagen de Laura desapareció, en el momento que él prestó atención a una azafata que  les anunció que el vuelo traía un retraso de media hora y podían tomar un refrigerio en la cafetería, con unos vales que les iba entregando.
Ella levantó la vista y le sonrió tímidamente, como aceptando el retraso del vuelo, aunque sus ojos estaban algo tristes, por alguna razón desconocida y él se limito a  responderle encogiéndose de hombros.
Guardó su vale en el bolsillo de su americana y decidió seguir leyendo su revista, en vez de ir a tomar algo.

Aterrizaron en el aeropuerto de Schiphol sin novedad y de ahí les llevaron en autobús al hotel, situado en una calleja entre dos canales.
Las casas de la manzana eran del siglo XVIII y habían sido remodeladas alrededor del antiguo patio de luces, cubierto con una inmensa claraboya de cristal.
Dos parejas del grupo hacían su luna de miel, otras dos más eran de mediana edad, parecían buenos amigos por los comentarios entre risas  ruidosas de cualquier detalle que les llamaba la atención.
Un tercer matrimonio con sus dos hijos muy educados, la  bella desconocida que rondaría los cuarenta años y Samuel, conformaban aquel viaje a Holanda como grupo visitante.
Recorrieron el amplio y lujoso hotel, sus suelos estaban tapizados de unas gruesas alfombras y las habitaciones estaban en otro edificio contiguo. Mientras, iban viendo una exposición de pintura en una de sus paredes y más allá había ocho estancias separadas por mamparas de madera, con unos cómodos tresillos para descansar, leer o conversar un rato con algo más de tranquilidad.
Y todos y cada uno se fueron a sus habitaciones hasta la hora de la cena.
Sería en un antiguo restaurante del siglo XV, donde cenarían juntos, sin apenas haber intercambiado previamente sino las consabidas frases de cortesía.
Ella se acomodó junto a las parejas de recién casados y él se decidió por sentarse con los dos niños de modales exquisitos.
De vuelta al hotel tuvieron la oportunidad de admirar la iluminación brillante de los edificios, reflejandose en el agua de los canales.

Luces y sombras de un país desconocido, mientras el día  se durmió con ellos.

Continuará...