Hay algo que me ronda por la cabeza, hace días, semanas y por más que busco respuestas, mis preguntas no encuentran el camino, para tratar de encajar las piezas del puzle y abandonar la empresa.
Toda España, incluso más allá de ella, nos hemos estremecido con el trágico final de Asunta, la niña de rasgos orientales.
No podemos juzgar aunque nos muramos de ganas, ni en silencio todavía, a la que se empeñó en ser su madre, para darle una vida mejor.
El tiempo, ese en el que la ley inclina el fiel de su balanza, en uno u otro sentido llega lentamente a su final.
Y se hará justicia, ¿pero justicia para quien?.
No me cabe en la cabeza que alguien que decidió en su día adoptar, acabara con su vida, por el mero hecho de que "le molestaba su presencia" .
Hubiera sido mejor y más valiente haber devuelto a la niña a Menores, confesando el error de la adopción.
Tampoco es tan extraño y hay constancia de adoptantes que recularon, famosos y anónimos.
Me pregunto una y mil veces, qué pudo pasar en la cabeza de esa madre amantísima, como para llegar a aborrecerla de tal modo y tomarse la justicia por su mano.
Y cómo su padre colaboró necesariamente con la locura de la madre, planeada paso a paso por los dos.
Asunta no debió ser un juguete de temporada. Nunca.
Era una niña inocente, con muchas ilusiones, era niña y aprendía y estudiaba a una velocidad exponencial, con el afán de agradar y ser amada, todas las materias que sus padres decidían.
No lo entenderé nunca.
Ni al padre, ni a la madre, por cierto, dos personas cultas y acomodadas y sean cuales fueren sus macabras razones, el puzle de mi lógica sigue desordenado.
Cuantos más detalles sé del espeluznante asesinato, más pena y ternura siento por aquella niña.
¡Qué sola e impotente se debió sentir en su final!.
Asunta que nunca será mayor, no le dejaron serlo, porque sus padres decidieron que un sueño mortal solucionaba su problema y su vida.
Donde quiera que estés, Asunta Yong Fang, descansa en paz, princesa.