26.1.12

* Contrapunto ( Epílogo 1º ) *






Irene no podía dar crédito a lo que estaba ocurriendo, pensó muchas veces que lo que vivía era sólo una pesadilla y en que abriera los ojos todo desaparecería y Leo volvería a casa, como cada noche, pero en el fondo se estaba engañando.
Aquello era demasiado real como para ser un sueño.
El médico que había atendido a su marido le aconsejó que no viera el cadáver y lo recordara en sus mejores días.
El violento golpe que había sufrido en la cabeza al caer al barranco le había fracturado el cráneo y la esperanza de vida en esos casos, era siempre muy poco probable.
No se extendió en explicarle las posibles lesiones internas porque ya no tenía sentido, había dejado de existir y su cuerpo yacía inerte bajo una sábana a la espera del forense.
Leo estaba muerto, se decía una y otra vez con desesperación.
Tuvo que ir al depósito de cadáveres, rota de dolor como estaba a las pocas horas, para firmar unos papeles y posiblemente allí alguien le daría más datos de aquel fatal accidente.
Hacía frío en las neveras donde guardaban los muertos, mucho frío, pero era preciso hacer aquella diligencia y comprobó que alguien más esperaba el informe del forense en aquel sórdido pasillo.
Un joven de unos treinta años, padre de un niño de corta edad se presentó ante Irene, como el esposo de la acompañante de Leo.
Él había identificado a su mujer hacía un rato y estaba hundido, sabedor de su muerte y de su infidelidad.
Irene le dio el pésame con mucha correción y aunque ambos supieron de esa trágica manera el affaire de sus parejas, evitaron analizar juntos esos "porqué", puesto que ya daba lo mismo.
Ella amó siempre a Leo y su viaje a Holanda no cambiaba en nada su sentimiento por su marido y además nadie sabría nunca nada de Samuel.
Los días siguientes fueron dolorosísimos para Irene, muchos amigos, vecinos, familiares y compañeros de trabajo, le dieron el  pésame entrañable, cuando le dió el último adiós antes de incinerarlo.

Pasaron los años, uno, dos ... hasta ocho en la vida de Irene, su dolor siguió con ella durante mucho tiempo, a la par que sus hijos iban creciendo sanos y felices.
Trató de salir a flote cada día, seguía siendo aquella mujer esbelta y atractiva y algún caballero que otro le había invitado a cenar, al teatro o a tomar una copa.
Ella siempre declinaba cortésmente, para dedicarse a sus hijos en cuerpo y alma, a su trabajo y a tratar de recomponer su corazón destrozado.
Uno de entre ellos, un cliente adinerado, elegante y muy educado, insistía una y otra vez en sacarla de su encierro y ella, mirándose al espejo con cierto aire melancólico se dijo:
- Algún día tendrás que aceptar su invitación, Irene ... algún día ... más adelante.
Ocho largos y penosos años, día por día, hasta hoy.
Ocho años de viudedad y unos días más del adiós de Samuel.
Leo salía en coche de un Motel de carretera, donde habían pasado toda la tarde con aquella mujer; ambos habían bebido alcohol  o quizá se distrajeron un instante y el coche se saltó la curva a gran velocidad y se precipitaron al vacío, sin poder evitarlo.
Aquella situación hizo que algo en su interior se resquebrajara y el amor que sentía por su marido se esfumara en un instante.
Trató de arrancar de su interior la capa de dudas, rencores y malos recuerdos y por fin se sentía libre de fantasmas interiores.
Tenía deseos de volver a vivir y luchar por darle un futuro digno a sus hijos que nunca le habían fallado. Por ellos remontó día a día y segundo a segundo.
Sola, en una tarde de lluvia fina en la primavera de Oviedo, Irene se dirigió a la cocina para hacerse un té.
Sus hijos habían salido al cine a ver un estreno con sus amigos y ella como siempre se quedó en casa. cómodamente.
Mientras la tetera tomaba el calor suficiente, ella se quedó mirando una quesera con tapa transparente, de queso Edam y le apeteció comer un  pedacito y saborearlo distraidamente.
Aquel sabor, único y de añoranza ... a Holanda, a Samuel, a los dos juntos allí, le hizo formularse una pregunta:
- Si Samuel te invitase a salir ... ¿qué harías?.
Se sorprendió a sí misma sonriendo por primera vez en mucho tiempo, contestándose en voz alta:
- ¡Si volviera a encontrar a Samuel, le abrazaría, me lo comería a besos y no lo dejaría escapar!.
Se ruborizó de su reacción y admitió que era un ser maravilloso, que le hubiera encantado pasar el resto de su vida a su lado.
- ¡Pobre Samuel, ¿qué habrá sido de él?. Le traté fatal en el aeropuerto ... ojalá que todo le haya ido bien y me haya perdonado!.
Con su té humeante se sentó en la mesa de la cocina y abrió el periódico tranquilamente.
Un anuncio a todo color de Holanda, con fotos a todo color del país ella conocía bien, curiosamente ofrecía un viaje para Semana Santa, con idéntico recorrido y el mismo hotel.
La piel de Irene se estremeció por entero y su corazón latió más deprisa.
¿ Sería un presagio de algo o quizás aún no había asumido que nunca más volvería a verlo?

Continuará ...







20.1.12

* Contrapunto ( 14 ) *



Una voz seca y ronca preguntó al otro lado del auricular si era ella la esposa de Leo y ella asintió con un hilo de voz. Su corazón estaba latiendo muy deprisa, estaba nerviosa y el guardia no le dio muchos detalles, sólo que debía personarse en una dirección a la máxima brevedad.
Se vistió con rapidez y la asistenta vino enseguida para quedarse con los niños, que jugaban a tirarse almohadones, ignorantes de lo que aún nadie conocía.
La mente de Irene no entendía nada. Mil preguntas quedaron sin respuesta en su mente, sólo repetía una y otra vez la dirección de donde tenía que ir, mientras el taxista le llevaba con suma rapidez, tal como ella le indicara cuando tomó el vehículo.
Tenía una mezcla de sensaciones, entre miedo, angustia y ganas de llorar, pero trató de calmarse, para enfrentar la situación con serenidad, fuera la que fuese.
Algo le había pasado a su marido, no sabía qué podía ser, pero ese aviso era un muy mal indicio.
Se sentía frágil como una niña, sin una información que le diera una pista, pero presentía que la conducta de días atrás de Leo, podría ser la responsable de todo.
Conforme llegaba empezó a entender que había pasado, había dos ambulancias aparcadas en el arcén de la carretera, una detrás de la otra. El coche de la policía,  cruzado en medio de la carretera, había cortado el tráfico y un agente de la guardia civil dirigía el tráfico.
Unas señales de una frenada de unos neumáticos se veían claramente en el suelo y temió lo peor.
El suelo estaba encharcado con un líquido aceitoso y los guardarraíles retorcidos daban cuenta de que un turismo había chocado contra ellos y los había partido.
El mismo agente que la había localizado por teléfono, se identificó a Irene y ella sobrecogida le preguntó entre lágrimas qué pasaba.
Él le dijo que, al parecer el dueño del coche y su acompañante circulaban a una velocidad excesiva y perdieron el dominio del coche, saliéndose de la carretera y acabando en un precipicio, del que trataban de rescatarlos desde hacía unas horas.
Irene preguntó muy alterada, dónde estaba el coche y sobretodo qué había pasado con su marido, quería verlo y suplicaba por caridad que le dijeran dónde estaba.
El agente quiso tranquilizarla y le notificó que Leo estaba siendo asistido dentro de la ambulancia y que la mujer había fallecido hacía unos minutos.
Le indicó que estaba dentro de la primera ambulancia, con médicos que trataban de reanimarle y le conminó a esperar con paciencia a que ellos le informaran de su estado de salud.
Preguntó por la mujer, quiso saber quien era y pidió verla y el agente la llevó para que la identificara Irene.
Era una mujer muy joven, con unas ropas vulgares y extremadas y tenía un corte profundo en la garganta, debajo de las gasas, que posiblemente no pudieron cortar. Estaba muerta.
Su marido Leo, ¡con aquella mujer ...una de las tantas con las que se divertía a sus espaldas!.
Leo conducía a gran velocidad, bajo los efectos del alcohol y posiblemente algo se cruzó en su camino, perdió el control y acabó estrellándose en aquel barranco.
Al poco rato, salieron los médicos de la ambulancia y con gesto triste le dijeron a Irene que se había hecho todo lo posible por su vida, pero que lamentablemente había fallecido.
Irene recibió un mazazo dolorosísimo en su ánimo. Le dieron la peor noticia que jamás imaginara:  
Su marido ... estaba muerto.

Continuará ...



17.1.12

* Contrapunto ( 13 ) *






Irene había cambiado mucho en muy poco tiempo. Ya no el importaba tanto si Leo le era infiel como antes, quizá porque ella se había entregado en cuerpo y alma a otro hombre hacia pocos días y el vínculo sagrado entre ellos se había roto, quizá definitivamente.
¿Qué quedaba del amor que sentía por Leo?, ¿ qué pasaría en adelante?. Ella no lo sabía o no quería saberlo de momento. Sí sabía que él le había traicionado con sus mentiras, jugando con otras mujeres una y otra vez.
Esa sensación le dolía muy adentro, su matrimonio hacía aguas y tarde o temprano habría que darle una solución definitiva.
Los días siguientes dudó mil veces, porque sentía la necesidad imperiosa de contarle lo suyo con Samuel y liberarse de la carga de su fuero interno, sabiendo que sería fatal para su relación.
Conocía bien a Leo antes, pero el hombre que dormía ahora a su lado, le parecía un ser desconocido y los sentimientos que aún albergaba iban difuminandose, conforme le venían a la cabeza las dulces sensaciones vividas en Holanda con Samuel.
Se sentía terriblemente angustiada con su secreto, se hacía mil preguntas y la respuesta era siempre la misma.
- No, no debes decírselo, es tu secreto. Samuel se fue para siempre. Los niños son tu vida Irene, le olvidarás y todo volverá a su sitio. Calla, calla...siempre.
Irene guardó silencio, se reintegró a su vida familiar y a su puesto de trabajo y en unos pocos días todo era casi como antes de su viaje, pero Leo llegaba tarde a casa y ella no le preguntó nada de sus retrasos, casi prefería eso a tener que someterse a un tercer grado. Leo no tenía derecho, él tampoco había sido un modelo de virtudes y si no su merecido, fue parte importante para que Irene se dejara querer por otro hombre.
En días sucesivos comprobó que sus ropas desprendían perfumes variados y desconocidos, cuando llegaba tarde, cabizbajo y algo bebido, pero mantuvo su compostura, porque se sentía un poco culpable de haber podido provocar esa actitud en Leo.
Leo era ahora un perfecto desconocido para ella y de ningún modo podría tener un encuentro íntimo con él, aunque se muriera de ganas, como mujer que era, no podía, no quería.
Sólo acariciaba y revivía con emoción sus recientes recuerdos con Samuel, sus besos, su pasión loca y su entrega total.
Comparaba a uno y a otro hombre y sintió que el amor por Leo se había esfumado de su corazón, sin que ella supiera en qué momento fue.
Buscó en su interior el último día que se sintió plenamente amada por su marido, pero no era capaz de recordarlo, sus sentimientos zozobraban hacía tiempo y ella se había empeñado en amarle, pensando que cambiaría.
Irene se debatió muchos días en estos complejos análisis de sí misma, buscando una solución a su realidad, pero nadie lo supo, ni su mejor amiga, ni su familia, ni Leo siquiera.
Quiso poner fin a todo ese suplicio, hallar las fuerzas suficientes para sentarse con Leo y plantear un camino nuevo, el que fuera, así no podían seguir, Irene sufría mucho y decidió buscar el momento idóneo y hablar con su marido.
Llegó el día en que se sintió tan segura como para hablar con él.
Esa misma noche le esperaría levantada y hablarían frente a frente de su relación matrimonial.
Acostaría a sus hijos con la normalidad de costumbre, aislándolos para que fuera una conversación íntima y de ahí se tomarían decisiones.
No quedaba más remedio. Irene no deseaba que sus hijos sufrieran, porque ella sufría ya demasiado.
El reloj del salón marcaba las 10 de la noche y el teléfono del domicilio repiqueteó a lo lejos.
Irene estaba en la ducha y el hijo mayor atendió la llamada, por indicación de su madre.
Irene pensó que sería su amiga y el niño le daría el recado, una vez hubiera colgado el teléfono.
No fue así, algo le decía mientras se secaba precipitadamente que quien llamaba no era nadie conocido.
El niño entró al cuarto de baño y le dijo a Irene, con cara de confusión:
- Mamá, es para ti, es un señor de la Guardia Civil, pregunta por ti. ¿Quien será, mami?.
Irene alargó la mano, asió el teléfono y contestó con un hilo de voz, a la del otro lado del auricular. 

Continuará ...







12.1.12

* Contrapunto ( 12 ) *






Laura, la mujer de Samuel, era feliz en el mundo en el que vivía, no era consciente de su enfermedad, que la arrebataba muy a menudo de la realidad. Su familia hacía verdaderos esfuerzos para ofrecerle una calidad de vida inmejorable y el amor inmenso que le profesaban.
Albergaban en sus corazones una pequeña esperanza y quizá algún día una medicina nueva les devolvería a la brillante mujer que fue en otros tiempos, a la amante perfecta de Samuel, a la madre de sus hijos y a la amiga de todos.

Irene se acercaba por fin a su casa y en el trayecto del taxi llamó a Flora diciéndole que había aterrizado bien y que en unos minutos llegaría a casa.
Había vivido unos días de ensueño, ni planeándolo lo habría hecho mejor. Samuel despertó un mundo de sensaciones maravillosas que estaban dormidas en su interior, a pesar que se repetía una y otra vez que amaba a Leo y a sus hijos.
La fiel asistenta se alegró mucho de su regreso y le fue poniendo al corriente de todo lo acaecido en su ausencia, mientras le servía un café expreso con unas pastas caseras.
No había sucedido nada extraño, excepto que Leo volvía tarde a casa, quejándose de que tenía mucho trabajo y su cara de cansancio así parecía reflejarlo.
Flora no preguntaba nada, Leo no dio explicaciones, ella se centró en cuidar a los niños y mantener la casa, tal y como Irene le había pedido. Su trabajo era impecable y su discreción patente.
Irene fue personalmente a recoger a sus hijos al colegio, abrazándolos y besando sus caritas, respondiendo pacientemente entre risas a todas sus preguntas sobre Holanda. Obvió claro está, la parte de Samuel, esa que sería sólo suya para siempre y puso énfasis en contar detalles de los dos niños que fueron con sus padres en el grupo de los españoles.
Sabía que sería un día intenso y lo estaba siendo. En unas horas había vuelto de Holanda a su normalidad, a su familia, a su casa y a su vida y sólo faltaba la reacción de Leo.
Tarde o temprano tenía que enfrentarse a él, a sus preguntas y las consecuencias para la pareja en adelante al  haber decidido viajar así, tan de repente.
Leo volvió a casa, pero no adelantó su regreso por la vuelta de Irene y los niños cenaron y se acostaron sin ver a su padre, como días atrás.
Un breve saludo a Irene, sin acercarse siquiera a ella, fue todo lo que recibió de su parte. Estaba serio y parecía flotar en el aire un cierto olor a alcohol.
No le preguntó nada y tampoco ella hizo nada por despertar su interés, pero si pensó que él ya daba por supuesto que Irene conocía sus devaneos amorosos y que ese viaje había sido un toque de atención, para que Leo supiera que podía perderla si seguía en esa actitud de ser infiel.
La confusión se apoderó de Irene mientras se preparaba para acostarse, por un lado deseaba hacer locamente el amor con su marido y recuperar sus besos de pasión, como en los inicios de su matrimonio.
De otro lado sentía un resquemor doloroso de haber sido infiel con Samuel y decidió que esa experiencia no le torturaría en adelante.
Leo parecía dormido cuando Irene se deslizó entre las sábanas y ninguno de los dos hicieron nada por cruzar ese pasillo inmenso entre los dos cuerpos en la cama, abrazarse y amarse.
Necesitaba con urgencia ser amada por Leo, poseída hasta la extenuación y buscó entre sus recuerdos más bellos, posiblemente para olvidar a Samuel.
Y se juró a si misma que nadie sabría su secreto inconfesable.

Continuará...