31.5.11

* Turrón *

¡Al buen turrón, oiga!
¡Vamos que nos vamos!
¡Para comerlo en la feria, señora!.
¡Todos los sabores a su gusto, pásese y elija el suyo!.
¡Turroncito  del bueno, señora!.
¡Liquidamos existencias. Calidad y precios populares!.

Así insiste una y otra vez, un altavoz de un furgoneta que nos  trae turrones al barrio.
Cada feria, acabando Mayo, pasa por mi calle, sin faltar a su cita.
Rompe el silencio reinante, al que el calor obliga a refugiarse a la gente en sus casas, hasta que de noche, llegue el fresco.
Sólo los gorjeos despreocupados de mis pájaros, se atreven a desafiar su discurso.
Dulces con almendras, coco o  praliné, chocolates variopintos, con arroz inflado o revestidos de sabores frutales.
Jijona blando y  y alicante del duro, ¡qué lejos quedan de las fechas navideñas!.

Cada quien se busca la vida a su manera y estos vendedores ambulantes, hacen su "agosto", en Mayo.
Repiten  incansables cada año su recorrido, probando suerte con sus turrones, anunciándose con un altavoz una y otra vez, señal clara que les es rentable.
No bajo a comprarles, pero sí me asomo al balcón, cuando les oigo pasar por mi calle y me doy cuenta de que el tiempo no se detiene.

Hace calor ya y los turrones, como los corazones, siguen siendo dulces, como en navidad.





30.5.11

* Mis noches *

Cuando miro la luna cada noche, brillando blanca altiva en el cielo, me da por pensar si sales tú, a un porche a mirarla, de igual manera.
Mis preguntas no tienen respuesta y los suspiros por tu ausencia, se mueren en mi regazo, porque me faltas.
Cuando camino por una playa solitaria, me acompaña el vaivén de las olas bajo mis pies desnudos, pero no te encuentro.
Sumida en mis pensamientos, trato de hallar sentido a la dulzura que anida en mi alma y agoto el horizonte de  tanto mirarlo, sentada en la arena.
Me embobo en el cortejo que se traen el mar  y la arena, día tras día y noche tras noche.
El mar bravío seda su fuerza en la arena dorada, se vence y  le abraza.
La arena,centinela fiel de su mar, le aguarda con la calidez prestada del sol y siente frío de noche, porque él no llega.
El mar tiene una voz grave y serena,  cada día distinta, que confunde a la arena, entre su espera y sus dudas.
Abre como el mar, todas las puertas de tu alma y díle a la luna que me esperas, que me piensas y me aceptas.
En la noche de mis días te espero, con la ventana de mi corazón, que no razona.
Está abierta de par en par, mientras te extraño en mi noche fría, porque te alejas.




28.5.11

* Aunque no te lo diga *


Cuántas veces me preguntas si te quiero, mientras esperas mi respuesta, como un niño ansía su regalo.
¡Qué sonrisa cómplice arrancas de mis labios, cuando no te contesto y te inquietas, mirándome fijo a los ojos!.
Mi amor por tí no es común, ni parecido a otros afectos que conozco, porque solo es tuyo y para tí.
Sólo mío y para mí.
No se explica ni el mismo amor, cómo enmedio de todo, siente una ternura tan especial, con el paso del tiempo, entre nosotros dos.
Superaremos juntos hechos que nos causaron quebranto y dudas y seguiremos amándonos los dos, mucho más.
Tú a mí y yo a tí.
Con una complicidad única que nadie entendería.
Con la lealtad como bandera que guía nuestro sendero, el uno hacia el otro.
Envueltos en una paz que engalana nuestros arrumacos, cuando estamos abrazados.
¿Y aún me preguntas por qué te quiero?.
Te quiero porque te amo.
Te amo, porque me gustas.
Me gustas porque eres  el ser más especial en mi vida de mujer amada.
Eres especial, porque no te pareces a nadie.
No te pareces a nadie, porque  eres único en mi alma.
Eres único en mi alma, porque quiero que lo seas, en exclusiva.
Eres justo como quiero que seas para mí.
Por eso, mi amor de tanto y tan poco tiempo ,
tú mi alegría y mi sinrazón.
Vida de mi vida.
Sueño de mis sueños.
Amor, que superó a  mis amores todos.
Por eso, te amo.

Te quiero todo y siempre, aunque no te lo diga.






27.5.11

* Felicidad *


Desde donde mi memoria alcanza a recordar, cada día de todos, busco el color y las sonrisas  que tiene  mi alma y ordeno los detalles de mis sensaciones, esas que confieren un tono preciso, para sentir como siento.
Abandoné hace mucho ya el ejercicio de demostrar al mundo lo que soy, lo que pienso y lo que valgo, para ganarme su respeto y sus afectos, sabiendo como sé que no puedo gustar, a todo aquel que me supone o cree conocerme.
Siempre busqué la cara de la felicidad,  quise conocerla, sentirla y paladearla, inundarme con su presencia y energías.
La tanteé despacio en mil rincones, uno a uno, deshechando aquellos que eran sólo tiempo y esfuerzo baldíos.
Traté de verla reflejada en miradas distintas, que íban pasando por mi vida, despacio o deprisa.
Cada una de ellas, me daba una pequeña idea de cómo y por qué podían contener esa felicidad que yo advertía.
Supe que, lo importante de todo, no es tener muchas cosas, sino sentir el afecto como propio.
Vale más, mucho más, que cualquier tesoro.
No era buscar en caminos infinitos algo idílico, sino justo dentro de mí , en el centro de mi propio alma.
Y tomé así  las riendas de mi camino, todavía sin la destreza necesaria como para saber cuántas quejas propias tendría que mandar callarse y continuar mi búsqueda.
Sorteé trances que no me gustaron, me alejé de ellos y se quedaron en el pozo del olvido.
Pude elegir y elegí entre amar o dolerme, por los que no correspondían  a mi cariño y me liberé de la nostalgia que ensombrecía mis días.
Tomé en mis manos un ramillete de esperanza, perfumado de empeño y violetas y lo prendí como insignia, en mi presente.
Decidí rodearme de días buenos, con pensamientos  coloridos y entusiastas.
Me sentí más viva que nunca.
Mirarme más  a menudo  al espejo de mí misma y trabajar esos destellos, que me hacen ser bella interiormente.
Fijarme en pequeños detalles de personas y cosas de mi entorno:  hermosos, sencillos, distintos, justos, amables, acogedores. Todos ellos estuvieron siempre a la espera para mi disfrute y aprendizaje, a fuego lento.
Resolví despedir los rencores que  curaban silenciosos en mi alma y perdonar, de una vez y para siempre.
Fuí comprendiendo lentamente  a mucha gente, con sus sombras y sus luces.
Y caí en la cuenta  que mi propia felicidad,  no es un estado idílico, sino un camino.
Me propuse seriamente seguir esa senda día a día, sin prisas, con generosidad  y alegría.
Tratar de compartirlo con quien lo necesitara, si podía ser útil y tender mi mano.
Regalar mi mejor sonrisa de mi alma y continuar mi propia etapa, en la que estoy y la que quiero.
Soy libre y quiero ser feliz cada día.
Éste es mi camino y mi tesoro, el de la felicidad.




26.5.11

* Luna *

Acabo de recordar que el día acaba aquí, aunque me resista a cerrar este capítulo, con sus horas escritas, una a una, entre sonrisas y esperas.
Vengo a decirle a la luna plateada que hoy le haré compañía un rato, por si necesita contarme algo y si le apetece.
Me sentaré, colgada del cielo, en una nube casi blanca, mientras me dice cómo va su noche, a quien vió, quien  le faltaba y si volverá el que extraña tanto.

Le cuesta contar su historia, es recelosa con sus cosas y aunque parece arrogante, es sensible muy sensible, más que la luz en unos ojos de niña.
Es coqueta como un lirio silvestre y le gusta estar bella, cuando la miran, aunque no le digan nada.
Ella no pide alabanzas a sus destellos de plata, pero en el fondo, le gusta que se den cuenta que es la luna lunera.
Es sencilla, sin adornos  turquesa de cielos,  ni abalorios de corales, del mar inmenso. Su mar, ese que tanto adora, cuando se mira y se duerme en su espejo.
Suele mostrarse como es por dentro, con su sola sonrisa, cuando por fín  acepta y confía.
Es discreta y calla los susurros de los enamorados que viven su historia, cuando los contempla en sus paseos.
Es eternamente romántica, desde siempre y para siempre y es protagonista de versos y canciones regaladas.
Acude cada noche al encuentro fiel de su cielo estrellado, danzando juntos en el vaivén  del firmamento.
Por eso y porque sí, espera a su sol majestuoso y las estrellas coquetas, lo saben y callan.
Hasta que venga a buscarla, lo aguarda, sin decir nada, en un día en que, de pronto, la luz sea sólo  noche, su noche esperada.

El sol y la luna juntos, aunque el sol brillante... no lo sabe.



25.5.11

* Espejo *

Hoy he decidido que el color de mi alma sea como el del cielo que me mira.
Sin más preámbulos mi mañana ha de ser vestida con los trinos  locos de los pájaros, que anidan bajo mi ventana.
Despido mi pasado con un adiós callado y me instalo en mi presente, el que tengo y el que construyo día a día, con mi esfuerzo.
No miraré más al futuro, ese que puede ser o no ser y que me entristece por lejano o imposible.
Quiero pensar menos y hacer más, se me va el tiempo en ilusiones vanas que, con sus juegos me distraen y no me conducen a nada..
Quiero ser la que soy,  no la que quieren que sea, sin juicios, consejos o tratos subliminales que no entiendo.
He de mirarme más en el espejo de mí misma y no pensar tanto en los que no miran a los ojos como yo.
No quiero ser  el jarrón chino de estanterías inaccesibles, ni trofeo de amistades peligrosas.
Me aburro de ser  la rosa de terciopelo de un jardin incongruente.
Me canso de  querer ser perfecta para todos y de tener las manos vacías.
Pido un poco de todo lo que dí, lo necesito con urgencia.
Me gusto como soy y lo que parezco, porque cuando me miro al espejo, sonrío.



23.5.11

* La mano amiga *


Pudo existir hace tiempo, mucho tiempo,  una muchacha con cabellos del color del sol a media tarde, que gustaba de pasear por un bosque de eucaliptus y senderos estrechos, rodeando a su palacio, en la cima de un recóndito lugar de un país muy bello.
Paseábase sola, cuando su aya  se mecía dormitando con el vaivén de la desvencijada hamaca,  luego de tomar tomado un té de hierbas, con unas gotitas de una bebida espirituosa.
La joven, aprovechaba cualquier descuido para escudriñar los rincones que por prohibidos, tenía, haciendo caso omiso a sus mayores.
Tomaba siempre el mismo camino, con unas sandalias de cuero marrón, anudadas a sus tobillos.
Apenas dejaban huellas de sus pasos, ello le facilitaba ser tan sigilosa como los ciervos, que la veían pasar, mientras rumiaban pacientemente hierbas frescas a placer, sin inmutarse y a su paso.
Aquella mañana era fresca, quizás debió ponerse un chal sobre sus livianas ropas de lino color esmeralda, pero su prisa por aspirar el perfume de las flores le impedía caer en esos pormenores, nada comparables a la tibieza del prado, donde se tumbaba , sin más, observando cómo pasaban perezosas las nubes, deshilanchándose ante sus ojos curiosos.


Un cirro anacarado pasaba lentamente sobre su cabeza,  perdiendose a lo lejos, para dar paso a un claro azul, en el que se sumían sus sueños, su mirada y sus miedos.
Quedóse dormida bajo los tibios rayos del sol, que acunaban su descanso, protegida por el valor de su inconsciencia y se abandonó en sueños de color pastel.
En tal ensueño, el bosque que la envolvía, silenció el crujir de las ramas secas, amainó la brisa que serpenteaba cerca del arroyuelo, enmudecieron los pajarillos y las flores palidecieron de repente.
Todo quedó callado, menos el profundo sueño de la muchacha, quien ajena a todo, volaba feliz en sus sueños de princesa, surcando al cielo en un columpio de guirnaldas de flores.
Una mirada de fuego avanzaba sin apenas sentirse, un paso, dos, nada...seguía, con un impulso desconocido, sin rumbo claro, pero obligado por su instinto.
Y, dormida como un ángel la vió. Semejaba a una aparición, tan dulce y tan bella, que sus ojos se abrieron aún más si cabe.
Tuvo miedo, por primera vez en su vida, ¡él un lobo fiero!, ante una mujer que ni siquiera había advertido su presencia.
Temió a una sensación interna que desconocía hasta ahora y que recorría sus venas, con ternura.
Era dulce y venía del corazón, quizás la recordaba de cuando era muy pequeño, pero era muy distinta y la bella dama la había producido.
La miró, con embeleso y sacudiendo su cabeza, se dió la vuelta el lobo de pelaje plateado y ojos de fuego y desapareció entre los árboles a toda prisa.


Algo hizo que, de súbito, la muchacha despertara de sus sueños de madreselva, con aroma de jazmines.
El chasquido seco de una rama, a lo lejos, incorporó su cuerpo, con el corazón en brinco.
Había pasado un tiempo, desde que sus ojos cerrara y era hora de volver, sin más dilación, mientras la tarde avanzaba sin piedad y feneciera en el horizonte de sus tiempos.
Atusó con destreza su melena, sacudiendo con cuidado su vestido, estiró brevemente su espalda entumecida y reeemprendió  el camino de vuelta, con desgana.
Faltaba de su alcoba y si la echaban de menos, a saber qué castigo le impondrían.
Un frío recorrió toda su espalda, era conocedora del castigo que le impondrían si era descubierta.
Sólo de pensarlo se estremecía y apretó el paso, con zancadas cuidadosas, sorteando lo difícil aquí y allá, hasta la vereda ancha, de la entrada del bosque.
Y llegó por fin, como un suspiro, a la puerta grande y de roble que seguía entreabierta, sin advertir que, tras  ella unos ojos de fuego, la seguían a lo lejos, con su centelleante mirada.
Supo el lobo plateado pues, dónde moraba la doncella, que había desaparecido de su vista  y quiso acercarse un poco más, para olisquear la huella de sus pasos y memorizar su aroma.
Algo que no manejaba , superior a su fiereza, le obligaba peligrosamente a avanzar hacia la joven.
Titubeando ganaba pasos, sin saber qué quería de ella y porqué.
Su instinto animal adormecido, daba paso a un interés por escudriñar los aledaños de su fijeza, desde que la viera.
Y el lobo tomó la noche como cobijo, guarecido entre su sinrazón y su fatiga, se acurrucó despacio como en ovillo, mimetizándose con su entorno y cerró los ojos en descanso e inmensa soledad.


Sabía el licopodio, que la noche cuajada de estrellas plata, (tintineando por turnos concertados), era fiel testigo de su descanso inquieto.
El hambre rugió en el fondo de su garganta, con la insistencia de tantas horas sin probar bocado y lentamente abrió sus brillantes ojos de ébano, en los que se reflejaba la redondez de la luna, por duplicado.
Se incorporó sobre su alzada, sacudiendo con energía su pelaje y llamó al vacío, con un largo lamento, recortando su rampante estampa bajo la luna.
Todo enmudeció de repente, en el bosque, tras su aullido, rasgado por el viento suave, que mecía a pájaros nocturnos y a ramas cimbreantes,a su paso.
Su apetito comenzaba a acuciar su temple y olisqueando con deleite rastros, guióse por su animal instinto, sin la parsimonia de otras veces.
Aligeró el paso, trotando suave sobre dos patas alternas, ante un novedoso y sutil aroma que inundaba su pituitaria, por completo.
Desconocía el paradero de tal manjar, con la continencia que le restaba, aspiraba y exalaba, inquieto, aquí y allá, desolado por la espera de la presa.
La tenía frente a sí.
Faltaba un breve espacio, para devorar con sus fauces esa pieza brillante carmesí, que le omnubilaba con su olor, a su apetito en desespero.
Sus belfos aguantaban apenas la saliva, que salía en hilillos transparentes, iluminando más si cabe, sus amenazantes colmillos en la noche.
Su hocico inquieto y húmedo tanteó primero la jugosa pieza, afanándose en tal festín, sin vigilar los aledaños.
Justo entonces un chasquido seco, dió paso a un dolor intenso e insoportable que recorrió su pata trasera, hasta sus pulsos.
Unos dientes de acero, cercenaron su libertad, inmovilizando al cánido sin compasión.
Herido en su orgullo y su fiereza, en su hambre pretenciosa y en su agonía, fué debilitándose en una dulce nebulosa, hasta la inconsciencia de su desmayo.



El pulso debilitado, por la herida que manaba su pata presa, era lo único que quedaba del argénteo lobo.
Sus gemidos lastimeros eran casi imperceptibles, al paso de curiosos pajarillos, que revoloteaban sin otra preocupación que saltar de rama en rama con sus trinos insistentes.
Las fuerzas le abandonaban lentamente, sintióse morir y su vida quedaría allí, sin más, por un enemigo que cercenó sus pasos y su libertad.
Era un día radiante y el sol se colaba por doquier, dotando a la hojarasca de un verde dorado casi cegador. Avanzó, como acostumbraba la muchacha, por la angosta senda, apartando aquí y allá, segura de saber por dónde íba, las ramas que se enganchaban en su vestido de lino rosado como un atardecer, en primavera.
Advirtió sorprendida que, el silencio reinaba en ese paraje, que se le presentaba por vez primera, ante sus ojos curiosos.
Se quedó paralizada cuando lo vió, no pensó en nada, la curiosidad era más fuerte que la cautela ante lo desconocido. Avanzó casi de puntillas, el lobo no hizo ademán de levantar su cabeza.
Agonizaba, agotado del dolor y la impotencia. Entreabrió un instante sus ojos, en un gesto de súplica a la bella mujer que le miraba, con infinita ternura y los cerró vencido.
No había tiempo que perder y resuelta, tomó el cepo y con gran cuidado liberó al animal que agonizaba.
Rasgó parte de su vestido con energía, envolviendo la herida con sumo cuidado, con el propósito de detener la hemorragia.
Pensó en contarlo, pedir ayuda, pero decidió callar, al menos de momento.
Sería un secreto entre ella y el lobo herido.



La muchacha se quedó mirando al lobo plateado, antes de regrasar a casa, como cada tarde, cuando el sol se acostaba en el rosa anaranjado del horizonte.
Su agitada respiración tornóse más pausada, como agradeciéndo la cura, sin entreabrir sus ojos de fuego.
La garganta estaba seca, exhalaba el calor interior que buscaba aire fresco, como paliativo a su sequedad inmensa. No tenía fuerzas, para siquiera erguirse, pero su boca ardía ante su impotencia, en desespero.
Y la joven volvió, provista de un cántaro de cobre patinado, con agua fresca, para que el lobo refrescara su angustia y su gaznate.
Humedeció primero su pañuelo y se lo acercó despacio, pasándolo suavemente por las comisuras resecas de su negro hocico, mientras el lobo se rendía , confiado.
Poco a poco volvió a la vida, con la paciente mano de esa mujer que, gota a gota, calmaba su acuciante sed, sabiendo que no debía darle demasiada, por su febril estado.
Cada día se reunía con el lobo, cambiando su vendaje con sumo cuidado, dándole de beber despacio, con la confianza de su mansedumbre y sin mediar palabra, hasta que una de las mañanas, el lobo despertó de su inconsciencia, mejorado.
De pronto, levantó su cuello, irguiendo su cabeza, entreabrió sus fulgentes ojos. Sus orejas cobraron de súbito toda energía, orientándose nerviosas a los sonidos del bosque, como en alerta.
Y haciendo un esfuerzo ímprobo, se valió de sus manos aún debilitadas, para desentumecer su lomo plateado, inmóvil durante esos días y quedóse sentado.
Alargó su ávida boca al cuenco, aún con agua y lamió, hasta agotar su contenido.
La oyó venir, a zancadas suaves, como días atrás, enervó sus orejas y esperó a que estuviera al alcance de sus ojos intrigados.
Era el momento en que, la fiera se miraría en los ojos de la dueña de aquellas manos, cuyo perfume tenía grabado en su memoria.
Clavó sus ojos centelleantes en los suyos, escudrinó el óvalo suave de su cara, contempló la sedosa melena de oro viejo y quedóse hipnotizado, como cuando cuando contemplaba la redondez de la luna.
Le dejó acercarse porque era ella. La que le rescató de una muerte segura, por nada a cambio.
E inclinó, a ras del suelo, su testuz de lobo manso, cuando ella pasó su mano con una ternura indescriptible, por la plata de su pelaje.



Los días, con sus noches claras íban pasando, mientras el lobo argénteo, con el mimo acostumbrado, era sanado de su pata, a la par que alimentado, por la bella dama.
Poco a poco sus energías volvieron a ser las de antaño, primero cojeando lentamente a tres patas, descansando del esfuerzo.
En días sucesivos, inicióse en breves paseos, apoyando la débil pata, de la que sólo quedaba una rosada cicatriz, como recuerdo de su fatal imprudencia.
Cada día, cuando el sol posaba sus cálidos rayos en su lomo, despertaba de improviso, abriendo en bostezo su potente mandíbula.
Enervaba su oído, orientando sus inquietas orejas, cuando olisqueaba en el aire el olor humano, de quien le salvara.
En un sólo movimiento se impulsaba, tomando sedente postura, con enérgicos movimientos pendulares de su altivo rabo.
Se acercó a la doncella, brincando a su alrededor, lamiendo el aire, mientras ladraba jubiloso, por la visita amiga desde el primer día.
Riéndose nerviosa por el jugueteo del cánido, desenvolvió el manjar que le traía y amorosamente, lo dejó en el suelo , apartándose para que lo engullera con la avidez propia de su raza licantropa.
Era el último día juntos, ella lo decidió aquella mañana de Junio, mientras se miraba al espejo, abstraída en sus pensamientos mudos.
El lobo no podría entenderlo, quizá con el tiempo o tal vez nunca.
Lo acarició por última vez con sus suaves manos de mujer, con una ternura infinita. Miróse en sus ojos de fuego, mientras las dulces lágrimas rodaban en silencio por sus mejillas de nácar, suspiró y besó la testuz del lobo, como último adiós y para siempre.
Él pertenecía al bosque, debía cazar su alimento, buscar una compañera de su especie, procurarse su cobijo, sólo, era su destino.
Ella debía volver a su vida, la que tenía, la que le esperaba, la que aún todavía estaba por llegar y por vivir.
Unas vidas acaban, para que otras comiencen.
Y la vida de sueños de mujer, de amores furtivos, de besos de almíbar y cielo, llamaba a su puerta, pidiendo su primer papel, como protagonista.

** Nota de la autora **:

Este relato, del que estoy especialmente orgullosa lo escribí, despacito muy despacito, hace ya un tiempo.
Me apetece compartirlo de nuevo con vosotros.




22.5.11

* Tu mirada *


Sueño con tus ojos de cielo azul,
cuando me refugio en esa parte de mí,
que desconoces y te muestro,
en la morada que te aloja,
que te llama y que te inventa.
Sueño con el mar tan celeste como tu mirada.
El vaivén de las olas en la playa,
a tus brazos asemeja si me abrazas,
susurrándome tu nombre,
en la inmensidad del amanecer,
mientras te pienso y te extraño.
Me envuelve tu ternura,
me inquieta tu fijeza,
me conmueve tu franqueza
y me pierdo si te acercas.
Me gusta tanto su reflejo,
que nada a ellos, prefiero.
Tanto que contemplar sus tonos,
en tus días conmigo, ansío.
Tanto más que cerrarlos,
con un beso dulce como la miel
y con la suavidad de mis caricias ,
si pudiera y si estuvieras.
Qué ganas tengo de que llegues a mi vida,
qué ganas de besarte, qué ganas de tenerte,
qué ganas de tus ojos...qué ganas.

21.5.11

* El jardín del paraíso *

En el jardín de mi paraíso paseo si me buscas, rodeada de flores frescas, que  escojo por su fragancia delicada.
Acompañada siempre, de  melodías  hilvanadas una a una,  se adormecen  mis sentidos y cobras  vida, entre acorde y acorde .
El tiempo deja de ser el dueño de mis horas y entras tú , sin llamar a mi mundo, a mis momentos plácidos.
Se ausenta  la rutina cuando presiento tus pasos y me desvelo inquieta, pensando en tí, una vez más.
Tengo tanto que darte de mis sueños, un cuento de hadas que no está escrito.
Un cielo sin tormentas, mil besos  entrelazados, con sabor a vainilla y miel.
Eres quien completó mi vacío con tu sonrisa serena, el refugio acogedor para mi corazón perdido.
Trajiste sin quererlo, un  aire limpio con aroma a primavera, con tus susurros quedos a mi corazón cansado.

Constituyes la respuesta rigurosa a mis preguntas, la victoria total de mis guerras interiores.
Das  la realidad exacta al boceto de mi mente, cobrando forma y razón de vida, en tu persona.
Tu mirada clara me hizo quererte desde aquel lejano día, en el primer instante que te conocí, asaltando la frontera de mis ojos.
Rendiste mi sosiego con tus detalles y tus letras, en la savia de mi alma, adueñándote sin quererlo, de mí  alma.
Permaneces vivo en el altar de mi memoria, aunque te extrañe y guarde el silencio que me conmino.
¡Ojalá pudiera acercarte a mis abrazos y no soltarte nunca!.
Quisiera inventar a tu lado caminos nuevos, mañanas bellas en el vergel del amor.
Tengo besos tiernos de la vida, guardados entre mis pétalos de amor, que no nacieron en tus labios.
Sigo esperándote con mis sueños, dibujando en ellos  la silueta del afecto predilecto, con la pluma de mi  devoción por tu persona.
Navego con calma por el  río de la vida, bajo el cielo enamorado  del color de tus  azules.
Te extraño porque me faltas, te quiero porque quiero quererte, sin razones explicables.
Dame tu mano y ven a mi lado. Asómate conmigo a ver el sol cada mañana, en mis amaneceres.
Despide junto a mí, noche a noche, miles de estrellas que nos contemplan altivas  y encuéntrate feliz conmigo, en el jardín del paraíso, el que te espero.






20.5.11

* Nada *

No entiendo a la gente que me llamó amiga y se va sin despedirse, sin una sóla palabra.
Me cuesta entender esas actitudes, que no creo merecer, ni por asomo.
La amistad virtual es de alma a alma, se comparten cosas personales y se espera la discreción absoluta, la misma que se ofrece.
Todos tenemos defectos, yo la primera, pero sé reconocerlos y cambiar, a mejor si puede ser.
Me duele el no haber sabido llegar a esa persona o no interesarle ya, después de haberme esforzado tanto y haber entregado lo mejor de mí.
Aún más, el no haber sido valorada y apartada a un lado.
Me da que pensar, la gente que no viene de frente, que anda con misterios y alarga los plazos de detalles necesarios, para conocerse.
Llaman a mi puerta cuando no tiene nada mejor que hacer, sabiendo que no fallo.
No me gusta ser  el comodín de nadie, ni plato de segunda  mesa de amig@s convenid@s.
Me entristece el no ser tenida en cuenta para las alegrías ajenas y que se me mantenga en rincón.
Nadie es necesario en la vida de nadie, pero las cosas duelen, la indiferencia duele, los silencios duelen.
Las vidas siguen siendo las que son y considero que la amistad es un incluir, en cierto modo a esa amistad.
Un amigo no soluciona los problemas personales, porque no son suyos, pero te da su punto de vista y su apoyo incondicional.
Tampoco es aquel que te adula, para ganar tu alma, eso no es necesario entre amigos.
A veces, sí te zarandea la conciencia y te hace ver que estás equivocada, porque le importas.
Pero el amigo, hombre o mujer, está, es y parece lo que dijo ser al principio.
La amistad es un sentimiento puro, desinteresado y en las dos direcciones, compartiendo juntos el peso de la vida.
Un amigo no oculta nada, porque nada tiene que esconder, confía del todo, sin miedos y sin peros.
Hoy estoy  entristecida por actitudes de quienes creía amig@s, que se fueron de puntillas, sin explicación alguna.
Sin un ¡adiós y que te vaya bien!...queda esa amistad,  en  NADA.







19.5.11

* Sueño azul *

Mi cielo me regala ahora mismo, un día blanco y gris, con  sus nubes aterciopeladas, que se agolpan delante del sol, superponiéndose una y otra vez ante mis ojos.
Son altivas y mimosas e insisten en ocultar el  azul, que cede amable su sitio, a quienes compiten en belleza entre ellas.
Modelan lentamente formas preciosas, mientras yo las contemplo embelesada y me doy cuenta que todo lo demás desaparece, excepto ellas.
Pienso si tú las verás desde tu ventana,  en medio de tu ir y venir por la vida .
Y te extraño,  porque no sé qué me pasa, cuando te recuerdo.
Te echo de menos y me hace daño no saber si tus ojos siguen siendo tan azules como imaginé, al mirarme en ellos en mis sueños.
Te espero cada noche y cada día en que vuelves a mi mente, con todo lo que me gusta de ti, cuando te pienso.
Te siento feliz más adentro de mis pulsos vivos, aunque no pueda tomar tus manos en las mías, con caricias inventadas para nosotros.
Te busco en mis paseos por un puerto imaginario, mientras tú me enseñas los colores de tu vida,  tus sonrisas y tus paisajes preferidos.
Te tengo en mi mente, como un fiel centinela, que cuida la morada de mis tiempos y los endulza por entero.
Te creo, con tus dudas y tus miedos, con tu cansancio y tus zozobras interiores , porque me atrapas.
Te hablo, sin voz, sin miradas y sin condición alguna, porque lo elijo y me gusta.
Te cito en mis sueños, para que vengas conmigo a soñar y te quedes a mi lado.
Mas, las nubes silenciosas, se disipan ya y van en busca de otro lugar, donde quedarse por un tiempo a su capricho.
Dejan sitio al cielo azul que me conoce, el que tanto me gusta y  que sigue recordándome el color  de tu mirada.
Y te extraño ahora. No sé por qué, pero te extraño.






18.5.11

* Callada *

Hoy no sé qué contarte, pero aún así quiero decirte cosas, que no tengan sentido para tí.
Las palabras se fueron en volandas por el cielo y tardarán en volver, seguramente.
Busco en mi pensamiento aquellas que están dormidas, para que cobren sentido y engalanen una hoja en blanco, que espera callada.
No me sirve el murmullo acompasado de los pájaros, piando sin parar en un árbol renanciendo a la vida, que casi roza mi balcón.
Tampoco valen  los ladridos de un perro enfadado, en un balcón de arriba, reclamando atención de quien pasea por mi calle.
Remuevo los silencios que me envuelven en este instante, trato de que entender qué quieren decirme sin palabras.
Intento entender qué pudo pasar, para llegar a esta mañana y no saber qué decirte.
Hay días grises, aunque la brisa me empuje a pensar que, con las horas serán azules y brillantes.
Hoy es uno de ellos y quiero que corra por mis horas y que acabe contandome qué pretende de mí.
A veces, me siento confusa, en medio de una mañana, preguntándome el por qué de tantas cosas, pero no se me da respuesta.
Me gusta que brillen mis ojos, si una melodía tintinea en el eco mi alma. Tú lo sabes, te lo dije.
Procuro sostener esa alegría y dibujarla en mis labios, perfumarla con la esperanza de que tú entiendas, lo que no te pude contar, porque te fuíste.
Quizá mañana te hable de cientos de cosas, de la luz, del mar, de un color o de muchos.
De un café, de la vida, de tí , de mí, de nosotros o de nadie.
Ven mañana, aquí me tienes, lo sabes.
Estoy para tí, siempre.





16.5.11

* Perfume de cielo *

El viento cuando retumba en el aire, trae mal de amores, de corazones dolientes.
Trata revoltoso e insistente de hacer cosquillas en los labios, para arrancarle mil  sonrisas, despacito.
Los amores que lloran acaban curándose, contemplando y regalando flores de pétalos rosas y blancas, esas que saben acariciar el alma, con ternura infinita .
Sanan con besos nuevos y dulces, con mil abrazos en el salón de la casa o a la orilla de la playa, juntos de la mano.
Curan y olvidan todo, vuelven a amar, con mucha paciencia y tiempo de colores.

¿Sabes de qué color tienen la voz las rosas?
Tiene un tono suave, quedo y arrebola la tristeza, trasladándola a la cima de las nubes.
Suena a cielo y te llena por dentro, como cuando el mar decide morir en la playa y se duerme plácido ante el sol que lo contempla.
Así es el color, el que yo distingo y prefiero, cuando paseo por un mar que no conozco todavía.
Sé que existe, con cientos de flores de mil matices, tantas como besos nuevos.
Es un tono, a veces del blanco de la espuma, haciendo caracolas sobre la arena de la playa, que lo abraza.
Y semejante, otras tantas  al azul aturquesado y transparente, parecido a unos ojos que quisiera encontrarme, mirando de reojo al sol, cuando amanece.
Ese azul, que casi es insostenible en mis pulilas, sabe colarse en el fondo de mi alma y que me permite volar a los suyos e invadirlos.
Es un  azul distinto, que no se inventó todavia, porque sólo está en lo alto del cielo, esperando ser conquistado, cualquier mañana temprana, del verano que despierta.

No existe aún, porque es el tuyo.

15.5.11

* Sin palabras *



Te has ído y en tu último suspiro dejaste las pocas fuerzas, que te sostenían en tu lucha, por agarrarte a la vida.
Un final cruel y doloroso para tu cuerpo, tus ilusiones y para quienes te admiramos y quisimos tanto, te arranca para siempre de nosotros.
Te vas joven y para siempre, sin despedirte casi, sin poder abrazarnos, sin un adiós.
Te has ído sólo, como querías.
Acompañarás en el cielo de los justos, a tantos que te precedieron, queridos y también amigos.
Vivirás otra vida distinta, en ese plano que existe, aunque muchos lo nieguen.
Ya nada te duele, estás tranquilo, paseas entre las ondas celestes, contando tus cosas, con tus sonrisas de siempre.

No me quedan palabras, ya no hacen falta.

¡Descansa en paz amigo, que tu recuerdo nos dejas, en el alma dolorida!.

* No puedo dormir *

Ahora mismo estoy sola con la noche, no puedo dormir y vine a dejarme llevar, sin que nadie me interrumpa.
El silencio afuera es mayor que siempre.
La luna está colgada del cielo, como cada noche y tendría que asomarme a la baranda, para verla.
Quizás más tarde salga a despedirla, repasando las estrellas una a una, desde que tengo memoria.
Me envuelve una suave brisa, que se cuela juguetona por los barrotes del balcón, situado a la derecha, de donde estoy acomodada.
Y me falta algo, no sé qué es, no sé cómo describirlo, ni siquiera sé explicar la sensación con la certeza de ser entendida.
En mis oídos resuena un saxofón, en un "sólo" maestro y se despide con su última nota, dando paso a otra canción de las que tengo elegidas en mi rincón preferido.
Y justo en medio de todo esto, dibujo unos besos que no tuve, imagino una sombra que no sé qué proyecta, pero que se pasea por mi pensamiento una y otra vez.
Unos recuerdos lejanos de un voz que inventé, en  una vida que no existe , empeñada en nacer y seguir un rumbo incierto.
Mañana todo quedará atrás, la voz inventada  por mí, quizá vuelva a hablar delante de mis ojos, algún día o callará para siempre, no lo sé.
No está y la estela de su silencio hoy se nota más presente en esta noche que me mira.
No estoy herida, tampoco triste, sólo... no podía dormir y extrañaba este silencio que tanto me agrada.




 


14.5.11

* Mediodía * ( 21 / Fin )

El amor de Celia y Tomás se selló con mil besos, uno tras otro, día tras día.
Juntos, con Ana su hija, fueron construyendo un amor sólido.
Nació sin su permiso, enmedio un mediodía claro, al entrar en un mismo bar y unió el corazón de Celia al  de Tomás, para siempre.
El joven enamorado se trasladó a vivir a la ciudad de Celia y abrió un despacho de abogados, en una calle céntrica de Murcia.
Alcanzó un prestigio sobresaliente en los bufetes y juzgados y ello les permitió tener una vida acomodada y tranquila.
Celia, la dulce Celia, cuidó hasta el final de sus días a su madre, con el amor que le profesaba como hija y le hizo el regalo más maravilloso que pudo soñar, esa nieta rubia y de ojos azules como el cielo: Ana.
Vivieron los cuatro juntos, y la madre de Tomás se unió a la familia enseguida, por expreso deseo de los dos enamorados.
Hizo María, una amistad fraternal y cómplice con la madre de Celia y paseaban juntas, cuidando al alimón a su querida nietecita.
Compatieron todo juntas, testigos del amor de sus dos hijos, en una preciosa casa, en las afueras de la ciudad, sita en una urbanización elegante, hasta el fin de sus días.
Celia quiso que todas sus mañanas tuvieran un trozo de cielo al  alcance de sus ojos. Sentarse en el césped del jardín, con los  amores de su vida, a seguir contemplando las nubes, entre beso y beso.
Ana creció con mucho amor, rodeada de sonrisas y ternura, con  sus dos abuelitas que la adoraban y consentían todos los caprichos, sin dejar a un lado la  disciplina y los valores que inculcaran, de igual manera, a sus hijos Celia  y Tomás, en sus infancias respectivas.

Unieron sus vidas Celia y Tomás, prometiéndose  un amor  para siempre y alimentarlo a diario sin desfallecer.
Las madres de los novios lloraron emocionadas, el día de la boda, mientras se abrazaban como hermanas, henchidas de felicidad, con el mar  Mediterráno al fondo, como rúbrica de aquel ágape nupcial.


Y... el relojito de plata antigua, marcó muchas horas, todas ellas del amor de la pareja, en la muñeca de Celia.
Fué la excusa perfecta para Tomás, cuando tenía miedo de amar a Celia un mediodía.
Sería siempre el testigo silencioso, afanándose en seguir con su tictac, emulando los latidos de los corazones de aquellos dos enamorados.

** Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. **
Cayo Cornelio Tácito


                                
P.d.  Este relato está dedicado a tod@s vosotr@s, mis querid@ss lector@s que, día a día me alentásteis a escribir  y continuar este relato, con mi imaginación y vuestro apoyo tan especial para mí.










10.5.11

* Mediodía * ( 20 )

Celia se abrazó fuertemente a Tomás, sollozando de felicidad, con una incredulidad que íba desapareciendo, junto con sus tibios sollozos.
No estaba soñando,no. ¡Era él!!.
Había vuelto a verla y ambos temblaban de emoción, sin importarles la gente que íba y venía por la acera.
Tomás buscó con sus ojos los de Celia, se puso serio y la miró fijamente,  tomó sus manos entre las suyas y las besó repetidamente.
Secó tiernamente las lágrimas de Celia con sus manos y le sonrió embelesado en el brillo de sus ojos.
Y Tomás rompió su silencio :
- Celia, hay algo importante que tengo que decirte, por eso he venido.
- No sé si esperé demasiado tiempo, estaba confuso, ya no lo estoy y  por fin, me presento ante tí.
- Celia te quiero, me enamoré de tí  aquel mediodía, como un adolescente. No puedo vivir sin tí, sin tu presencia, me es del todo imposible.
- No pude ni quise olvidarte. Te amo Celia, con todo mi corazón.
Celia le escuchaba, algo sorprendida, sin interrumpirle.
- ¡Me ama, Dios mío, a mí!, - se decía a sí misma.
Con voz entrecortada tomó fuerzas y  le confesó  a Tomás sus sentimientos:
- Yo..., yo  tambien te quiero, siempre te quise.
Tomás miró a ambos lados, había personas que observaban la escena entre los dos jóvenes con interés y se rió junto con Celia de la situación, con cierta vergüenza.
Encogió los hombros, sonriendo a la gente y les espetó:
- ¡ Amo a esta preciosa mujer, señores !.
Y se besaron en los labios, con un beso puro y apasionado, sin importarles para nada el público que vigilaba sus actos.
Celia sintió su amor recorriendo todo su cuerpo, como si  un rayo de fuego la atravesara, de sus labios a los pies.
Tomás le dijo que quería hablar con ella, contarle lo mucho que había pensado todo este tiempo en iniciar una relación seria con ella.
Celia , también tenía algo muy importante que decirle y no sabía como reaccionaría él, ante el secreto que guardaba en su corazón.

Pensó deprisa y creyó que lo mejor sería que lo descubriera con sus propios ojos. Era el derecho de Tomás y la obligación de Celia revelárselo tal y como había sucedido.
- Tomás, vamos a mi casa, hay algo que debes saber y...aquí no es sitio. Subamos, ¿quieres?.
Él asintió, interrogando con la mirada a Celia y  dejándose llevar dócilmente por ella.
Sacó la llave del bolso y entraron  juntos y de la mano al vestíbulo del edificio, atravesaron éste y  Celia  abrió la puerta de su apartamento.
La madre de Celia la llamó desde el fondo de la casa:
-¿Eres tú, hija?.
Celia se armó de valor, pues el momento era especialmente intenso. Respiró muy hondo y contestó a su madre :
- ¡Sí mamá ya llegué!. ¿ Puedes salir mamá? ¡Quiero presentarte a alguien!.
La madre apareció en el hall extrañada, arreglandose el pelo, ¡su hija estaba acompañada!.
La besó como hacía cada día y miró de arriba a abajo a Tomás, le extendió la mano y le sonrió con un saludo.
- Mamá, este es Tomás y ella es mi madre.
- Señora, encantado de conocerla. Yo... yo quiero a su hija señora, con toda mi alma. No...no sé qué más decir, discúlpeme, pero la amo.
La madre de Celia soltó una carcajada nerviosa y miró  con amor y emoción a su hija.
Sus ojos de felicidad decían todo sin palabras y supo sin preguntar nada que, él era el hombre que nunca nombró Celia.
Pasaron al salón  se sentaron en el sofá de cretona inglesa cómodamente los tres y Tomás explicó a las dos mujeres sus sentimientos de amor.
Su madre entendió en su interior por qué había decidido Celia que fuera en casa y no en otro sitio, lo que le tenía que decir a Tomás.
Celia se levantó del sofá y le dijo a Tomás:
- Ven, por favor. Hay  alguien más que quiero que conozcas.
Fueron de la mano por el corredor de la casa y la madre se quedó sentada en el sofá, como hubiera querido Celia.
Ese momento tan especial era de ellos dos, los enamorados  y en exclusiva.
Se asomaron a una habitación que estaba en semipenumbra, toda decorada en rosa pastel.
Tomás no entendía nada, pero guardó silencio, como aturdido por la situacion, sin soltar la mano de Celia.
Ella tiró suavemente de él y lo aproximó a la cuna, donde la pequeña dormía plácidamente.
Celia prendió una lamparita de luz de la mesilla para que la viera mucho mejor.
- Tomás, esta niña es... Ana, es... hija tuya, nuestra hija.
Él no podía dar crédito a lo que estaba viviendo y se echo a llorar de felicidad, sin apartar su mirada de la niñita.
- ¿Puedo cogerla?, ¿no se despertará?. ¡ Dios, una hija tan bonita y nuestra, tuya y mía!.
Tomás cogió a su hija muy delicadamente de la cuna y la estrechó contra su pecho. Besó  con ternura su  rosada mejilla una y otra vez, con sumo cuidado y volvió a decirle a Celia:
- ¡Te amo Celia, te amo tanto, que no sé si merezco tanta felicidad!.
Gracias por hacerme tan dichoso, soy el hombre más feliz de la Tierra.

Continuará...









5.5.11

* Mediodía * ( 19 )

Celia tenía su trabajo relativamente cerca de su casa y aunque hacía frío, solía ir andando, así despejaba su cabeza, una vez que ponía fin a su jornada laboral.
Íba bien abrigada, debido a los rigores del invierno y estaba deseando de llegar a casa, ver a su hijita, tal vez durmiendo ya.
Comería algo ligero y mientras, su madre le contaría cómo habían pasado la mañana las dos.
Su hija Celia, era su más paciente contertulia, para escuchar lo referido su mejoría, día por día, sin dejar uno por comentar.

Estaba llegando a su portal y como de costumbre, Celia introdujo su mano en el bolso, para sacar su llavero, y entrar  al vestíbulo sin pulsar el timbre comunitario, por si Ana estaba dormidita.
Tomás la vió llegar por fin, desde el ventanal de la cafetería, donde llevaba esperándola mucho tiempo.
Un alborozo tierno y dulce oprimió su pecho y la necesidad de correr donde estaba ella y abrazarla,  le paralizó en el asiento, por un momento.
Respiró hondo, muy hondo, sin perder un sólo segundo,se levantó de la silla, sin perderla de vista, sacó su portamonedas y dejó unas monedas en el platillo.
Salió de la cafetería y le gritó desde la otra acera: ¡¡Celia, Celia!!.
Sorteó los coches que circulaban por la calle, sin sopesar que podían atropellarle.
No le importaba nada más que llegar a su lado y corría feliz a su encuentro.
Celia escuchó su nombre y miró a su alrededor muy extrañada. Aquella voz le resultaba familiar, pero no la relacionaba con nadie y trató de localizar el origen de donde venía.  Le llegaba de la acera de enfrente y le hacia señas con el brazo.
El corazón de Celia  comenzó a latir tan deprisa que parecía que íba a estallar, al reconocer que era Tomás,  su amor anhelado, quien la llamaba.
Se paró en seco y se puso las manos en la cara y rompió a llorar nerviosamente, como una niña pequeña.
Miles de sensaciónes en su interior, se transformaron en un gimoteo nervioso.
Él estaba ya casi a su lado. Jamás pudo imaginar que él, Tomás, estuviera allí, frente a ella.
Él, no preguntó si podía abrazarla, ni siquiera lo pensó, sólo la contempló un instante con sus ojos de cielo, llenos de emoción sostenida y se fundió en un  intenso abrazo con Celia.

Continuará...


4.5.11

* Mediodía * ( 18 )

Tomás llegó a la puerta del hotel y un mozo se apresuró para ayudarle con el equipaje, que depositó al lado del mostrador, a la espera de una señal  del cliente, para subirlo a la habitación.
No subiría de inmediato a la suite y así se lo hizo saber al empleado, agradeciendo sus servicios con una generosa propina, que sorprendió al joven botones.
Tomás firmó el libro de registro de entrada y preguntó al recepcionista que le atendía, por el depósito que hiciera, meses atrás del relojito de plata antigua.
Nadie había llamado, ni preguntado por ese objeto en todo este tiempo y Tomás le indicó que se lo diera y que él se lo devolvería personalmente a su dueña.
El empleado no hizo comentario alguno, sobre los detalles del olvido de la dama, ni de la posible relación con su cliente,  lo extrajo del cajón y se lo entregó en mano.
Sacó un pañuelo del bolsillo y lo envolvió con mimo, depositándolo en su cartera de mano y subió a la suite, la misma de la vez anterior,  por expreso deseo suyo.
Cuando abrió la puerta, todos los recuerdos afloraron en su mente, aquellos últimos tan dolorosos sin Celia, la nota que dejara en un sobre y una flor.
Una amargura que conocía bien Tomás revivió en su pecho, la de haber perdido así, de aquella manera tan inexplicable a Celia.
Cerró despacio la puerta detrás de sí y alejó esa sensación acibarada de su mente, conforme avanzaba al dormitorio.
No quería sino hallar a aquella mujer, decirle que le extrañaba mucho y conforme fuera la reacción de Celia. confesarle sus sentimientos.
Ordenó su ropa en las  perchas paralelas de madera, en el amplio armario y mentalmente planeó su estrategia, para dar o al menos intentar encontrar la casa de Celia.
No debía olvidar el relojito, esa era la excusa perfecta para verla y lo contempló una vez más, acariciando su esfera ovalada.
Abandonó el hotel, se sentía algo inquieto por la situación, pero también ilusionado con que ella, aún estuviera en la dirección que le facilitara el taxista mucho tiempo atrás.
Paró un taxi, con una indicación de su mano y el taxista prestó oído a la dirección que el cliente le indicaba.
Tomás no podía relajarse con la conversación del conductor, apenas le contestaba, pero éste parecía empeñado en comentarle lo mal que estaba la circulación.
En su mente sólo había un nombre que se repetía una y otra vez : Celia.
La carrera del taxista llegó a su destino y éste le indicó el portal solicitado, con un gesto con la mano derecha, mientras Tomás se apresuraba a pagarle el  importe de su viaje.
Y se quedó en la acera, inmóvil, contemplando un portal franqueado por una gran puerta de hierro forjado, donde parecía vivir ella.
Miró la fachada, no tenía mucha altura, tal vez cuatro vecinos a lo sumo.
No quiso apresurarse, llamar cualquier timbre y preguntar por ella, no lo creía conveniente todavía.
Esperaría a que ella entrara o saliera, quizá eso le daría idea de cómo estaba y con quien.
Cruzó la calle y entró en una cafetería, instalándose en una mesa, justo al lado de la ventana, donde la visión del portal de Celia era perfecta.
Miró su reloj y era la una de la tarde, el tiempo parecía discurrir más lento que nunca, pero tenía que esperar... un poco más.

Continuará...








3.5.11

* Mediodía * ( 17 )

¿Cómo no amar a Tomás, si le dió lo más bello del mundo que pudo ofrecerle aquella tarde de primavera, al colmarla de besos y caricias?.
Cada vez que besaba la carita de Ana, cuando la acunaba en su regazo y cuando, simplemente la contemplaba dormidita en su cuna, el rostro de Tomás cobraba forma  precisa en su mente.
-¿ Qué habrá sido de él?.
Celia siempre se preguntaba lo mismo con un suspiro de tristeza y no tenía respuesta alguna.

Tomás sentía una necesidad imperiosa de verla y saber qué había sido de ella.
Se arriesgaría, lo había decidido hace tiempo y trataría de encontrarla, aún a riesgo de fracasar en su empresa al dar con su paradero.
Sentía una ilusión casi dolorosa en su pecho, acomodado por fin en el tren, que devoraba ya la distancia entre ambos. Deseaba fervientemente que el tiempo fuera nada y acudir a ella, su amor  y su razón de existir, desde hacía muchos meses.
No planeó nada, simplemente iría primero al mismo hotel de aquel mediodía de Abril, a la misma suite en la que amó a Celia y el resto sería improvisado, a partir de aquella dirección que le facilitó el taxista.
Necesitó todo este tiempo para convencerse de que los sentimientos que nacieron en su corazón, no fueron un simple rato  de pasión y deseo.
Algo muy fuerte le llamaba desde lejos, noche tras noche y día tras día y alguna de ellas se despertaba enmedio de la noche, llamándola desconsolado.
Y el tren llegó por fin a la ciudad donde dejó su corazón, junto al de Celia.
Celia salió de trabajar, a su hora, como de costumbre y aligeraba su paso por las calles, sin perder tiempo, su niña la esperaba.
Seguramente, se decía, ya habría comido su papilla  y la abuelita estaría cantándole alguna de sus nanas.
Solía emocionarse mucho, al escucharlas en la voz suave de su madre, que las tarareaba con ternura, mientras acunaba a Ana, su nieta.

Continuará...