31.1.11

* Inesperada *


No uso relojes, siempre que puedo, los olvido.
Me da igual las tres que las nueve.
No soy ni perezosa, ni madrugadora. Me despierto sola y despacio, cuando los rayos del sol me hacen cosquillas en la cara.
No miro por la ventana, nada más despertarme.
Tardo un poco en espabilarme y me gusta ese estado de ensueño, esa sensación de descanso que necesitaba, cuando cerré los ojos.
Cuando despierto, permanezco un poco con los ojos cerrados, animándome a dar el salto e incorporarme, pero ese poco es necesario y lo vivo cada día, con verdadero deleite.
Camino descalza y necesito refrescar mi cara, siempre con agua fría, cepillar el pelo hacia atrás y hacer la toilette matutina.
Ya espabilada y aseada, suelo perfumarme con colonias muy suaves, las muñecas y la nuca.
Me gusta el aroma sutil de las fragancias que llevan flores.
Me dispongo a desayunar, sin mirar el reloj, bebo mi café, siempre en taza y sin plato, mirando ya sí, por la ventana, esperando a mis gorriones fieles.

Compartimos cada mañana el pan, ellos y yo, sin faltar un sólo día. Y con mis sonrisa leve, sus trinos.
Me gusta observar, sin asustarlos, cómo se pelean, quien manda y quien espera y cual es más paciente de todos ellos.
Mis calles cuando las cruzo, son estrechas y vecinales, con poca circulación. Paralelas y perpendiculares, con poca historia y gente mayor.
Me encanta saludar a los ancianos , ellas y ellos, que conozco de vista, cuando voy a comprar la comida, el día que toca. Me inspiran mucha ternura, desde siempre.
Prefiero comprar a diario, tengo tiempo y charlo con la gente, de cualquier cosa.
No sé montar en bicicleta, es mi asignatura pendiente y tengo idea de, algún día aprender, por fín.
Tampoco tengo mar, al contrario, todo el calor del mundo, que llevo mal.
Prefiero el frío, la lluvia me encanta, siempre tuvo algo especial para mí, tras los cristales me resulta acogedora y bajo sus gotas me siento bien, con mi paraguas, paseando.
La estación que más me gusta, inevitablemente es el otoño, por la temperatura, por escapar del sofocante calor que me invade y por esa sensación dorada que se mezcla con el paisaje.
Me identifico con el otoño, fuí primavera jovial, fuí verano maternal, ahora soy estío maduro y me gusta esta epoca que vivo en mí misma.
Me adapto bien a los cambios, si hay una buena razón para ello.
Creo que no soy maniática, en nada. Prefiero innovar, no me gustan las rutinas y nunca hay una jornada, igual a la anterior.
Y cuando me miro al espejo y termino, veo unos ojos que fueron muy bellos, por su brillo y sus miradas. Siguen siendo castaños y es lo que más resalto de mí misma.

Inesperada tiene mucho de mí, cuando se despierta y sueña. 




30.1.11

* La hora del timbre *

Ya tomé mi café, frío y de ayer.
Lo hice ayer tarde, se me olvidó en su jarrita de cristal y me da pena tirarlo.
Recuerda que ayer te dije que mis días nunca son iguales y hoy el sol no me despertó.
Se acostó a mi lado y veló mi sueño un rato más, confundiéndose entre mi pelo.
Me notaría cansada del trasiego de ayer noche y me concedió licencia, para muchos prohibida, de amanecer a las horas que son.
Un timbre, el de la puerta, me reclamó a la vida de súbito, con un vuelco del corazón, asustado por el repiqueteo insistente.
Era una muchacha joven, de negras trenzas ensortijadas y con un aroma a mora dulzona, que apareció al abrir la puerta y dispuesta a venderme con energía algo, que no supe qué era.
Daba vueltas a lo mismo, una y otra vez, con preguntas atropelladas y sin piedad, taln y como estaba enseñada.
Le sonreí diciéndole que no era un buen momento para mí. Que lo sentía, pero que eran malos tiempos para contratos, cambios y ofertas maravillosas.
Extendió la muchacha su mano, como en un pacto de caballeros. Alargué la mía, confundida, estrechándo la suya levemente y suspirando se dió la media vuelta, desapareciendo por el corredor, en busca de más suerte, que yo le deseé, con un hilo de voz.
Me quedó un regustillo amargo, era joven y merecía más atención, pero me indispuso un poco, con su actitud nerviosa y poco clara.
Me urgía la cita diaria con mis gorriones, que ahora mismo pelean por las migas de pan, troceadas con mimo, antes de la hora del timbre.
Siempre me encantaron los pájaros, desde mi más tierna infancia, absorbían mi atención, con sus saltitos y picoteos insistentes, en la tierra, buscando algo con qué alimentarse.

Mis recuerdos de niña, son vagos y pocos, las fotos de aquel álbum de piel verde, me ayudan a verme como era en mi infancia.
Fueron días de frío, mucho frío, acompañando a la  nieve blanca y suave, que pisaba con mis botas azul marino, de caña alta.
Tapadita por los fríos, caminando de la mano y con ilusión por aprender a leer deprisa, mucho y bien.
Paseos por el parque, con mis hermanos y hermanas y mucha luz en el verano suave.
Risas, carreras, arañazos en las rodillas, juegos de niños, en los que me afanaba en ganar, con verdadero ímpetu.
El sabor de la vainilla, en los helados, fué el mejor descubrimiento de mi infancia.
Con verdadero deleite y ternura, endulzaron mis veranos de niña.
Aquel carrillo de ruedas desvencijadas, que escondía dentro varias barras de helado, era enfriado a la antigua usanza, con bloques de hielo, brillantes y azules.
La señora que nos llamaba alegre: - ¡Al rico helado! , con su delantal níveo y almidonado, generoso en puntillas y su mejor sonrisa, como reclamo.
El rito de sacar la barra de helado en una "L" metálica y plana.
Las galletas de oblea para sostenerlo  inmantaban mis ojos, en el afan del "corte" que nos ofrecía, uno a uno.
Un cuchillo plano, con empuñadura de nácar, largo y romo, que medía el grosor, según precio, del festín que me esperaba, algún domingo que otro.
Vainilla, fresa, nata o los tres.
Helados de mi infancia, qué lejos queda todo y qué ricos sabían.
¡A gloria bendita, como mi niñez!.


26.1.11

* Isa *

Sin saber porqué, vuelven a la memoria nombres  o imágenes de personas, sin explicación aparente .
De pronto, extendemos la historia que vivimos, de cerca o de lejos y nos preguntamos qué fue de su vida.
Desafortunadamente, a veces la respuesta es la peor de todas: murió.
Otras, sin embargo, reaparecen en nuestro camino, con más años encima, pero con el mismo talante y nos alegramos mucho.
Hoy recordé a  una muchachita, que llamaré "Isa", por preservar su privacidad y por honrar su memoria.
Un dato matinal en la radio, me dejó pensativa y como un resorte  lo relacioné con "Isa ", que despertó en mis recuerdos.
Nunca hablé con ella, pero sí la observaba a ratos, en el patio del colegio, ir y venir, entre todos los alumnos, con los que compartía recreo.
Era distinta a sus compañeras, algo la desigualaba, pero no sabía bien qué era.
Tenía el pelo liso y ceniciento, la cara pecosa y vestía con un estilo avanzado para los tiempos que eran.
Era pues, un signo de rebeldía a alguien o algo y sus maneras espabilaban a los moscones, que adulaban su femineidad y favores.
Pronto, para mi gusto, se dio al arte del maquillaje, sin saber el punto exacto de la exageración.
Destacaba de ella el trazo grueso y negro en  sus ojos verde aceituna, llamando poderosamente la atención en su cara de niña.
Pronto, demasiado pronto, inició sus pasos en el amor adolescente, sabiéndose deseada por muchos muchachos.
Era víctima de bromas pesadas de los chicos y de cierto rechazo de sus compañeras, quizá por la envidia de no tener su desparpajo.
Su aprovechamiento escolar, no iba acorde a las expectativas de sus profesores, puesto que sus miras eran otras que las de ser una alumna destacada y dócil.
Empezó a faltar a clase, excusando enfermedades diversas, sus resultados eran malos y con el tiempo desapareció del instituto.
Nunca vi a su madre, preocupada por sus avances escolares, ni asistir a las reuniones de primeros de curso.
No es juzgarla, pero es significativa la ausencia y la falta de interés de sus padres, a mi parecer.
Vivió la vida muy deprisa, cometió muchos errores y nadie debió aconsejarla, ni estar a su lado. 
De "Isa" y de aquel entonces se  quedó grabada en mi retina, su mirada triste y su piel blanca y pecosa.
Hace poco, meses quizá, mi hija alarmada me recordó su nombre, en una noticia breve, que había escuchado en la radio local.
Buscamos su foto por sus nombre y apellidos, en internet, hasta dar con la referencia escrita de la noticia.
" Isa", llevaba dos años muerta, rondando los dieciocho y aún no se ha hecho justicia.
Su maltratador en vida, a quien ella debió querer hasta la locura, le descerrajó dos tiros de escopeta y acabó con su vida.
Celos infundados, despecho, amenazas, qué más da. La mató.
Pasó el tiempo y el asesino, sigue viviendo, sin una condena merecida y ejemplar.
La justicia, tan ocupada ella, no será justa de nuevo.

" Isa ", descansa en paz, porque a vivir no te enseñaron, ni te dejaron ser feliz, como merecías.





25.1.11

* Sólo *

* Sólo, mi perro *
Tú, Sólo, no tienes una historia de película de Disney, ni tienes pedigree reconocido.
No eres la envidia de barrio, cuando caminas a mi lado, olisqueándolo todo, con tu hocico curioso.
No tienes una voz como la mía, para decirme qué necesitas, pero nos entendemos con la mirada, sin palabras.
Tienes tu carácter, algo especial e independiente, sí. Pero sé que me cuidas siempre, a tu manera de perro, la que aprendiste en tu hogar, nuestro hogar.
Llevas ya siete años con nosotros, desde aquel primero, cuando decidimos adoptarte.
Un ilógico e irrefrenable arranque de tener una mascota, me llevó a buscar un cómplice en la familia, mi hijo mediano.
Fuimos en autobús a elegirte, entre una veintena de perros, que ladraban sin cesar en una perrera municipal.
Quisimos mi hijo y yo, empezar una historia  con un perro, desde el principio casi de su existencia, sin saber que estabas en algún rincón, esperando ser recogido.
Miramos con más gente, jaulas y más jaulas, de canes ya crecidos, ladrando sin cesar, con el hocico pegado a los barrotes.
Me preocupaba no saber la historia  pasada que tenía cada uno de ellos, antes de ser "recogidos" de la calle y por tanto, pensamos que era mejor  elegir un cachorro que un adulto.
Se lo comenté a la encargada, que mostraba poco interés en convencernos sobre alguno en particular.
No parecía estar muy contenta aquella mañana y se mostraba seria o preocupada por algo que no supe adivinar.
Y me llevó al rato, a un acotado sin jaula, encharcado de agua y barro, posiblemente por una reciente ducha que propinó  a golpe de manguera, a dos cachorritos negruzcos, que tiritaban de frío, en pleno Noviembre.
Mi mirada se centró de inmediato, en uno de ellos recogido en un ovillo en un rincón.
Me atraparon sus ojos negros como el azabache y murmuré dos  palabras :
_ " Está solito ".
Hice saber a la muchacha que quería aquel perrito. Mi decisión estaba tomada ya.
Una señora que estaba a mi lado, comentó:
 _" Yo quiero el otro, el que está a su lado ".
Ella, se llevó la hembra, Holy, y yo, un macho, sucio, algo maloliente y negro como el carbón.
Pesaba muy poco, eso me sorprendió curiosamente. Lo limpiamos como pudimos, firmamos nuestro compromiso formal de cuidarlo y nos lo trajimos a casa.
Fue todo un acontecimiento familiar, que marcó un antes y un  después en nuestra vida.
Le habilitamos una cajita de cartón en la cocina, para sus sueñecitos, sobre una toalla usada.
No le gustaba estar dentro de ella, lloraba y gemía sin descanso, cuando era la hora de meterlo, para nuestro descanso nocturno.
Optamos por ponerle la cajita en la entrada, así nos veía pasar a los habitaciones, pero "Sólo" tenía un problema, tenía miedo y no quería estar solo, nunca.
Necesitaba compañía y por fin lo entendimos, que no era para unos ratos, sino para siempre.
Consiguió lo que quería, estar siempre cerca de nosotros, de día y de noche.
Fue creciendo sano y fuerte.
Su pelo negro de cachorro, desapareció por completo, ahora es rubio, con los mismos ojos negros de Platero y yo. Únicamente conservó el pelo negro en los extremos de sus orejas caídas.
Sigue sin gustarle estar solo y llora mucho si tengo que ausentarme y no queda nadie en casa.
Me hace mucha compañía cuando dormita a mi lado, como ahora, respirando pausadamente. Siempre me sigue donde yo esté.
Pide poco cada día, tres paseos  al aire libre, alimento canino y compañía familiar.
El resto del día, o bien duerme enroscado en un cojín, o es maestro de ceremonias de quien llama a mi puerta.
Es un guardián excelente y ladra si se acercan desconocidos que no le inspiran confianza alguna.
Distingue claramente cuando uno de nosotros, busca las llaves del portal y se prepara en la puerta impaciente, para darle su recibimiento especial.
¡Qué cosas, le llamé Sólo y es tanto para mi!.
Es mi perro fiel y lo adoro.

21.1.11

* Olvidarte *

No quiero más música de pianos ni violines, para pensar en tí y entristecerme.
Hoy, ni siquiera el sol había aparecido en el día que comienza, cuando llamaste a mi memoria como primer pensamiento.
No quiero ni pensar que te distanciaste, mi alma me lo repite y le digo que se calle, que no es verdad.
La noche se durmió con mis temores y la luna. Siento que te pierdo sin más remedio, que te alejas en el mar de la vida, como una góndola a la deriva, de mis abrazos.
Si pudiera escribirte con palabras acertadas, cuánto te quiero desde el fondo de mi alma y convencerte.
Te amo con un amor sereno y esperanzado todavía, que atormenta mi corazón y  desgarra lentamente mi universo.
Cuando no estás conmigo, la miel de tus labios me falta, para sentirme completa.
Si fuí dichosa es porque te sentí conmigo y  todo lo demás no importaba entonces.
No soy tan fuerte como tú te crees. Ni mis vuelos son tan seguros como los de las gaviotas surcando el mar.
A veces soy un torrente desbocado de palabras y otras sin embargo, enmudezco en mi ventana frente a un amanecer, como una adolescente.
Soy más frágil que el aroma de una rosa temprana. Soy un susurro que ansía tu cariño y tus locuras.
Soy una soñadora que busca otra mañana, distinta a la que tengo .
Y tengo el corazón de una mujer que te reclama, enmedio de tus miedos y tus dudas.
¡Por qué me besarías!. ¡Por qué me dejaste como un pájaro herido!.
En mis sueños vuelo hacia tí, con esta amargura en el alma sin consuelo posible.
Me duelen  muy adentro las palabras que creí que me decías con tus ojos y  que no existieron en tu boca.
Me muerde la razón de mis verdades, ahora que te fuiste.
Ahora soy una mujer con la mirada triste, la que nunca quise ser, con un amor eterno que me quebranta día a día.
Pude estar confundida, la vida no es fácil para nadie, lo sé y lo sabes tú.
Sólo sé, que extraño el calor de tus manos en las mías, añoro el  fundirme en un abrazo de amor, en tus brazos.
Sólo sé que te amo y  por mucho que lo intente, no puedo olvidarte.


18.1.11

* ¡Ay, amiga! *


* Tú  y yo *
Amiga, qué palabra más impecable y completa para decirte que lo eres en todo, conmigo.
Mi amiga, porque lo siento cuando pienso en tí y me sonrío por dentro.
Discreta siempre, como pocas, sabes justo dónde me duele, cuando te sientas frente a mi, sin las prisas de la vida.
Paciente, interesada, por mis cosas, aunque te sean ajenas, en la distancia que nos separa.
Leal con tus amigos, con la sabiduría de dar a cada quien, su tiempo y espacio.
Delicada, cuando llegas con tu perfume de bondad e inundas de  paz  mi alma.
¡Ay amiga!, qué suerte tuve, cuando tu tiempo y el mío se dieron la mano.
Los juicios en tí no caben, porque sabes entender sin palabras, cómo es y cómo siente  esta amiga que te quiere.
Amiga viajera, de mirada  inquieta y serena, con alma de niña y corazón entregado.
Pido a la vida  una sola cosa, la dicha de abrazarte un día. Poder devolverte una mínima parte de toda tu entrega, sin pedir nada a cambio.
Amigas, que por malos que sean los tiempos, acuden prestas a la ventana de mi vida. Tengo poquitas, pero excelentes y eternas.

Tú,  mi querida niña,  mi amiga, supiste y sobretodo quisiste.
Y te quedaste a mi lado.
¡Gracias por tanto y por ser como eres!.

* Mi luna *

El silencio de la noche me invita a desaparecer, con los ultimos sonidos que quedan rezagados en la calle enmudecida y descansar, por fin.
Mi luna, la de todas las noches, luce altiva y serena enmedio de un cielo azul, muy oscuro y salpicado de estrellas rutilantes.
No se mira en el pavimento que me contempla, la luna plateada, que brilla majestuosa para mí ahora.
Esta noche me sabe a besos de vainilla, a guitarras punteando melodías delicadas.
Me provoca palabras dulces susurradas a mi oído, de mi amado.
Un viejo piano nos acompaña, mientras nos mecemos con sus sones, juntos, en abrazo de bolero.
Noche de amor, de te quieros, mirándonos a los ojos, de palabras dulces, de casi volar en sus brazos.

Y seguiré mi sueño, dormida, con mi vestido vaporoso, de  tul del color de la espuma, cuando el mar rompe en las rocas de cualquier muelle.
Seguiré  bailando sin parar, en sus brazos, sin que el tiempo nos pida pausas, con él, hasta el amanecer.
Quizá entonces, mi amado, se aleje despacio, hasta otra noche, hasta otra luna blanca.

Volveremos a bailar y volveremos a querernos. Lo sé.

13.1.11

* Mi despertar *



Un rayo de luz, suave como el terciopelo, me arranco hoy a la vida, colándose por las rendijas de mi ventana, hasta alcanzar mi  rostro adormecido.
Venía de un azul cielo, que tomó como vestido, entre el  ir y venir de las nubes lentas y blanqueadas, que se perdían a lo lejos.
Y hallé, después de tantos días a mis gorriones inquietos, en un árbol que se salvó de desvestirse en el otoño, quizá por rescatarlos del relente de la noche, incluso de la escarcha congelada en el extremo de sus ramas.
 Me saludaron con sus trinos alocados, disputándose  con jerarquía inquebrantable, las migas que les daba, sin calcular que había para todos, mientras yo me sonreía al contemplarlos. 

Un piano saltarín desgranaba con destreza sus  arpegios agudos, anegando  mi silencio y mi mañana.
Violines respondones callaban entre sus pausas y mecíanlo cuando sonaba, en un cántico de amor y besos.
Una y otra vez, las canciones insisten  en melodías con besos, que se quedaron dormidos en el tiempo, sin borrar ni uno sólo  de su memoria infinita.
Boleros que  suenan en mi despertar azul, con sus voces cadenciosas.
Amores de cuento de hadas, con sabor azucarado y suspiros al cielo azul.
Nostalgias, cuando el cielo elige ser plomizo y llora  de pura rabia, inundando con su pena los pasos de  la gente que no se para a reflejarse.
En el fondo del alma, sueñan amores de mil colores, con sus cielos y sus nubes, pero siempre siempre, con sonido de bolero enamorado.

4.1.11

* No somos nadie *

Hoy estoy algo triste, con una sensación de vacío y mis ojos se humedecen por detrás.
No son ganas de llorar las que tengo, pero tampoco me apetece sonreir.
Quizá de suspirar y repetirme una y otra vez lo corta que es la vida y lo difícil que la hacemos, cuando nos empeñamos en ello.
Las ocasiones que dejé pasar, por postponer  a un mejor momento, que nunca era el adecuado.
Las cosas que no hice, ocupada como estaba en menesteres, entonces importantes, hoy nimiedades.
Palabras que dejé sin pronunciar, por orgullo.
Perdones que debí pedir con humildad y que no verbalicé.

Desde esta tarde, pienso en el ataúd caoba brillante, presidiendo un acto de muertos, que me tenía hipnotizada con sus destellos.
Descansaba sobre unos soportes de hierro forjado, en medio del silencio de quienes despedían al amigo, que lo ocupaba hacía unas horas.
Muchos rostros compungidos por su muerte y en medio de todos, yo.
Una agonía lenta pintó sus últimos días su rostro pálido y doliente, sabiendo que su vida se apagaba como una vela de cera.
Aguantó lo suficiente, mientras esperaba a su mejor amigo, con el que había decidido despedirse de este mundo.
Quiso que su último aliento fuera a su lado, cerrar los ojos lentamente y no sentir ya dolor alguno, en su cansado cuerpo.
Una leve sonrisa en su cara, sin hálito ya, dió muestra de su paz de espíritu y su ejemplar vida, como ser humano.
Quienes acompañaron sus últimos minutos, estaban preparados para dejarlo ir en paz.
Su esposa, su amigo y sus hijas.
No lo conocí en persona, sí a su hija, amiga mía.
La forma de hablar de su amigo me estremeció sobremanera, con tanto elogio en su paso por la vida.
Me pregunté a mi misma, en medio del panegírico al difunto, cómo sería mi muerte.
Cuánta gente me lloraría y qué sentiría yo, cuando el momento del final se acercara.
No tuve respuestas, pero sí paz interior, la que se respiraba en aquel recinto entristecido.

Somos tan poca cosa y nos creemos que somos tanto, que nos olvidamos de hacer mucho por otros y se nos va la vida en quejas y egoísmos.

No somos nadie y en nada nos convertimos cuando ya no somos, ni estamos.

* Campoamor *


Nada es verdad o mentira, todo es según el color del cristal con que se mira, decía Campoamor.

Cristales transparentes, opacos, rosas, multicolores o tan densos que la luz no pasa, a su través.
Este cristal es el juicio, que asumen por derecho o sin él, quienes nos miran, negando los tonos intermedios, entre el blanco y el negro.
Toman la luz de su criterio, eludiendo lo evidente, esmerilando a su acomodo, pensando ésto y mañana por el contrario, aquello.
Se tornan en expertos murmuradores de las vidas ajenas, pavoneándose de la suya, intachable y docente.
Escudriñan detalles imprecisos, desde su ventana equivocada.
Sentencian sin toga, ni balanza y condenan por derecho, a una pena sin juicio alguno, con palmeros testigos invidentes, ni abogado defensor.
Estas personas, con una doble moral de fondo emponzoñado, no sólo critican con maledicencia hechos que desconocen e inventan a placer, sino que dan tres cuartos al pregonero, que les presta oído.
Como los jueces en su estrado, no pestañean cuando se trata hacer justicia, su justicia personal, sin pensar, ni por asomo, en el dolor que causan con su actitud de togado implacable.
El juicio comienza cuando se les tuerce en su camino triunfal, una persona que no les rinde pleitesía.
Empieza pues, en ese instante su denuncia personal, arguyendo torpe y lentamente, con pruebas delirantes, los motivos de su condenación perpetua, día tras día, como en la vista oral.
Buscan datos en despachos y registros de dudosa procedencia, con pruebas de humo y verdades de mentiras, de un delito que no existe más que en su mente perturbada.
El papel de abogado defensor está exento de todo punto en sus conciencias.
Su culpable es culpable, sin defensa, ni primero, ni después.
La empatía, por aquello de los meses de condena, que pueden ser años o toda una vida, no ha lugar.
Son jueces de los demás, pero no de ellos mismos, sentando plaza sin estudios de Derecho, pero con su ley, repleta de fracasos y soledades, como prueba y discurso.
De condena, la máxima y sin piedad: el desprestigio personal, aderezado con actitudes de baja estofa, por acusación convencida.
Para que aprendan y dejen de ser quienes ellos, los jueces de sainete y pandereta, jamás podrán ser.

Moraleja:
El que "decide" un caso, sin oír la otra parte, aunque decida justamente, no puede ser considerado justo. Lucio Anneo Séneca.