28.10.11

* Contrapunto ( 1 ) *



De todas las mujeres que cada mañana salen muy temprano a su trabajo, de muchas de ellas que rondan las cuarenta primaveras y aún conservan mucho de aquella lozanía en su rostro, de unas pocas que sonríen muchas veces y que parecen tener una vida perfecta, sobresale siempre una por algún detalle que no se sabe explicar a simple vista.
Irene es esa mujer. Vital, responsable en su trabajo, implicada con su esposo en la educación de sus hijos y en la armonía familiar.
Mujer infatigable y alegre, desde que el despertador repiqueteara a la derecha de su almohada cada mañana, muy temprano, en la que todo era una sucesión de actos organizados, como un ritual.
Se levantaba a las seis y media y el sol todavía dormía escondido detrás del horizonte, pero ella miraba por la ventana que éste le diera la sorpresa de llegar primero que ella.
Apuraba un café recién hecho, envuelta en un albornoz de Chenilla  hasta los pies, mirando de cuando en cuando un reloj colgado en pared de la cocina.
Iba planeando mentalmente las cosas que tenía que hacer antes de ir al trabajo. Levantar a los niños, dejarles la ropa limpia para que se fueran vistiendo, prepararles los sandwichs para el recreo, envolverlos el papel de aluminio y volver a reñirles suavemente, porque siempre se les echaba el tiempo encima a todos.
Una vez estaban los niños sentados desayunando, con sus cabecitas repeinadas y sus ojitos de sueño, Irene íba a su habitación a vestirse, con arreglo al tiempo que anunciaba el cielo aquella mañana.
Solía comprobar si lo que le apetecía ponerse al día siguiente estaba donde tenía que estar, colgado en perchas paralelas de madera, en la parte del armario que sólo era para ella.
Era un armario empotrado, con puertas correderas de madera y espejos de cristal laminado y ocupaba una pared entera del dormitorio, del suelo al techo, lo cual le permitía tener todo a mano y escoger con rapidez lo que se pondría.
Le gustaba verse reflejada allí, ya vestida con sus medias de lycra fina, traje  gris marengo, de falda lápiz, en  raya diplomática, un fino jersey cuello perkins color gris perla y sus zapatos de salón negros.
Le gustaba perfumarse despues de haberse maquillado discretamente y tras cepillarse su pelo, comprobaba que los niños estaban listos para bajar a la parada  del autobús escolar, justo debajo de casa.
Anotó, como siempre en un folio las cosas que Flora, la asistenta que arreglaba la casa, no debía olvidar de hacer cuando le tocaba venir.
Tenía plena confianza en ella, le había sacado de más de un apuro, cuando tenía algún contratiempo en el trabajo y se retrasaba. Flora siempre estaba dispuesta y pensó muchas veces que había tenido mucha suerte cuando la contrató hace ya seis años y por nada del mundo quería perderla, pues era sus pies y sus manos en su ausencia, cuando Irene trabajaba.
Más de una vez se quedó  al cuidado de los niños, se hacía querer por ellos y los trataba con dulzura y para Irene esto era muy importante.
Su marido, Leo, viajaba mucho por su trabajo y se veían los fines de semana, cuando él descansaba y volvía a casa con su familia.
Llevaban bien esta forma de vida, una como tantas otras, eran una familia organizada.
Irene, suspiraba y siempre se repetía eso: ¡Todo va bien!.

Continuara...

25.10.11

* Otoño *




Ha invadido el paisaje de nuestro entorno, sin pedir permiso y pocos indicios quedan de aquellos días de asueto, de sandalias y mangas cortas, de playa, de dormir sin sábanas y de reir a carcajadas.
Queda lejos aquel  helado de frutas silvestres, encajado en un cucurucho de oblea tostada, al caer la tarde. La gente que íba y venía no prestaba atención ,en su paseo por aquel bulevar, al sol que se iba ocultando irremediablemente en el horizonte.
Se fueron muchas cosas, otras tantas personas, unas ajenas desde siempre y otras con carácter voluble, según acomodaba la brisa reinante.
Caen ya las hojas de los árboles por docenas, secas y al suelo , mueren sin más, como se van desvaneciendo las  ilusiones, que por vanas e inconsistentes fenecen en el pozo de lo absurdo.
Y llueve, dentro y fuera de mi corazón.
En  la calle llueve suavemente y en mi alma, a ratitos sólo,  hay gotas dulces y silentes que no entienden porqué brotan, ni saben consolarme.
El frío llega, lo tengo casi a mi lado y no tengo abrigo, ni fuera ni dentro, me quedé sola y me pilló de improviso.
Mi ayer fue alegre, confiado, sincero y de amistad y hoy no queda nada sino muecas tristes, muchas preguntas que no tienen respuesta y un tremendo vacío.
He de vivir el otoño que me toca, seguir paseando por mis sueños, sola, como debió ser siempre, amparada en mi paraguas de mi credo.
Tendré frío muchos días, tenderé la mano y las preguntas cesarán, yo olvidaré.
La lluvia quizá pare y viviré este otoño en plenitud, con lo que me queda que es mucho.
Sé que tengo manos incondicionales, manos amigas, que tomarán mi alma. La acariciarán mis horas bajas de niña triste y me escucharán en silencio sin juicios, ni reprimendas.
Siempre estuvieron ahí, por malos que fueran los tiempos, pusieron su hombro en mi cara, me acogieron con ternura en su regazo y sobretodo creyeron en mí.
Eso me mantiene, me alienta y me consuela, su lealtad y saber que incluso en otoño, nos  queremos tal y como somos.




20.10.11

* Granada ( final ) *



La curiosidad de los enamorados fue asaltada por las cuerdas de una guitarra, siguiendo la señal de sus notas rítmicas y se acercaron a una antigua bodega, reconvertida en una especie de taberna familiar.
Quisieron contemplar de cerca quien era el que rasgaba aquella guitarra con tal sentimiento, la tentación les pudo y pasaron dentro.
Un grupo de hombres mayores que conversaban de sus cosas rodeando a un tonel de madera de roble blanco, interrumpieron su charla y sus vinos, mirando con interés a estos dos turistas curiosos. 
Acto seguido, presentaron sus respetos a la dama, con sus sombreros de ala ancha en la mano,  a modo de saludo respetuoso y muy andaluz.
Del interior de una cocina salía un aroma a pescaíto frito que inundaba la bodega. 
Era la hora propicia para probar las excelencias del lugar y a una indicación al camarero, la pareja invitó a los presentes a una ronda de vino de la tierra, con su tapa de fritura recién hecha.
Las maneras y la cordialidad de los enamorados no encontraron dificultad  alguna para integrarse en el cante y en la conversación de los lugareños. 
Ella quiso pasar a la cocina, a felicitar a la cocinera y esposa del tabernero, por el punto primoroso que le había dado al pescado.
El ambiente era amistoso y alegre y varias rondas de vino borraron los pocos reparos que tenía la mujer para bailar un poco de flamenco.
La tabernera salió de la cocina  con más tapas, las colocó en la  mesa y se sentó con el grupo.
Animó a la pareja a bailar un poco al son de la guitarra, tiró del brazo de la joven mujer y aún con su edad y su gordura, la cocinera se empeñó en enseñarle algunos pasos de flamenco, con el afán de que ella lo intentara.
Incluso el viejo guitarrista alardeó de su destreza y quiso que ella  se fijara, sin soltar la guitarra de sus manos.
Debió oírse en la calle el buen ambiente que reinaba en la taberna, pronto se unieron al grupo unos niños curiosos que jugaban fuera y con toda naturalidad, unos tocaron palmas y las niñas pasaron a bailar como si fueran bailaoras de un tablao flamenco.
A ella le encantaban los niños y se unió a ellos, se cogieron todos de las manos y  unos y otra formaron un corro, entre risas al son de los compases. 
Giraban y giraban sin cesar al son de la música, en medio de un ambiente alegre y más vecinos se asomaron, queriendo  compartir el espectáculo improvisado con ellos.
Ella se veía radiante, quizá el vino tuvo algo que ver y cantó con los niños las canciones típicas del lugar, con la complicidad del guitarrista.
Él no había podido imaginar tanto desparpajo con el flamenco en su amada, al menos hasta ese día, seguía sorprendiéndole siempre con algún registro nuevo y la miraba embelesado entre palmas y risas.
Ella improvisó unos pasos acercándose a su hombre, bailó ahora sólo para él, su  gran amor. 
Le besó con intensidad los labios y acabó el baile con un abrazo profundo entre los dos enamorados, que arrancó de los presentes una ovación emocionada. 
Llegó la hora del adiós, agradecieron tanta hospitalidad y la pareja se despidió con mucho afecto de todos , llevándose con ellos un recuerdo entrañable del improvisado cuadro flamenco.
Era ya de noche y las antiguas farolas encendidas dieron el aviso a la pareja de que era una buena hora para regresar al hotel y descansar de tantas emociones.
Aquella visita a Granada fue inolvidable, serena en momentos, sencilla en sus gentes y mágica en su conjunto.
Fue cálida en su mañana de sol, conocieron gente cariñosa y humilde, se recrearon en sus paisajes de ensueño y alimentaron su ternura como dos adolescentes. 
Guardaron estos dos enamorados en su corazón, junto a tantos otros recuerdos bellos, aquella visita imborrable a Granada.
Esta ilustre ciudad andaluza se quedó con un pedacito del corazón de estos enamorados, siempre lo hace.




                                                            

                                                                     


10.10.11

* Granada ( 2) *

*Aljibe de Trillo. Manuel Alejandro*

Él entornó también sus ojos, embargado por una sensación de inmensidad, aspirando junto a ella la sutil fragancia que inundaba su alrededor, mientras el sol bajaba lentamente al compás de la tarde.
El doblar de la campana de la torre de Al-Hakem les rescató de ese sublime momento y el cielo fue cambiando de azul a dorado, hasta más allá de donde alcanzaba su mirada.
Las enhiestas Torres Bermejas  fueron espectadoras privilegiadas, a la izquierda de ellos, en ese atardecer vestido de amor.
Una brisa ligeramente fresca proveniente de Sierra Nevada, acarició sus espaldas, como señal de que pronto haría más fresco.
Ella se abrazó a sí misma, deslizando sus manos en sus brazos para entrar en calor de esa forma y él la miró embelesado. Sintió la tentación de sus labios, necesitaba besarla en ese preciso instante con ternura y lo hizo suavemente.
Ese beso llevó al siguiente y a otros muchos, llenos de ternura y un abrazo silencioso y entregado puso un broche de amor a tanto sentimiento como mostraba la pareja.
Algo apartados de la escena, eran observados con  sumo respeto por unos japoneses sonrientes y ella sintió como el rubor encendía sus mejillas, al sentirse espiada en su ensueño de enamorada.
Azorada como una colegiala, le indicó con un gesto cómplice que abandonaran ese lugar, mientras se atusaba su melena. 
Él sonriendo a los turistas les dedicó una lenta reverencia de minué del XVII, como colofón a su curiosidad; rodeó el hombro de su amada con su brazo y decidieron poner punto final a la visita, con un largo paseo hasta los aledaños del Hotel Washington Irving, el mismo que se cita  de " Cuentos de la Alhambra ".
Decidieron no perderse detalle alguno de las calles con sus casas ajardinadas, llamadas " cármenes" que conducían a la ciudad. Guardaban un bello equilibrio entre todas ellas y conferían un entorno lleno de magia, con sus árboles y plantas de los más bellos colores. Magnolias, buganvillas, árboles y flores  del lugar parecían sacados del paraíso, para  deleite de sus ojos.
Fotografiaron sin cesar tanto despliegue de belleza, primero ella, sonreía para él, enamorada y feliz. Luego él posaba para ella, con su sonrisa franca y su amor declarado.
Muchas instantáneas  de todo aquello que iban contemplando, quedarían grabadas para siempre en sus retinas y las fotos serían, por añadidura, el  fiel recuerdo de aquel idílico viaje a Granada, en el que el amor fue el protagonista.

Continuará...




4.10.11

* Granada ( 1 ) *

* Acuarela de Arturo Marín Guerrero. " Desde el Generalife " *


Casi llegando Mayo, Granada tuvo la generosidad de recibir en su seno a una pareja de enamorados, ávidos de recorrer sus calles, plazas, incluso de paladear su historia y les propuso el marco más romántico de todos cuantos tenía.
Sería un paseo entre las flores de la Alhambra, el palacio de Carlos V y como colofón una comida deliciosa en el Parador Nacional.
Él había planeado con ilusión y en secreto ese viaje una tarde de invierno y preparó primorosamente el viaje. Quería que todo fuera perfecto.
Quiso sorprenderla y sorprenderse juntos, conocerla bajo la influencia del embrujo granadino y la idea le resultaba muy apetecible.
La mujer eligió para la ocasión un vestido envasé, de seda salvaje que insinuaba discretamente sus curvas, cuando caminaba. Pensó en lo angosto de las calles y se calzó unas zapatillas de cuña conjuntadas con su ropa y que facilitarían la caminata propuesta por su amado aquella mañana en Granada.
Cuando visitaban  juntos aquellos lugares de ensueño, ella no descuidaba el más mínimo detalle, ni siquiera el cabello y su melena cepillada hacia atrás le daba un aspecto juvenil .
A él le encantaba contemplarla, ella lo sabía desde siempre y le pillaba  mirando de reojo colarse el sol entre sus cabellos.
El calor se iba notando en la piel, sin molestar demasiado en el paseo por  los jardines del Generalife, las fuentes regalaban  su humedad y los árboles ofrecían una sombra generosa en sus paseos.
Conocieron una escalera cuyas barandillas estaban formadas por canales de agua gélida, nacida en Sierra Nevada y subieron y bajaron  con sus manos entrelazadas varias veces por ella, embobados con el paisaje.
Descansaron un rato de su paseo en un banco orientado al Oeste, a fin de ver desde su balcón aquella puesta de sol sobre la vega, refugiados a la sombra de la madre naturaleza.
Él  tomó la mano de ella con ternura  y ella sintió estremecer su piel aún más cuando él envolvió su hombro con la otra mano,  atrayéndola hacia sí mismo.
No era necesario hablar, ambos tenían un lenguaje propio, ella  dejó descansar la cabeza sobre su hombro y como otras veces cerró los ojos un momento, sentía  una paz inmensa a su lado y no necesitaba palabras.
La tranquilidad era latente en los alrededores, las flores competían en aromas diversos y sutiles y las aguas que manaban entonaban en baja voz unos cánticos embriagadores al alma, mientras los pájaros gorjeaban entre el vergel del entorno.
El sol iba descubriendo matices nuevos de la Alhambra a los enamorados, conforme iba bajando con el día y les mostró la inmensidad de la vega granadina  y al fondo Sierra Morena.
La  colina del Albaicín quedaba a su derecha, las calles de poca anchura serpenteando en su trayecto, reflejaban el sol en la blancura de sus muros, en contraste claro con casas grandes, siempre con su patio, sus fuentes y macetas de mil colores.
El entorno era idílico para ellos y casualmente ese día apenas había gente que vigilara el despliegue de sus caricias, su ternura y su amor.

Continuará...





3.10.11

* Sin él *


No quise decírtelo, pero lo imaginaste siempre.
Fue mejor así, para que cuando te fueras no tuvieras lágrimas en tus ojos, ni recuerdos de amores, ni tan siquiera mi voz, o las sonrisas que pudimos compartir juntos.
Guardé todo eso en el centro de mis sienes en el reino del juicio.
Sepulté en el fondo de mi alma lo que construí con mimo y ternura. Día día, mes a mes, hasta  ahora, sin querer darme cuenta.
Pensé en ti muchas veces, soñé que  te amaba tantas otras que llegué a imaginarte besando mis labios.
Dibujé tus sonrisas compañeras de las mías y entrelacé mis manos con las tuyas muchas tardes de paseo.
Besé tus labios con la suavidad de un ocaso y me abracé a tu cuello con la ternura que inventé por ti.
Busqué el néctar de tus labios, te susurré al oído palabras tan dulces como la miel, nacidas de mi corazón para ti, en exclusiva. 
Te amé sin prisas y sin relojes, sin importarme nada, ni nadie, sólo nosotros como uno sólo.
Nunca te lo dije, nunca me lo dijiste tu...

Y los días pasan con sus noches  y sin él .
Sigo soñándole, sin saber porqué le extraño y no le olvido.