28.3.11

* Mediodía * ( 2 )

La mujer se ensimismó en su espera, con la textura suave del rosa veteado de la mesa de mármol y su tacto frío.
¿Cuántos ojos la contemplarían antes que ella, esperando igual que ella?.
¿Qué historias distintas guardaba la mesa en su corazón de piedra?.
Estaba claro que nadie le daría una réplica y menos aún una mesa, en aquel solitario bar.
Ni siquiera el camarero podría aportarle respuestas a sus preguntas. Las habría olvidado, seguramente.
Quizá, llevaría trabajando mucho tiempo en el negocio o tal vez, sólo estaba contratado por un tiempo concreto.
Mientras el mozo del bar doblaba el trapo humedecido y lo guardaba en un cajón debajo de la barra, miró a la mujer de la mesa, advirtiendo su presencia.
Le indicó  con un gesto evidente que debía acercarse ella al mostrador y decirle qué deseaba tomar.
Colocó, entretanto, el plato de porcelana blanca, con su taza compañera, el azucarillo envuelto y la cucharilla de moka.
La mujer, dócilmente se acercó, le pidió un café con leche y esperó a que se lo sirviera, para llevarlo a su mesa y tomarselo despacio.
Tomó de la esquina del mostrador un periódico del día, doblado en dos mitades, lo desplegó y ojeó mientras esperaba, los titulares destacados.
Le indicó al camarero que prefería tomar en su  mesa el café, (así  leería tranquila las noticias, mucho más cómoda que de pié).
El asintió con una  media sonrisa a la mujer y ella se giró sobre sí misma, con el diario en la mano.
Se sentó con placidez en su silla, mientras aspiraba por fin el aroma del café, ya en su mesa.
Sacó de su bolso un  pequeño monedero de piel burdeos y buscó monedas sueltas.
Abonó el importe de la consumición al camarero, depositando el importe y la propina en un platillo, sobre el ticket  de papel.
Dejó el periódico a un lado de la mesa y se dispuso a la tarea de desenvolver el azucarillo, sumergiéndolo despacio en el café y contemplar como absorbía  el color marrón, entre sus granos prensados.
Tomó la cucharilla entre las yemas de sus dedos y dió varias vueltas parsimoniosas, rozando levemente el fondo esmaltado de la tacita.
Puso la servilleta de papel a la derecha, como solía hacer siempre, no sabía muy bien por qué.
Aún estaba demasiado caliente para su gusto y no tenía prisa.
Nadie la esperaba, sólo su café.
Continuará...





2 comentarios:

  1. Sabía que era ese café, de hecho no podía ser otra cosa. Me está encantando este relato, estás
    plasmando especialmente bien la necesidad de esta mujer de dejar pasar el tiempo.

    Besos

    ResponderEliminar
  2. ¿Sabes Inés?
    Pensé que la poesía era lo tuyo, ahora tengo mis dudas, relatas de maravilla...
    Un beso, Scarlet2807

    ResponderEliminar