19.12.11

* Contrapunto ( 11 ) *




Samuel, como siempre hacía en estos casos, mandó en  un mensaje de móvil a su hija, la hora de llegada  de su vuelo y acordó con ella que  no era necesario que se desplazara al aeropuerto.
Tenía ansias de llegar a su casa, saber que todo estuvo bien en su ausencia, comprobarlo con sus ojos y al mismo tiempo, todo eso le alejaba de la magia de aquellos días tan especiales que pasó con Irene.
Cruzó el umbral de su hogar y apareció en el vestíbulo la parlanchina asistenta que cuidaba a su esposa, Laura.
Había una cierta distancia en su trato y desde el principio trató de usted a los señores, pero ello no le impedía preocuparse discretamente por todo lo que acontecía en la casa, incluido el viaje del señor.
Así pues, la asistenta le preguntó directamente, antes de darle noticias de los detalles caseros acontecidos días atrás, que seguramente estarían ya resueltos por ella.
- ¡ Hola don Samuel !, ¿ qué tal su viaje?, espero que sin novedad hasta la presente.
Samuel le respondió enseguida, mientras dejaba su maleta en el suelo, a un lado.
- Todo muy bien, gracias... ¿ y la señora ?.
La asistenta cerró la puerta y hablaba y hablaba sin parar, mientras Samuel dejaba las llaves de la casa en un cajoncito, donde solía tenerlas localizadas.
- Don Samuel, estos días no han parado las visitas a doña Laura. Yo creo que demasiada gente  para mi gusto. A ratos la encontraba mareada con tanto trajín y no recordaba los nombres de sus amigos, pero otras veces la vi bastante bien, incluso sonreía.
Tienen suerte ustedes de tener tantos amigos . Entre todos hemos cuidado muy bien de su esposa.
La asistenta estaba orgullosa de su trabajo y cuidaba con ternura a Laura, para que no le faltara de nada, a sabiendas que, a veces era una niña dócil en sus manos, pero quería a esta familia y su trabajo iba más allá de sus obligaciones. Laura podía ser su hermana o su prima, no hubiera sido distinto ni menor, el cariño que ponía en su labor.
Samuel lo sabía y por ello la mantuvo en casa, al cuidado del ser que mas quería en el mundo, Laura.
Tenía muchas ganas de ver a su mujer, la adoraba y la encontró como siempre, sentada ante un gran ventanal, con su blanca palidez, quizás más delgada de lo que debiera estar.
Seguía brillándole el cabello cuando los rayos de luz se colaban entre sus mechones, de una manera especial, como también lo era encontrarla suavemente maquillada, como si estuviera lista para salir.
Era bella, de eso no había ninguna duda y más si se centraba en sus ojos color miel, fue lo primero que atrajo a Samuel aquel bendito día que la conoció.
Él los alabó miles de veces, diciéndole que eran únicos y maravillosos y que le gustaba mucho mirarse en ellos.
Laura le habló a Samuel y le preguntó:
-¡ Samuel !, ¿ dónde estabas ?. La nena me ha dicho que vendrías hoy y me ha puesto guapa antes de irse a la Universidad. Estos días ha venido mucha gente a casa, pero no te veía a ti ... 
Él la miró con ternura, besó su frente y tomó sus suaves manos entre las suyas. Le dijo que había ido de viaje y que le traía un regalo muy bonito.
Laura pareció sonreír y preguntó:
- ¿ Un regalo para mí ?- palmoteó como una niña,- ¡ a ver, a ver !.
Abrió la cajita con manos temblorosas. El interior estaba forrado en terciopelo negro y relucía una fina cadena, en oro rosa. El colgante que de ella pendía, era un rectángulo con brillantes clavados, asemejando a la clara luz de la tarde sevillana.
El rostro de Laura se iluminó al ver la pequeña joya y ello complació mucho a Samuel. Quiso que él se la pusiera, como hacía siempre, mientras ella despejaba el cabello de su nuca.
Repetía una y otra vez: - ¡ qué bonito !, ¡ qué bonito es !.
De pronto, la luz de los ojos de Laura bajó su intensidad, como cuando el sol se oculta en el ocaso de la tarde, lentamente y se perdió en la lejanía de sus sueños, donde se pasaba horas y horas, en ese lugar que era sólo suyo.
Era entonces cuando se quedaba inmóvil y en silencio.
Samuel conocía estos cambios súbitos y ya no se desesperaba, muy al contrario, seguía acariciando sus manos con ternura. Entonces fue cuando comprendió que era cierto lo que Irene le dijo. Se debía a Laura, en cuerpo y alma.
Una punzada amarga en el corazón, le llevó a pensar que aquella mujer había sentido realmente algo por él y que habría sufrido mucho, al decirle aquellas últimas palabras tan duras.
Irene era una mujer muy valiente y había sabido llevar el tema con inteligencia, de eso no le cabía la menor duda.
Suspiró profundamente y trató de imaginar cómo habría sido un encuentro con ella, si ambos hubieran sido libres. Quizá en ese caso, ni se habrían encontrado.
Recordó y paladeó una  frase anónima que le vino a la cabeza:
" Más vale sufrir por haber perdido un gran amor que no haber amado nunca" .
Samuel la había amado, amaba en presente a Irene, sin dejar de amar a su esposa y guardaría en su memoria tan bellos recuerdos, como uno más de sus preciados tesoros.
Su corazón era tan grande que le cabían dos amores de mujer, la madre de sus hijos, su compañera y amiga y el amor  nuevo que sentía por Irene, aunque la vida les había separado irremediablemente.
- ¡ Bendita Irene!, - pensó Samuel-, lo único que deseo es que sepas manejar tu problema y tu esposo te trate como mereces. ¡ Te deseo mucha suerte, donde quiera que estés...!.

Samuel besó con ternura la frente de su esposa Laura y le dijo al oído:
- Amor mío,  por fin hemos hecho el viaje a Holanda que habíamos planeado hace tanto tiempo.


Continuará ...




 




14.12.11

* Contrapunto ( 10 ) *



Irene vaciló un instante, dio un paso atrás y puso la mano sobre la frente de Samuel diciendo:
  - No... Samuel, no, gracias pero no. Lo que ocurrió ayer por la noche, sólo fue una trampa que nos tendió el destino. Los dos caímos torpemente en ella, sabiendo que no hay un futuro para nosotros, entiéndelo .
Prolongar esta situación sería muy complicado y haríamos un daño enorme a nuestras familias.
No quiero que pienses que soy una aventurera de una noche, que se encapricha de un hombre y lo posee,  porque no es así de ningún modo. Te juro eres el único hombre de mi vida con el que he estado, aparte de mi marido.
Pero no... no nos engañemos, tu estuviste con Laura y yo con Leo, aunque fuera a través de  la otra persona.
Ni tu ni yo planeamos lo que sucedió,  fue maravilloso, nunca lo olvidaré, créeme Samuel,  pero esto debe terminar aquí y ahora mismo. 
Sinceramente creo que  los dos tenemos problemas de pareja graves; el tuyo no tiene solución aparente, al menos de momento y en mi caso las soluciones serían, sin duda alguna perjudiciales para mis hijos a los que adoro más que a mi vida, tú lo sabes.
Tenemos que seguir con nuestras vidas,  justo en el punto que las dejamos, nos debemos a ellos y así ha de ser.
Samuel eres un ser increíble y yo... te deseo toda la felicidad que mereces, pero yo no puedo dártela.
Adiós... he de irme ya. Me esperan...no me retengas, por favor y trata de entender todo esto.
Irene se giró sobre sus talones con el gesto demudado, aparentando toda la fortaleza y seriedad que requería tan trágico momento y echó a andar con ligereza, sin volver la vista atrás y desapareció de la vista de Samuel.
No quería en modo alguno que él viera cómo las lágrimas resbalaban ya por sus mejillas.
Él la siguió con la mirada, derrotado y paralizado, como un niño desvalido, sabiendo que no podía sino conformarse. Irene había sido tajante y correr tras ella no tenía objeto, apesadumbrado fue caminando lentamente al lugar donde embarcaría en un rato.
Se sintió como si de pronto veinte años le hubieran caído encima todos de golpe. Toda la pasión y la ternura de la noche anterior habían sido sólo un sueño maravilloso y lo recordaría durante mucho tiempo.
Irene enjugó sus lágrimas con un pañuelo y volvió atrás para mirarle  una última vez, sin que él la viera.
" Pobre Samuel ", pensó sin contener sus sollozos.
"Es el hombre más maravilloso que existe y yo le he tratado con una dureza que no merecía. Sólo espero que la vida le trate bien y que algún día entienda  que yo no tengo otra salida y entonces me perdone de corazón. ¡No... no puedo hacer nada...nada! ".
Trató de serenarse, respiró hondo , sacó un espejito del bolso y recompuso su maquillaje, nadie debía verla así, ni antes de subir al avión, ni por supuesto cuando llegara a su destino.
Tenía el tiempo del vuelo para tranquilizar su congoja  y cambiar a una actitud de haberlo pasado muy bien.
Pero cómo hacer para olvidar...si tenía todo tan reciente.
¡Cómo olvidar... si no quería!.

Continuará ...




 



12.12.11

* Contrapunto ( 9 ) *






Samuel reposó su nuca en el respaldo del asiento del autobús  y cerró levemente los ojos, como si pretendiera que el tiempo se detuviera para siempre, al lado de aquella mujer tan extraordinaria.
- Irene... ¿ porqué eres tan bonita?- se dijo interiormente, mientras acariciaba su mano con delicadeza.
No necesitaba más respuesta que sentir su tenue fragancia. La había memorizado con deleite durante estos días tan especiales para él, cuando fueron aproximandose el uno al otro.
El autobús les conducía de regreso al hotel, había sido su última excursión juntos y el final de todo con ella se iba acercando lentamente.
Las manecillas del reloj de Samuel marcaban las siete de la tarde y en un rato cenarían en el hotel. Posiblemente harían una sobremesa  tras la cena, para compartir sus últimas confidencias o tal vez Irene se despediría de él, para desaparecer por el corredor que conducía a las habitaciones, como noches anteriores.
Todo podía pasar aún o tal vez nada...
De lo que estaba seguro era de la inquietud interior que recorría su pecho, casi hasta dolerle dulcemente, pero no dijo nada y suspiró abriendo los ojos.
Habían llegado a la puerta del hotel y Samuel salió de su ensueño, mientras Irene le sonreía aún sentada en el asiento. Parecían apurar hasta esos últimos instantes en el autobús y dejaron que los demás viajeros fueran saliendo uno a uno, hasta que el pasillo se quedó vacío.
Él bajó primero y esperó a que Irene descendiera, preocupándose de que sus pasos fueran seguros. Era muy galante y esa actitud  le resultaba natural desde siempre.
La cena fue frugal, tampoco tenían demasiado apetito y una vez acabada, Samuel se dirigió al tresillo de sus charlas deliciosas e Irene le siguió sin decir nada. Parecía preocupada por algo y él supuso que le contaría qué pensamiento le inquietaba una vez se acomodaran a charlar.
Pero no fue así. Irene no se sentó junto a él, sino que tomó su mano y tiró de él, para que se levantara. Samuel entendió enseguida la sonrisa cómplice de Irene y se dejó llevar dócilmente por ella hasta su habitación, iluminada tan sólo con el resplandor que entraba de las luces de la calle.
La luz permaneció apagada, no hubo necesidad de hablar nada, estaban solos los dos, frente a frente, como un hombre y  una mujer.
Comenzó un juego de besos y caricias, mientras las ropas de ambos iban cayendo desordenadas en un sillón, una sobre otras.
Se besaron  y abrazaron con urgencia en la penumbra de la noche, una y otra vez.
El contacto de sus cuerpos desnudos desencadenó una atracción irresistible y los diques de la prudencia se rompieron al instante.
Sus voluntades quedaron anuladas y se dejaron envolver en una nube de deseo, añoranza y lujuria, sobre un lecho que sería testigo mudo de su éxtasis desbocado.
Fue una noche larga, de entrega y posesión mutuas, de confidencias a media voz y de caricias tiernas y nuevas. No hubo limites ni freno y en los momentos culminantes de pasión, ella le llamó Leo y él le llamo a ella Laura, pero no les importó en absoluto.
Un tratado ancestral dice que un encuentro de amor perfecto, es aquel  en que debe completar las tres uniones de la felicidad celestial.
La primera es  " el fuego de la pasión ", es intensa, profunda y urgente. Es ansiosa y egoísta. Cada uno posee al otro por su propio placer, dando rienda suelta al deseo para alcanzar el clímax.
La segunda es la de " la sabiduría del amor ", en la que el otro explora, acaricia y besa todo el cuerpo del otro, reconociendo los puntos más sensibles, para llevarlo al éxtasis. Es pausada, altruista y contemplativa. Representa la entrega generosa al placer del otro.
La tercera es " la ternura sublime ", es la unión reposada, los movimientos se ralentizan con suavidad, las caricias se multiplican y los besos, juegos y confidencias al oído son las protagonistas. Ambos ofrecen todo su cariño y siguen su unión hasta el momento en que, agotados en su completa conexión, son vencidos por el sueño.

Bien entrada la madrugada, Samuel se vistió y abandonó la habitación de Irene, sin hacer ni un ruido, para no despertarla.
El ultimo día en Holanda, había llegado lamentablemente para Irene, Samuel y los demás viajeros del grupo. Harían el ultimo desayuno en el restaurante del hotel, antes de desplazarse al aeropuerto.
Casi no hablaron, ella estaba muy seria y se había puesto unas gafas de sol.
Samuel tenía un aire taciturno y su cara reflejaba el cansancio lógico de la noche anterior y  el de no haber dormido bien.
En el avión, a mitad de trayecto, las azafatas ofrecieron unos catálogos de productos libres de impuestos, por si querían obsequiar a quienes les esperarían a su llegada, puesto que los demás regalos iban dentro de sus equipajes.
Samuel eligió un objeto, que le fue entregado más tarde en un pequeño paquete de regalo y lo guardó en su bolsillo.
Irene estaba delante, en el mismo asiento que la trajo a Holanda.
Aterrizaron en Madrid y el grupo se despidió, puesto que tenían que ir a distintas puertas para tomar otro avión a sus ciudades respectivas.
Irene y Samuel se quedaron juntos un poco más, hasta llegar a la encrucijada donde sus caminos se separaban.
Él la contempló tiernamente y le ofreció el paquete que había comprado para ella.
- Irene, quisiera que aceptases este detalle, en recuerdo de un viaje maravilloso y sorprendente que nunca olvidaré. ¿ Me darías tu teléfono, Irene?.
Seguir en contacto ella y él, vivir esta locura maravillosa, sentir tanto, amarse...
Todo un reto para Samuel.


Continuará ...











30.11.11

* Contrapunto ( 8 ) *




Irene no podía conciliar el sueño, estaba inquieta y con sensaciones contradictorias dentro de sí misma.
El silencio de parte de su marido, le hacía pensar que no le había gustado la idea de que hiciera ese viaje sorpresa a Holanda.
Ni el la llamó, ni ella hizo nada por ponerse en contacto con él en todos estos días.
Samuel era tan distinto a su marido que no podía evitar el  hacer comparaciones entre ellos.
La amistad surgida de modo espontáneo en ese viaje, el querer hacer juntos las visitas y las comidas les agradaba y se notaba.
Se sentía bien a su lado y no había nadie de su entorno, al menos aparentemente que pudiera conocerla. 
- ¡Sería mucha casualidad!, se dijo varias veces, aunque le tranquilizaba que su comportamiento con Samuel había sido correcto en todo momento.
No hizo falta advertirle nada, él tenía un saber estar exquisito y no era el típico ligón de viaje que aprovecha el momento. Quizá eso era lo que más le gustaba de él.
Pensó en hablarlo al día siguiente mientras desayunaran, para que no hubiera ningún malentendido por el abrazo que le había dado hacía un rato.
Se recreó inconscientemente en esas sensaciones que había experimentado, cuando se abandonó en los brazos de Samuel, en la sensación de paz que le inundó y en la ternura que sintió por parte de él.
El cansancio  acumulado acabó por llevarla a un sueño profundo, en medio de estos pensamientos.
Amaneció el cuarto día del viaje y había tanto por ver aún...
Volvió a coincidir en el desayuno en la mesa de Samuel y mientras apuraban el café, barajaron las propuestas de las excursiones y se decidieron por hacer una de ellas.
Los demás compatriotas ya habían elegido una visita programada hacía un buen rato, pero a ellos dos no les apetecía demasiado la idea y  decidieron desligarse del grupo.
Se pusieron en camino a Marken, una antigua isla de pescadores que, con el tiempo llegó formar parte del inmenso dique, delimitando uno de los dos mares interiores que bañan Holanda, el Marken meer.
Juntos y con buen ánimo se embracetaron para visitar las curiosas casitas de madera, donde les recibieron mujeres ataviadas con los trajes típicos de muchos colores.
Tomaron luego un barco hasta Volendam, un puerto turístico plagado de veleros dignos de admiración.
El sol se hizo presente, acompañando al típico vientecillo fresco que desordenaba el cabello y pensaron en comprar unos simpáticos gorritos de marinero parecidos a los de Popeye.
Parecían dos adolescentes persiguiéndose y escondiéndose uno de los dos, por aquellas callejas repletas de tiendas de recuerdos y cafeterías. Cuando el uno encontraba al otro y se abrazaban entre risas.
Caminaron  luego, ya más tranquilos de la mano y les apeteció tomar un aperitivo frente a la playa, para descansar un poco de tanta carrera y contemplar el maravilloso paisaje que tenían ante sus ojos.
Al regresar donde estaba aparcado el autobús Irene echó a correr por una calleja, Samuel la siguió con la mirada y vio que daba  la vuelta a la esquina y desaparecía.
El sonido de su taconeo cesó, él se quedó extrañado de que Irene no volviera,  estaba algo preocupado por saber cual era su juego. Podían perder el autobús y decidió ir a buscarla.
No estaría muy lejos, apenas habían pasado un par de minutos y fue a su encuentro. Al llegar a la esquina, ella le estaba esperando agazapada en un rincón, con la risa contenida y cuando la vio se tranquilizó.
Había sido una broma más de las de antes, con las que se habían reído tanto. Irene, de pronto le echó los brazos al cuello y le dio un breve beso en los labios, se separó un poco y soltó una carcajada al ver la cara de sorpresa que tenía Samuel, con aquel ridículo gorrito.
- ¡Estás para una foto!,  le dijo e Irene quiso salir corriendo de nuevo, pero Samuel la detuvo y la estrechó en sus brazos, diciéndole:  - No te voy a soltar hasta que me des otro. 
¿Otro qué?, preguntó ella, mientras le hacía un mohín coqueto con los labios. ¡Otro beso!, dijo él.
Pasó un instante de silencio entre los dos, se miraron muy fijamente a los ojos y se besaron de verdad, con pasión, profundamente, hasta quedarse casi sin aliento.
Recuperaron la compostura, sin decir nada y se apresuraron para no perder el autobús que les llevaría hasta Edam.
Esta ciudad tan deliciosa, con sus casitas con jardín, sus canales y sus barquichuelas les contempló paseando enlazados por la cintura y eligieron un restaurante para comer que parecía sacado de un cuento de hadas.
Degustaron toda suerte de platos, con nombres muy complicados de pronunciar, tratando de reconocer y comparar con los sabores que les eran algo más familiares.
Samuel probaba uno al azar  y le decía a Irene su parecer, mientras ella, probaba otro y bromeaba, pasándole una cucharada, para que degustara lo que ella estaba paladeando.
Fueron prudentes en lo que iban comiendo, sabedores que comer demasiado no era bueno y podían sentirse pesados después.
Un cálido café para dar por acabada aquella comida era siempre una buena idea y lo tomaron mirándose embobados a los ojos, en un ambiente mágico, lleno de ternura, cogidos de la mano.
Pagaron el importe de lo consumido y se dirigieron a una fábrica de queso.
Allí escucharon atentamente el proceso desde sus inicios, observando desde los rebaños de vacas y ovejas pastar tranquilamente en los prados, hasta el producto final,  listo para la venta al público.
Una especie de trineos de madera que eran conducidos por muchachos vestidos con sombreros de paja transportaban los quesos, de esta forma tan típica.
Compraron varias piezas de ese sabroso queso de bola, suave y tierno al paladar, el "Edam", con envoltura amarilla y al atardecer emprendieron el regreso al hotel donde se alojaban.
El día había sido precioso, intenso e interesante, lo comentaron muchas veces.
Algo había cambiado en el interior de Irene y Samuel, algo que sólo ellos dos sabían, nadie más.

Continuará ...












24.11.11

* Contrapunto ( 7 ) *






Irene sintió varias sensaciones  dentro de sí misma al contemplar a aquellas señoritas detrás de los cristales. Primero una pueril curiosidad, mezclada con  la lógica sorpresa por la picardía con que mostraban sus voluptuosos cuerpos a los viandantes. Luego una indignación creciente, como mujer que era, al escuchar los comentarios soeces de un grupo de hombres dirigidos a las trabajadoras del sexo, que no dejaban de sonreír tras los cristales del escaparate.
Samuel viendo que Irene estaba  muy nerviosa, le ofreció su brazo, en señal de protección y le dijo tuteandola: 
- ¡ Irene agarrate a mi brazo, conmigo nada te pasará!.
Ella accedió con gusto a refugiarse en él y decidieron perderse por las calles silenciosas y abandonar aquel singular espectáculo.
Irene se fue relajando poco a poco, mientras observaban a su paso los grandes ventanales de casas y familias viendo el televisor o cenando, sin inmutarse al ser contemplados por la pareja.
Samuel notó que ella estaba cómoda y se sorprendió de que ella se parara un momento y le diera las gracias emocionada. Mirándole a los ojos le tuteó también y en baja voz le dijo:
- ¡Samuel, gracias por sacarme de aquel horrible mercado de carne, es denigrante!.
Le acarició su brazo con la otra mano y dibujó en su boca una preciosa sonrisa, mientras le decía:- Eres todo un caballero, Samuel.
No se habló más del incidente en el paseo  que continuó por pequeños puentes, mientras contemplaban las luces, reflejadas en las plácidas aguas de los canales camino del hotel.

Instintivamente, se dirigieron al mismo tresillo de la noche anterior, pero ella se sentó esta vez a su lado, mientras se quitaba el abrigo de lana beige y lo dejó sobre el respaldo, junto con su bolso de piel marrón.
Irene puso su mano sobre la de él y le preguntó:
- Samuel, sinceramente...tú, como hombre...¿ te sentiste atraído por esas chicas?, ¿ harías el amor con una de ellas?.
Él puso su mano sobre la de ella y contestó:
- ¡Definitivamente no!.
Como varón que soy, una mujer apetecible puede atraerme sexualmente, claro que sí,  pero mi razón  me permite controlar esa atracción, anularla y seguir mi vida.
¿Sabes Irene...?. Me pregunto qué razones llevarían a esas mujeres a hacer eso, qué pensarán ellas mismas o sus familias del asunto. Alguna de ellas podrían ser mi hija, las había muy jovenes y me moriría de pena si mi propia hija, acabara de esa manera.
No creo en absoluto que ninguna de ellas tenga vocación de prostituta, por mucha libertad y derechos ciudadanos que haya aquí, en Holanda. Pienso más bien que lo hicieron por necesidad, por desgracia o inducidas por otras personas.
Irene, de pronto, entristeció el rictus de su cara y agachó la mirada, sus ojos se humedecieron y musitó entre sollozos:
- Sabes...Leo, mi esposo, hace tiempo que me es infiel, me quiere mucho sí..., es encantador con los niños, pero creo que tiene una enfermedad que le hace ser adicto al sexo. Estoy casi segura de ello...
Samuel, el protector de su siempre amada Laura, pasó su brazo sobre los hombros de aquella mujer vulnerable y llorosa y dejó que apoyara la cabeza sobre su hombro, en silencio. Ella necesitaba amparo y tomó las manos de él,  las necesitaba para seguir contándole su historia.
- Todo empezó con mi primer embarazo y por casualidad, me enteré de que tenía una aventura con una compañera de trabajo. Yo era tan ingenua entonces que pensé que él, tan guapo, tan fogoso y con tanto éxito entre las mujeres, necesitaba un desahogo que yo no podía darle en aquel momento, que sería sólo un capricho y volvería a mí.
Samuel dejó que hablara, parecía necesitarlo y ella prosiguió, algo más serena:
- ... Aunque tenemos relaciones íntimas frecuentes y muy satisfactorias para ambos, he visto sin querer cosas que me hicieron sospechar de él. Regalos que nunca recibí yo, facturas de hoteles, tickets de dos equipajes a su nombre, cuando volvía de un viaje de negocios.
Contraté los servicios de un detective privado, incluso le seguí a escondidas y... le vi. Mis ojos no me engañaban, Samuel. 
Sale con mujeres dispares, ejecutivas, camareras, secretarias, incluso con alguna amiga mía; casadas, divorciadas, solteras... Sé que no repite más allá de dos o tres citas con alguna de ellas, pero la lista se hace interminable y yo... callo y... sufro en silencio porque temo que nos abandone. Creo que sólo es por su adicción al sexo y que su único amor soy yo, pero tengo miedo que un día se enamore de una de ellas.
Samuel le escuchaba muy atento y sólo acariciaba suavemente las manos de Irene, en un gesto protector y respetuoso, como si de un hermano mayor se tratara.
Irene continuó con su confidencia:
- Hace un mes le vi con una chica muy joven, con pintas de drogadicta, me volví paranoica y me hice análisis de sangre, pensé que podía contagiarme alguna enfermedad. Afortunadamente todo salió negativo, pero no estoy tranquila y no sé si podré soportar esa situación mucho más, por mucho que me engañe a mí misma.
Por eso, Samuel... sentí escalofríos, pensé que él podría ir con prostitutas como las que vimos antes y me he sentido mal, muy mal.
Él le acarició con ternura su cabello, tranquilizándole y después de un rato en silencio, Irene dio por concluida aquella confidencia.
Respiró hondo y sonrió como una niña pequeña, cogió su bolso, tomó un pañuelo de su interior y se secó suavemente los ojos.
Se levantaron del sofá, se hacía tarde y estaban muy cansados.
Samuel le dio las buenas noches, tendiéndole la mano, pero Irene se fundió en un abrazo silencioso y él le correspondió besándole en ambas mejillas.

Había sido un día lleno de emociones, florecieron lozanas todas ellas, como florecen cada día los tulipanes en Holanda.

Continuará ...







22.11.11

* Contrapunto ( 6 ) *




Amaneció el tercer día para el grupo español y siguieron con la visita por la ciudad. No querían dejarse nada por ver y el itinerario propuesto era muy interesante para este día.
Ante ellos tenían el  magnífico Palacio Real, cerrado al público porque la corte y la administración residían en esos momentos en La Haya ( Den Haag).
Ya en la gran Plaza de los Museos, vieron el Rijksmuseum, un hermoso edificio de estilo barroco, donde se exponen grandes obras de pintores universales, ademas de una colección admirable de obras maestras del siglo de oro holandés de la talla de Rembrand, Ruberns y Vermeer. Así mismo artes decorativas, sobretodo de mobiliario antiguo y una maravillosa colección de cerámica de Delft.
El impresionante edificio del Museo Van Gogh es moderno y  de forma de caracola. En él, se exponen las pocas obras que quedaron en Holanda ( solo veinte cuadros de pequeño formato).
Justo enfrente se encuentra el Museo del Diamante, regentado por judíos ortodoxos, ataviados con levitas negras, sombreros de ala ancha y los característicos tirabuzones en sus cabellos, que atraen las miradas de los curiosos.
No menos importante es el teatro de la Ópera de Ámsterdam, situado al fondo de dicha plaza.
Más al sur les llevaron al gran Oosterpark,  donde contemplaron un molino de viento típico de cualquier postal y comieron, por fin en la terraza de un restaurante situado frente a un lago precioso.
Comentaron varias veces, entre bocado y bocado, lo interesante que les estaba resultando este viaje.
Seguían sorprendiéndose una vez más por las bicicletas, que dominaban claramente la circulación. Coches, camiones y peatones estaban pendientes en todo momento de respetar esa preferencia de los conductores de bicicletas.
Resultaba curioso ver a las madres montadas en grandes bicicletas o triciclos con toldos de plástico y pequeños asientos, llevando consigo a sus hijos pequeños, hasta cuatro o cinco niños sentados delante, rumbo al colegio o simplemente de compras.
No es que tengan muchos hijos cada una, es que la costumbre de las mujeres jóvenes es trabajar solo cuatro días a la semana y varias vecinas con niños pequeños solicitan diferentes días libres y se turnan para atenderles y llevarles a la guardería o al médico, la legislación es muy avanzada y hace perfectamente compatible la vida familiar con la laboral.
Se acercaba la hora de la cena, mucho más pronto que en España y quisieron visitar el famoso " Barrio Rojo", donde están situados los locales nocturnos de prostitución.
Evidentemente, la pareja con los niños pequeños declinaron hacer esa visita y regresaron al hotel a descansar.
El guía les adentró por unas callejuelas estrechas, con pequeños canales, alumbradas con luces rojas o rosadas a modo de señuelo. En esos famosos escaparates, voluptuosas chicas se exhibían insinuando sus encantos, para ofrecer sus servicios a los posibles clientes.
Esta profesión en Holanda es considerada como autónoma y las chicas pagan sus impuestos, como cualquier trabajador más y por tanto tienen derecho a seguridad social, controles sanitarios y pensión de jubilación. Así se evita la explotación por organizaciones mafiosas y la presencia continua de un gran número de policías de paisano controlan en todo momento los alborotos y maleantes.
Los comentarios sobre las chicas de alterne de los escaparates,  no siempre eran respetuosos por parte de algunos turistas, clientes o no.
Samuel e Irene se sintieron algo molestos con las risotadas y se mantuvieron al margen, con la naturalidad y el respeto que se esperaba de todos ellos.




Continuará...




16.11.11

* Contrapunto ( 5 ) *




Siguieron su paseo un rato más, en unos curiosos comercios de marihuana o cannabis, droga legalizada en Holanda, en forma de caramelos, chicles y "chupa-chups" verdes. Incluso había cafeterías de infusiones de hierba y venta  legal  de las semillas para el consumo privado.
Dejaron para después de comer un paseo por el mercado de las flores, extasiando sus sentidos.
Tulipanes variopintos desplegaban toda suerte de colores ante la atenta mirada de los visitantes y curiosos.
En un impulso de galantería hacia Irene, Samuel eligió un bonito tulipán con los colores de la bandera española y se lo ofreció con respeto.
- " Hermosa dama, concédame la merced de aceptar esta flor de este humilde servidor".
Ella aceptó con gusto el  gentil detalle del caballero y dejó que Samuel la depositara en sus manos.
Siguieron con el itinerario por unos mercadillos, similares al Rastro madrileño o al " Mercado de las pulgas" en París, donde la venta de segunda mano era algo habitual, desde ropa, discos hasta bicicletas.
Así se les pasó la tarde, en un suspiro, deleitando aquí y allá sus miradas y su curiosidad por conocer cuanto más pudieran de todo aquello.
No tenían preocupación por la cena, pues habían previsto reservar sus cubiertos, en el hotel donde se alojaban, sabedores de que posiblemente volvieran agotados de semejante caminata.
Samuel le propuso, ya en el corredor del hotel, un descanso  merecido en unos sillones que parecían esperarles.
Irene asintió con una sonrisa de aprobación y eligieron sin saberlo el mismo tresillo de cuero verde, en un ambiente muy agradable; la iluminación de las luces con pantallas estaba regulada al mínimo, detalle que agradó a los paseantes.
Ella eligió uno de los sillones, se descalzó y estiró los pies sobre una mesita baja, con gran naturalidad, hecho que puso al descubierto una parte de sus esbeltas piernas, enfundadas en medias de seda negras.
Le preguntó algo preocupada a Samuel si alguien le llamaría la atención por descalzarse y descansar un poco.
Samuel se rió y le contestó mientras se sentaba a su derecha, en el sofá grande:
- ¡No!, ¡ Más bien agradecerían la oportunidad de contemplar tan bonitas piernas!.
Irene hizo un mohín simpático con los labios y dijo:
- ¡Vaya, vaya, qué adulador!.
Necesitaba un descanso, estaba agotada y se reclinó hacia atrás, algo más relajada, mientras cerraba los ojos un momento.
Samuel estaba sorprendido con el comportamiento de Irene y en muchas detalles era parecida a su esposa  y aunque ella no pretendiera provocarle conscientemente, había instantes que  daba esa sensación .
Pasaron unos minutos en silencio y al poco, ambos coincidieron en iniciar una misma frase, soltaron sendas carcajadas y se inició una complicidad sorprendente entre ellos, dando paso a una conversación de antiguos camaradas o confidentes.
Si hubo alguna barrera entre los dos, había desaparecido en aquel tresillo.
Hablaron más de dos horas de sus vidas y su historia personal, con total sinceridad y se sintieron cómodos el uno con el otro.
Aquella noche tocó a su fin y se retiraron a descansar, una vez acabada la cena.
Samuel despidió a Irene en el comedor donde cenaron.
La satisfacción de poder compartir con ella sus preocupaciones, le llevó a un estado de bienestar interior que apenas recordaba.
Había sido un día de muchas emociones y quedaban muchas más, tantas que ni las imaginaban.

Continuará...








7.11.11

* Contrapunto ( 4 ) *



Irene no tuvo remordimientos en ningún momento al irse de viaje, no se trataba de dar una lección a Leo, su marido. Tan sólo buscaba un tiempo distinto para sí misma, unos pocos días para salir de la rutina tan perfecta que era su vida, lejos de su entorno.
No tenía más motivos que respirar  aires nuevos y quizá mimarse un poco, sola y disfrutar del viaje.
Con esa reflexión durmió su primera noche en Holanda, exhausta por las emociones de su pequeña travesura.
Aunque se levantó con el tiempo suficiente para arreglarse tranquila, al bajar a desayunar vio que el comedor del restaurante estaba casi al completo.
Había una sola mesa vacía, caminó resuelta hacia ella y tomó asiento. Mientras Irene miraba con cierto disimulo a los demás huéspedes desconocidos, desplegó su servilleta y pensó que tras ésto buscaría a los miembros de su grupo en el hall del hotel, tal y como habían quedado.
Reconoció a uno de ellos, ahí de pié con la bandeja de buffet, pero no habían cruzado palabra hasta ese momento y vio que se dirigía hacia ella.
Lógicamente buscaba una mesa donde desayunar, igual que ella.
Él le dió los buenos días y le preguntó: ¿ Me permite acompañarle señora?.
Irene esbozó una sonrisa y le invitó a tomar asiento frente a ella, parecía muy correcto y no había ni una mesa libre, así pues compartirla juntos no le suponía ningún problema.
 - ¡Cómo no, siéntese, estamos en el mismo barco!
Samuel era sevillano e Irene ovetense, dos caracteres muy distintos, dos vidas muy distintas, un país extraño y una sola mesa.
Entablaron un diálogo alabando la calidad del desayuno, pastelillos, bollos tiernos y especialmente las bandejas de quesos variados. Las trufas de chocolate eran el delirio de Irene y le comentó a él riendo que seguro cogería algún kilo de más si comía todo aquello.
Samuel notó que aquella mirada algo triste que tenía Irene cuando la vio en el aeropuerto, había desaparecido mientras desayunaban.
Irene era alegre y comunicativa y eso haría que el viaje fuera mucho más ameno.
El día era estupendo, aunque teniendo en cuenta una posible lluvia intempestiva, llevaron gabardinas y paraguas plegables.
Recorrieron la ciudad en una nave de recreo, sin importarles demasiado los demás pasajeros.
Samuel tomó asiento frente a ella y le comentó: - ¡Ahora si que estamos en el mismo barco!.
Irene sonrió asintiendo a Samuel con una carcajada que le ensanchó el alma.
Navegaron lentamente por unos canales muy estrechos, pasaron bajo varios puentes hasta llegar al gran río Amster, con barcos enormes y puentes levadizos, para pasar de un lado al otro.
Las casas alineadas eran de una estética admirable y el uso de bicicletas parecía algo muy usual, como transporte. Cientos de bicicletas similares iban y venían en ambas direcciones y existían aparcamientos multitudinarios para tal fin.
Samuel e Irene comentaron cómo podrían ser capaces de identificar su bicicleta sin confundirse con otra los propios lugareños.
Siguieron su ruta hasta visitar el memorial de Anna Frank, la niña judía y su famoso diario sobre la persecución nazi. Irene le dijo a Samuel que lo había leído de adolescente y que le había impactado mucho.
Llegaron en un paseo al centro, repleto de grandes almacenes y tiendas de souvenirs, joyerías de costosos diamantes, engarzados en oro brillante.
Samuel miró instintivamente las manos de Irene y se fijó que solamente llevaba una alianza de boda, sin más adornos.
No importaba nada, eran compañeros de viaje y estaban disfrutando juntos.
Samuel se sentía bien a su lado y no esperaba nada más de aquellos días, que la idea inicial con la que vino, recuperar su estado de ánimo.
Irene sin proponérselo, lo estaba consiguiendo.

Continuará...













3.11.11

* Contrapunto ( 3 ) *








Irene ante todo era una mujer responsable y como muchas algo soñadora. En los pocos ratos que distraía su atención de su mañana organizada, se concedía un tiempo a sí misma, ante un montón de papeles apilados en una cestilla metálica, que esperarían por un rato ser resueltos aquella mañana, en su despacho.
Después de dar los buenos días a los compañeros de trabajo, colgaba su abrigo de lana gris marengo en el perchero de pié. Se sentaba y conectaba el ordenador a internet.
Leía la prensa digital, parándose sólo en las noticias más relevantes, le gustaba saber el pulso de la sociedad, ya que de alguna manera afectaba a la empresa en la que trabajaba.
Revisó su correo, lo hacía cada día y despachaba lo urgente de inmediato, eran asuntos simples, pero era ella la que tenía que resolverlos y lo hizo maquinalmente.
A veces le cansaba ser tan perfecta en todo, seguir las pautas diarias en el despacho, tomar un café en su descanso en el bar de enfrente, estirar las piernas y volver un rato más a cumplir con su horario, como los demás.
Subía y bajaba las escaleras siempre, aún habiendo ascensor en el edificio, lo había tomado como una costumbre para mantenerse en ágil y  era una actitud que nadie comentaba.
Aquella mañana encontró, al bajar, una revista, sobre la baranda del rellano del piso bajo y le sorprendió que estuviera allí, seguramente alguien la dejó olvidada .
Volvería a por ella cuando la echara en falta su dueño, así que lo mejor era ir a tomar ese café que le daba la energía  necesaria, para seguir afrontando su jornada.
De regreso del bar, en el hall del edificio donde trabajaba, bromeó con sus compañeras y les aseguró que ella llegaría arriba antes que el ascensor.
Inició su ascenso por las escaleras con ligereza y al pasar rozó la baranda sin darse cuenta. La revista cayó a su izquierda e hizo que Irene girara la cabeza y la viera en el suelo.
Era una revista de una Agencia de Viajes; quien la olvidó no había regresado a buscarla, la cogió y pensó en echarle un vistazo en su despacho.
Cuando acabara su trabajo, la dejaría en recepción, se dijo a sí misma.
Y hojeó ya sentada, su contenido con inusitado interés, pero fijó su mirada en un viaje que parecía interesante, era una excursión programada a Holanda en cinco días. Leyó más detalles del panfleto y su curiosidad siguió creciendo.
¿ Porqué Holanda? la respuesta era sencilla: Porque la tenía ahí delante de sus ojos, en vez de París, Roma o New York.
Cogió el teléfono, quiso llamar a Leo, decirle lo que había encontrado por casualidad, comentarle lo agradable que podía resultar un viaje de esas características, justo en aquel momento, para ellos dos solos.
No era mujer de caprichos de ese tipo, pero la idea del viaje se iba apoderando de ella, como si fuera una niña empeñada con su juguete ansiado.
Leo parecía no prestarle mucho interés a lo que le estaba diciendo Irene, hecho que hizo crecer la insistencia de su mujer y él le repetía una y otra vez que no podía dejar a sus clientes abandonados cinco días. 
-  Quizá más adelante. Dame tiempo Irene,  ya sabes ... lo ocupado que estoy siempre.
Irene no sabía cómo convencerle que era una ocasión única, que quería hacer ese viaje con él y Leo se mantuvo en su postura con firmeza.
Ella respiró hondo, controlando su genio y con un tono seguro y pausado le dijo: 
Si tú no vienes, me iré sola. Tú decides, Leo.
Su marido la conocía bien, cuando ella quería algo el hacerle cambiar de opinión era esfuerzo baldío y tras un largo silencio al otro lado del auricular éste le dijo: 
Haz lo que quieras, Irene, ve si es tu deseo. Tengo que dejarte ... me llaman por la otra línea.
¡Un beso. Adiós!.

Lo pensó una y otra vez, ese viaje era un acicate para ella y faltar cinco días al trabajo, no le causaría problemas en la empresa. Disponía de una semana libre para asuntos propios que aún no se había tomado.
Flora se encargaría gustosa de atender en todo a sus hijos, Leo estaba fuera y todo era muy sencillo, cuando una se lo proponía.
Siguió los pasos de su impulso irrefrenable y llamó a la Agencia de Viajes. Tuvo suerte, un cliente había anulado su reserva la tarde anterior y su plaza estaba  aún disponible.
Hablaron de los pormenores, del precio y del día de salida hacia Holanda. Anotó el número de cuenta corriente donde abonar aquella locura de viaje y realizó la transferencia  virtual en ese momento.
No vaciló ni un instante y paso a paso iba estando más cerca de aquella odisea, en fecha inmediata.
Todo íba saliendo a pedir de boca.
En un rato, un sobre con el pasaje del avión y la guia de Holanda, llegaría con algún recadero de la Agencia  a su despacho y acto seguido le envió a Leo un mensaje de texto a su móvil:
-  Me voy pasado mañana a Holanda . Un beso. Te quiero.
No hubo respuesta a su mensaje, Leo era así, quizá más tarde la llamaría o tal vez no.


Holanda esperaba a Irene.

Continuará...








2.11.11

* Contrapunto ( 2 ) *




El aeropuerto de Barajas era un continuo ir y venir de gente con sus pesados equipajes desde bien temprano y algunas agencias de viaje facilitaban a sus viajeros un distintivo de viaje para identificar en su momento un equipaje como propio.
Samuel se encaminaba hacia la puerta de embarque con la certeza de que iba bien de tiempo, pero acabó por contagiarse de las prisas de quienes caminaban en su misma dirección.
Su familia  le había insistido en que sería bueno un cambio de aires, para relajar la ansiedad que sufría en estos últimos tiempos y se dejó convencer de que un viaje a Holanda le haría mucho bien.
Él siempre había planeado visitarlo con su esposa y con sus más de cincuenta años a cuestas, le resultaba muy extraño verse viajando sólo.
Se sentó a hojear una revista y otros pasajeros fueron llegando en pocos minutos, algunos llevaban su mismo distintivo prendido en su maleta e instintivamente se fueron agrupando entre ellos.
Serían sus compañeros durante cinco días en este viaje concertado con la agencia y a su llegada a Amsterdam les esperaba un guía turístico.
Samuel abandonó con un sobresalto su lectura, al escuchar un taconeo de mujer que se acercaba a él y...
¡era Laura!.
Laura era su esposa, más joven que él. Llevaban unidos muchos años y siempre recordaba con ternura el día de su boda, ella cumplía diecinueve años y su relación fue maravillosa desde el día que la conoció.
Y unieron sus vidas, convencidos de que serían inmensamente felices.
Tuvo en ella  a la consejera  más inteligente, a la enamorada más romántica, a la amante soñada por cualquier hombre. Ambos tuvieron tres hijos, que no entorpecieron que Laura fuera una inmejorable profesional en su carrera.
Recorrieron juntos casi toda Europa, pero tanta felicidad un día se paró en seco.
Laura desarrolló una enfermedad degenerativa e incurable y se fue convirtiendo en una sombra silenciosa, con periodos en los que no reconocía a ningún ser querido, ni siquiera a su esposo.
Esta dolorosa situación afectó mucho al estado de ánimo de Samuel, lloró a solas muchas noches de impotencia, preguntándose mil veces porqué a ella.
Alimentó ingenuamente al principio de toda aquella pesadilla, la idea de que podría curarse y así recuperar a aquella Laura que tanto necesitaba, pero con el tiempo, asimiló que se consumía lentamente en el interior de aquel cuerpo.
No podía hacer otra cosa que cuidarla, mimarla, seguir amándola y seguir viviendo su destino, con hombría, tal como ella hubiera hecho con él, en idéntico caso. De eso estaba muy seguro.
Evidentemente la desconocida no podía ser Laura, la mente había jugado una mala pasada a Samuel, aun a pesar de que su forma de caminar y su cabello eran dolorosamente parecidos.
La atractiva mujer se sentó frente a él y la imagen de Laura desapareció, en el momento que él prestó atención a una azafata que  les anunció que el vuelo traía un retraso de media hora y podían tomar un refrigerio en la cafetería, con unos vales que les iba entregando.
Ella levantó la vista y le sonrió tímidamente, como aceptando el retraso del vuelo, aunque sus ojos estaban algo tristes, por alguna razón desconocida y él se limito a  responderle encogiéndose de hombros.
Guardó su vale en el bolsillo de su americana y decidió seguir leyendo su revista, en vez de ir a tomar algo.

Aterrizaron en el aeropuerto de Schiphol sin novedad y de ahí les llevaron en autobús al hotel, situado en una calleja entre dos canales.
Las casas de la manzana eran del siglo XVIII y habían sido remodeladas alrededor del antiguo patio de luces, cubierto con una inmensa claraboya de cristal.
Dos parejas del grupo hacían su luna de miel, otras dos más eran de mediana edad, parecían buenos amigos por los comentarios entre risas  ruidosas de cualquier detalle que les llamaba la atención.
Un tercer matrimonio con sus dos hijos muy educados, la  bella desconocida que rondaría los cuarenta años y Samuel, conformaban aquel viaje a Holanda como grupo visitante.
Recorrieron el amplio y lujoso hotel, sus suelos estaban tapizados de unas gruesas alfombras y las habitaciones estaban en otro edificio contiguo. Mientras, iban viendo una exposición de pintura en una de sus paredes y más allá había ocho estancias separadas por mamparas de madera, con unos cómodos tresillos para descansar, leer o conversar un rato con algo más de tranquilidad.
Y todos y cada uno se fueron a sus habitaciones hasta la hora de la cena.
Sería en un antiguo restaurante del siglo XV, donde cenarían juntos, sin apenas haber intercambiado previamente sino las consabidas frases de cortesía.
Ella se acomodó junto a las parejas de recién casados y él se decidió por sentarse con los dos niños de modales exquisitos.
De vuelta al hotel tuvieron la oportunidad de admirar la iluminación brillante de los edificios, reflejandose en el agua de los canales.

Luces y sombras de un país desconocido, mientras el día  se durmió con ellos.

Continuará...




28.10.11

* Contrapunto ( 1 ) *



De todas las mujeres que cada mañana salen muy temprano a su trabajo, de muchas de ellas que rondan las cuarenta primaveras y aún conservan mucho de aquella lozanía en su rostro, de unas pocas que sonríen muchas veces y que parecen tener una vida perfecta, sobresale siempre una por algún detalle que no se sabe explicar a simple vista.
Irene es esa mujer. Vital, responsable en su trabajo, implicada con su esposo en la educación de sus hijos y en la armonía familiar.
Mujer infatigable y alegre, desde que el despertador repiqueteara a la derecha de su almohada cada mañana, muy temprano, en la que todo era una sucesión de actos organizados, como un ritual.
Se levantaba a las seis y media y el sol todavía dormía escondido detrás del horizonte, pero ella miraba por la ventana que éste le diera la sorpresa de llegar primero que ella.
Apuraba un café recién hecho, envuelta en un albornoz de Chenilla  hasta los pies, mirando de cuando en cuando un reloj colgado en pared de la cocina.
Iba planeando mentalmente las cosas que tenía que hacer antes de ir al trabajo. Levantar a los niños, dejarles la ropa limpia para que se fueran vistiendo, prepararles los sandwichs para el recreo, envolverlos el papel de aluminio y volver a reñirles suavemente, porque siempre se les echaba el tiempo encima a todos.
Una vez estaban los niños sentados desayunando, con sus cabecitas repeinadas y sus ojitos de sueño, Irene íba a su habitación a vestirse, con arreglo al tiempo que anunciaba el cielo aquella mañana.
Solía comprobar si lo que le apetecía ponerse al día siguiente estaba donde tenía que estar, colgado en perchas paralelas de madera, en la parte del armario que sólo era para ella.
Era un armario empotrado, con puertas correderas de madera y espejos de cristal laminado y ocupaba una pared entera del dormitorio, del suelo al techo, lo cual le permitía tener todo a mano y escoger con rapidez lo que se pondría.
Le gustaba verse reflejada allí, ya vestida con sus medias de lycra fina, traje  gris marengo, de falda lápiz, en  raya diplomática, un fino jersey cuello perkins color gris perla y sus zapatos de salón negros.
Le gustaba perfumarse despues de haberse maquillado discretamente y tras cepillarse su pelo, comprobaba que los niños estaban listos para bajar a la parada  del autobús escolar, justo debajo de casa.
Anotó, como siempre en un folio las cosas que Flora, la asistenta que arreglaba la casa, no debía olvidar de hacer cuando le tocaba venir.
Tenía plena confianza en ella, le había sacado de más de un apuro, cuando tenía algún contratiempo en el trabajo y se retrasaba. Flora siempre estaba dispuesta y pensó muchas veces que había tenido mucha suerte cuando la contrató hace ya seis años y por nada del mundo quería perderla, pues era sus pies y sus manos en su ausencia, cuando Irene trabajaba.
Más de una vez se quedó  al cuidado de los niños, se hacía querer por ellos y los trataba con dulzura y para Irene esto era muy importante.
Su marido, Leo, viajaba mucho por su trabajo y se veían los fines de semana, cuando él descansaba y volvía a casa con su familia.
Llevaban bien esta forma de vida, una como tantas otras, eran una familia organizada.
Irene, suspiraba y siempre se repetía eso: ¡Todo va bien!.

Continuara...

25.10.11

* Otoño *




Ha invadido el paisaje de nuestro entorno, sin pedir permiso y pocos indicios quedan de aquellos días de asueto, de sandalias y mangas cortas, de playa, de dormir sin sábanas y de reir a carcajadas.
Queda lejos aquel  helado de frutas silvestres, encajado en un cucurucho de oblea tostada, al caer la tarde. La gente que íba y venía no prestaba atención ,en su paseo por aquel bulevar, al sol que se iba ocultando irremediablemente en el horizonte.
Se fueron muchas cosas, otras tantas personas, unas ajenas desde siempre y otras con carácter voluble, según acomodaba la brisa reinante.
Caen ya las hojas de los árboles por docenas, secas y al suelo , mueren sin más, como se van desvaneciendo las  ilusiones, que por vanas e inconsistentes fenecen en el pozo de lo absurdo.
Y llueve, dentro y fuera de mi corazón.
En  la calle llueve suavemente y en mi alma, a ratitos sólo,  hay gotas dulces y silentes que no entienden porqué brotan, ni saben consolarme.
El frío llega, lo tengo casi a mi lado y no tengo abrigo, ni fuera ni dentro, me quedé sola y me pilló de improviso.
Mi ayer fue alegre, confiado, sincero y de amistad y hoy no queda nada sino muecas tristes, muchas preguntas que no tienen respuesta y un tremendo vacío.
He de vivir el otoño que me toca, seguir paseando por mis sueños, sola, como debió ser siempre, amparada en mi paraguas de mi credo.
Tendré frío muchos días, tenderé la mano y las preguntas cesarán, yo olvidaré.
La lluvia quizá pare y viviré este otoño en plenitud, con lo que me queda que es mucho.
Sé que tengo manos incondicionales, manos amigas, que tomarán mi alma. La acariciarán mis horas bajas de niña triste y me escucharán en silencio sin juicios, ni reprimendas.
Siempre estuvieron ahí, por malos que fueran los tiempos, pusieron su hombro en mi cara, me acogieron con ternura en su regazo y sobretodo creyeron en mí.
Eso me mantiene, me alienta y me consuela, su lealtad y saber que incluso en otoño, nos  queremos tal y como somos.




20.10.11

* Granada ( final ) *



La curiosidad de los enamorados fue asaltada por las cuerdas de una guitarra, siguiendo la señal de sus notas rítmicas y se acercaron a una antigua bodega, reconvertida en una especie de taberna familiar.
Quisieron contemplar de cerca quien era el que rasgaba aquella guitarra con tal sentimiento, la tentación les pudo y pasaron dentro.
Un grupo de hombres mayores que conversaban de sus cosas rodeando a un tonel de madera de roble blanco, interrumpieron su charla y sus vinos, mirando con interés a estos dos turistas curiosos. 
Acto seguido, presentaron sus respetos a la dama, con sus sombreros de ala ancha en la mano,  a modo de saludo respetuoso y muy andaluz.
Del interior de una cocina salía un aroma a pescaíto frito que inundaba la bodega. 
Era la hora propicia para probar las excelencias del lugar y a una indicación al camarero, la pareja invitó a los presentes a una ronda de vino de la tierra, con su tapa de fritura recién hecha.
Las maneras y la cordialidad de los enamorados no encontraron dificultad  alguna para integrarse en el cante y en la conversación de los lugareños. 
Ella quiso pasar a la cocina, a felicitar a la cocinera y esposa del tabernero, por el punto primoroso que le había dado al pescado.
El ambiente era amistoso y alegre y varias rondas de vino borraron los pocos reparos que tenía la mujer para bailar un poco de flamenco.
La tabernera salió de la cocina  con más tapas, las colocó en la  mesa y se sentó con el grupo.
Animó a la pareja a bailar un poco al son de la guitarra, tiró del brazo de la joven mujer y aún con su edad y su gordura, la cocinera se empeñó en enseñarle algunos pasos de flamenco, con el afán de que ella lo intentara.
Incluso el viejo guitarrista alardeó de su destreza y quiso que ella  se fijara, sin soltar la guitarra de sus manos.
Debió oírse en la calle el buen ambiente que reinaba en la taberna, pronto se unieron al grupo unos niños curiosos que jugaban fuera y con toda naturalidad, unos tocaron palmas y las niñas pasaron a bailar como si fueran bailaoras de un tablao flamenco.
A ella le encantaban los niños y se unió a ellos, se cogieron todos de las manos y  unos y otra formaron un corro, entre risas al son de los compases. 
Giraban y giraban sin cesar al son de la música, en medio de un ambiente alegre y más vecinos se asomaron, queriendo  compartir el espectáculo improvisado con ellos.
Ella se veía radiante, quizá el vino tuvo algo que ver y cantó con los niños las canciones típicas del lugar, con la complicidad del guitarrista.
Él no había podido imaginar tanto desparpajo con el flamenco en su amada, al menos hasta ese día, seguía sorprendiéndole siempre con algún registro nuevo y la miraba embelesado entre palmas y risas.
Ella improvisó unos pasos acercándose a su hombre, bailó ahora sólo para él, su  gran amor. 
Le besó con intensidad los labios y acabó el baile con un abrazo profundo entre los dos enamorados, que arrancó de los presentes una ovación emocionada. 
Llegó la hora del adiós, agradecieron tanta hospitalidad y la pareja se despidió con mucho afecto de todos , llevándose con ellos un recuerdo entrañable del improvisado cuadro flamenco.
Era ya de noche y las antiguas farolas encendidas dieron el aviso a la pareja de que era una buena hora para regresar al hotel y descansar de tantas emociones.
Aquella visita a Granada fue inolvidable, serena en momentos, sencilla en sus gentes y mágica en su conjunto.
Fue cálida en su mañana de sol, conocieron gente cariñosa y humilde, se recrearon en sus paisajes de ensueño y alimentaron su ternura como dos adolescentes. 
Guardaron estos dos enamorados en su corazón, junto a tantos otros recuerdos bellos, aquella visita imborrable a Granada.
Esta ilustre ciudad andaluza se quedó con un pedacito del corazón de estos enamorados, siempre lo hace.




                                                            

                                                                     


10.10.11

* Granada ( 2) *

*Aljibe de Trillo. Manuel Alejandro*

Él entornó también sus ojos, embargado por una sensación de inmensidad, aspirando junto a ella la sutil fragancia que inundaba su alrededor, mientras el sol bajaba lentamente al compás de la tarde.
El doblar de la campana de la torre de Al-Hakem les rescató de ese sublime momento y el cielo fue cambiando de azul a dorado, hasta más allá de donde alcanzaba su mirada.
Las enhiestas Torres Bermejas  fueron espectadoras privilegiadas, a la izquierda de ellos, en ese atardecer vestido de amor.
Una brisa ligeramente fresca proveniente de Sierra Nevada, acarició sus espaldas, como señal de que pronto haría más fresco.
Ella se abrazó a sí misma, deslizando sus manos en sus brazos para entrar en calor de esa forma y él la miró embelesado. Sintió la tentación de sus labios, necesitaba besarla en ese preciso instante con ternura y lo hizo suavemente.
Ese beso llevó al siguiente y a otros muchos, llenos de ternura y un abrazo silencioso y entregado puso un broche de amor a tanto sentimiento como mostraba la pareja.
Algo apartados de la escena, eran observados con  sumo respeto por unos japoneses sonrientes y ella sintió como el rubor encendía sus mejillas, al sentirse espiada en su ensueño de enamorada.
Azorada como una colegiala, le indicó con un gesto cómplice que abandonaran ese lugar, mientras se atusaba su melena. 
Él sonriendo a los turistas les dedicó una lenta reverencia de minué del XVII, como colofón a su curiosidad; rodeó el hombro de su amada con su brazo y decidieron poner punto final a la visita, con un largo paseo hasta los aledaños del Hotel Washington Irving, el mismo que se cita  de " Cuentos de la Alhambra ".
Decidieron no perderse detalle alguno de las calles con sus casas ajardinadas, llamadas " cármenes" que conducían a la ciudad. Guardaban un bello equilibrio entre todas ellas y conferían un entorno lleno de magia, con sus árboles y plantas de los más bellos colores. Magnolias, buganvillas, árboles y flores  del lugar parecían sacados del paraíso, para  deleite de sus ojos.
Fotografiaron sin cesar tanto despliegue de belleza, primero ella, sonreía para él, enamorada y feliz. Luego él posaba para ella, con su sonrisa franca y su amor declarado.
Muchas instantáneas  de todo aquello que iban contemplando, quedarían grabadas para siempre en sus retinas y las fotos serían, por añadidura, el  fiel recuerdo de aquel idílico viaje a Granada, en el que el amor fue el protagonista.

Continuará...




4.10.11

* Granada ( 1 ) *

* Acuarela de Arturo Marín Guerrero. " Desde el Generalife " *


Casi llegando Mayo, Granada tuvo la generosidad de recibir en su seno a una pareja de enamorados, ávidos de recorrer sus calles, plazas, incluso de paladear su historia y les propuso el marco más romántico de todos cuantos tenía.
Sería un paseo entre las flores de la Alhambra, el palacio de Carlos V y como colofón una comida deliciosa en el Parador Nacional.
Él había planeado con ilusión y en secreto ese viaje una tarde de invierno y preparó primorosamente el viaje. Quería que todo fuera perfecto.
Quiso sorprenderla y sorprenderse juntos, conocerla bajo la influencia del embrujo granadino y la idea le resultaba muy apetecible.
La mujer eligió para la ocasión un vestido envasé, de seda salvaje que insinuaba discretamente sus curvas, cuando caminaba. Pensó en lo angosto de las calles y se calzó unas zapatillas de cuña conjuntadas con su ropa y que facilitarían la caminata propuesta por su amado aquella mañana en Granada.
Cuando visitaban  juntos aquellos lugares de ensueño, ella no descuidaba el más mínimo detalle, ni siquiera el cabello y su melena cepillada hacia atrás le daba un aspecto juvenil .
A él le encantaba contemplarla, ella lo sabía desde siempre y le pillaba  mirando de reojo colarse el sol entre sus cabellos.
El calor se iba notando en la piel, sin molestar demasiado en el paseo por  los jardines del Generalife, las fuentes regalaban  su humedad y los árboles ofrecían una sombra generosa en sus paseos.
Conocieron una escalera cuyas barandillas estaban formadas por canales de agua gélida, nacida en Sierra Nevada y subieron y bajaron  con sus manos entrelazadas varias veces por ella, embobados con el paisaje.
Descansaron un rato de su paseo en un banco orientado al Oeste, a fin de ver desde su balcón aquella puesta de sol sobre la vega, refugiados a la sombra de la madre naturaleza.
Él  tomó la mano de ella con ternura  y ella sintió estremecer su piel aún más cuando él envolvió su hombro con la otra mano,  atrayéndola hacia sí mismo.
No era necesario hablar, ambos tenían un lenguaje propio, ella  dejó descansar la cabeza sobre su hombro y como otras veces cerró los ojos un momento, sentía  una paz inmensa a su lado y no necesitaba palabras.
La tranquilidad era latente en los alrededores, las flores competían en aromas diversos y sutiles y las aguas que manaban entonaban en baja voz unos cánticos embriagadores al alma, mientras los pájaros gorjeaban entre el vergel del entorno.
El sol iba descubriendo matices nuevos de la Alhambra a los enamorados, conforme iba bajando con el día y les mostró la inmensidad de la vega granadina  y al fondo Sierra Morena.
La  colina del Albaicín quedaba a su derecha, las calles de poca anchura serpenteando en su trayecto, reflejaban el sol en la blancura de sus muros, en contraste claro con casas grandes, siempre con su patio, sus fuentes y macetas de mil colores.
El entorno era idílico para ellos y casualmente ese día apenas había gente que vigilara el despliegue de sus caricias, su ternura y su amor.

Continuará...





3.10.11

* Sin él *


No quise decírtelo, pero lo imaginaste siempre.
Fue mejor así, para que cuando te fueras no tuvieras lágrimas en tus ojos, ni recuerdos de amores, ni tan siquiera mi voz, o las sonrisas que pudimos compartir juntos.
Guardé todo eso en el centro de mis sienes en el reino del juicio.
Sepulté en el fondo de mi alma lo que construí con mimo y ternura. Día día, mes a mes, hasta  ahora, sin querer darme cuenta.
Pensé en ti muchas veces, soñé que  te amaba tantas otras que llegué a imaginarte besando mis labios.
Dibujé tus sonrisas compañeras de las mías y entrelacé mis manos con las tuyas muchas tardes de paseo.
Besé tus labios con la suavidad de un ocaso y me abracé a tu cuello con la ternura que inventé por ti.
Busqué el néctar de tus labios, te susurré al oído palabras tan dulces como la miel, nacidas de mi corazón para ti, en exclusiva. 
Te amé sin prisas y sin relojes, sin importarme nada, ni nadie, sólo nosotros como uno sólo.
Nunca te lo dije, nunca me lo dijiste tu...

Y los días pasan con sus noches  y sin él .
Sigo soñándole, sin saber porqué le extraño y no le olvido.










24.9.11

* La niña Rosa *

Muchos veranos como éste que ya agita su pañuelo y se despide, quedarán en la memoria de más de uno que no soy yo, el oír un nombre que por derecho se escuchaba, prendido en el aire, con el mismo soniquete y a las mismas horas, día tras día y mes tras mes, durante mucho tiempo.
Más de una docena de años han ido pasando para la niña Rosa, desde que su nombre se repitiera  por su madre cada atardecer sin faltar uno, hasta que la niña de aquellos entonces aparecía en la esquina del jardín, a contestar a su madre con su alargada queja adolescente:
- ¡Quéeee....... mamáaaa!.
Rayando la hora del noticiario televisivo, su madre salía al balcón, con su melena rizada y su cigarrillo rubio humeando entre sus dedos, echaba un vistazo a los que niños jugaban por abajo y como de costumbre, su niña Rosa no estaba entre ellos.
Cada día arañaba todos los minutos que podía a su madre, en el afán de aumentar su tiempo de asueto, pero la madre no cedía ni un sólo segundo y fiel a su costumbre obligaba sin querer a su madre a llamarla una y otra vez a grito pelado, hasta que aparecía.
Se hizo una costumbre asociar la hora de cenar a las llamadas de la madre a su niña, junto con las protestas airadas de Rosa  y la resignación de los vecinos del lugar.
La madre se iba poniendo nerviosa, cada anochecer en su balcón, porque la niña Rosa se le fue encarando y su docilidad acabó por desaparecer.
Dio paso a su adolescencia complicada, a  los gritos acostumbrados entre las dos, la una arriba y la otra abajo y a nadie se le ocurría hablar,  pendientes de la escena diaria, casi graciosa al vecindario, en el silencio del patio o detrás de unas cortinas .
- ¡Rosaaaaaaaa, que subas he dicho!,
 -¡ Mamá que aún es prontooo, que noo!,
- ¡Mira niña, no me hagas bajar,  mira que bajo, ehh!,
- ¡Ohú, omáaa, siempre igual!.

Al rato se oía a la madre batir  enérgica mente los huevos para la tortilla de patatas familiar, golpeteando con ritmo el tenedor contra el plato, mientras seguía gritando a la niña ya en casa para que aligerara  con la ducha y que estaba muy cansada de tanto bregar con ella y con la vida.
Luego de ésto, reinaba un oportuno  y ansiado silencio y cada uno seguía ya a lo suyo.
La niña Rosa no era amante de los libros, ni de ir a la escuela, más bien le preocupaba su larga melena castaña y tontear aquí y allá con los muchachos del barrio.
Su mirada era huraña, como si estuviera enfadada con el mundo, hasta que el director de colegio le recomendó a su madre que mandara a su hija a aprender un oficio, porque las letras y los números no eran lo suyo.
No le debió ir muy bien  a la niña Rosa y probó varios trabajos temporales, mientras se iba haciendo una mujer y la madre encanecía sin remedio aquellos rizos cordobeses, envidia por cierto de muchas vecinas.
Pero la madre no salió más al balcón a decirle que subiera volando a casa, Rosa trabajaba y se había hecho mayor.
Un día paseando por unos jardines del centro la vi y me vio, hacía mucho tiempo que le había perdido la pista.
No la había reconocido sin su larga melena, estaba recogiendo las hojas amarillentas de los jardines, enfundada en un mono color verde del Ayuntamiento y me quedé sorprendida, nunca la imaginé en un trabajo así, con lo estirada que era la madre.
Primero agachó la mirada casi con vergüenza y luego me miró esperando mi respuesta, pero no le dije nada,  le sonreí y seguí mi paseo sin volver la cabeza.
Desde ese día, pasaron otros más y cuando me la encuentro y me mira, ahora me sonríe y yo sigo sin decirle nada, pero le devuelvo la sonrisa.
Inevitablemente al acercarse las nueve de la noche, aún espero con nostalgia volver a oír a su madre llamarla, pero a esa hora Rosa ya está en casa y su madre ya no tiene que llamarla.







23.9.11

* Mi cielo *



El cielo que contemplo ahora mismo es  casi del color de la plata, tan sólo unas franjas celestes difuminan su tristeza aparente y sus ganas de soltar las lágrimas retenidas en el vientre de las nubes.
Poco a poco, se van saltando lejos y yo me quedo aquí, pensando en qué soñar, mientras un  aire suave mueve las cortinas que realzan la  estancia donde escribo, con sus cremas, verde esmeralda  y detalles dorados cayendo en cascada por sus pliegues, hasta abrazarse entre ellos.
Lentamente el azul toma su sitio en mi horizonte y las ramas del árbol que da sombra y cobijo a mis gorriones, se mecen sigilosas entre los trinos cantarines y una brisa que suelta sus hojas secas.
Caen inertes sin quejarse siquiera y cubren el suelo de un manto dorado, mientras la mañana desgrana sus minutos ante mis ojos ávidos de algún detalle que ayer se me escapaba.
No se oye nada más, todo está en silencio y me complace que así sea.
Me distrae de mis letras el rugir seco de los coches contra el pavimento, me disgustan los gritos que alteran mi paz interior, me pueden los ruidos estridentes e inoportunos que rompen la armonía del momento.
Me embelesan otros sonidos que acarician mis oídos, sones de baladas y boleros, logrando hacer salir la ternura que poseo dentro de mi alma, esos mismos que acuden a mi boca y la convierten en sonrisa o esos otros que asaltan mis ojos y los impregnan de un brillo único.
Me gusta ver más allá de mi mirada, encontrar motivos y paladearlos, como en este mágico instante que puedo ser la que quiera ser, sin importarme juicios y opiniones.
Adoro las emociones que me confiesan que despierto en quien me lee, cuando viene y se pasea por el rincón de mis sueños.
Son el acicate claro de mi impulso a seguir adelante con mi día, con mi suerte y en esta vida que bulle joven y alegre dentro de mi misma vida.
Quiero ser la que soy, ni me quito ni me pongo notas de violínes, ni flores en el pelo para ser más o menos agraciada, ni oro en mi piel para que me lisonjeen, no lo busco y no lo quiero.
Más bien seguir el camino que elegí, a caballo entre el cielo del tono que elija ser cada amanecer y entre la tierra con su otoño dorado, lejos ahora del mar que me extasia y que tanto extraño.
Soy la que lees, sin papel brillante para envolverme, ni lazo de regalo, sin palabras complicadas y sin melancolía, ni añoranzas soterradas.
Tengo mucho que decir todavía, cuando los sueños sean tan bellos como quiera imaginarlos y acudan a mis manos y a mi mente, para así hilarlos en el tapiz de mi momento, éste al que acudes cuando llamas y te quedas.
Sabes que estoy siempre, aunque no me veas, despierta o eligiendo otros sueños, con dulces canciones de amor, pensando en ti, en mí, en la vida, en el cielo, en nosotros y en todos los que saben arrullar su alma junto a mí.
Y vendré, cómo no a contarte letra a letra, mis cosas, sin planes, sin medias tintas, cómo es mi alma y qué ven mis ojos, para que tú, si quieres lo disfrutes conmigo.




22.9.11

* Corazón *


Escondido en un lugar de la memoria yace palpitando, ante los ojos entornados de la luna blanca.
Así calla cuando habla, sin rabietas de niña de domingos, sin coqueteos de otoño declarado.
Con los susurros del silencio, así luce, con tonos pastel y sueños de miel.
Así se ríe, mientras va con ella, descalza por la vida de su vida.
Cuando se asoma a sus ojos, prefiere la elegancia, requiere la bondad y la ternura, escoge la verdad de su todo, regala su lealtad sin precio y promete la quietud de su tiempo.
Valora sus reclamos, entiende sus ausencias, espera mientras él le espere y se va de paseo, cuando la vida les separa.
Sólo es cuestión de acompasar el baile de las letras, ponerles la música de un bolero con dos soles y una sonrisa de luna lunera, para su boca.
Cuanto más se mira en el espejo de sí misma, más ansía que él la encuentre, que le salve , cuanto más le apremia su ausencia, menos tiempo falta para la llamada de sus trinos de violines, en medio de su espera.
Los sentimientos se sienten vivos o se mueren de pena en el olvido
Siempre están ahí, ahogados, oprimidos, agonizando, clamando por volar por fin  libres y felices para siempre.
Cada corazón late como puede, hay veces que parece dócil, hace como que escucha, pero en el fondo es rebelde, tramposo, como un eclipse de sol.
Si se sabe vencer al juicio, ama.
Si se rinde en el camino, pierde la dicha ansiada.

¿Mi corazón?.
Es cauto y bandido,
es joven y cantarín,
es zalamero y justo,
es leal y exigente,
es paciente y equilibrado,
es dulce y exclusivo,
es bueno y entregado,
es tierno y duradero.
Corazón al fin,  para amar amándote.

(12 mayo, 2009)