29.4.11

* Mediodía * ( 16 )

Celia era casi feliz, la maternidad de su hija había cambiado su vida, pero extrañaba  mucho a Tomás, sus besos, su mirada y su sonrisa.
¿Cómo olvidarlo, si aquella pequeñita era el vivo retrato de su padre?. No podía, ni tampoco quería.
A veces, sollozaba en silencio, apretando contra su pecho a Ana. Le torturaba la idea de que Tomás ignorara que la niña, fuera el fruto de aquella tarde de pasión y sentimientos desbocados.
No sabía ni cómo,  ni dónde buscarlo, para que al menos, supiera de la existencia de la nenita, su hija.
A veces, quería salir corriendo a aquel parque, con la esperanza de encontrarlo y contarle cómo habían sido las cosas, pero temía acrecentar su dolor, si no lo encontraba.
Nunca más había vuelto a aquellos jardines.
Con el susto de la enfermedad de su madre, su lenta recuperación y el embarazo, todo se complicó y vivían algo alejadas del lugar.
A pesar de la dulzura y el amor que sentía por Ana, cuando aspiraba en su piel de terciopelo, la  fragancia de  flores y limón, con la que perfumaba a su hija tras el baño, un resquemor arañaba el  corazón de Celia, día tras día y noche tras noche.
La prudencia de su madre era evidente y guardaba silencio, evitando nombrar al padre de su nieta y cuando comparaba los rasgos físicos  de su nieta, lo hacía con los de su hija.
Celia tenía ratitos de tristeza, su madre no era ciega y su mirada se abstraía en el infinito, con el azul de los ojos de Ana, tan iguales a los de su padre.
No había duda que pensaba en él, porque sus ojos se volvían del gris de las nubes cuando llueve y aguantaba arrasar sus ojos de lágrimas.
Los balbuceos de Ana, lograban sacarla de su añoranza y Celia se comía a besos la carita tersa de su hija, con mil carantoñas y besos.
Había decidido dejar las cosas como estaban, no por cobardía, sino por las responsabilidades que tenía: el trabajo, la maternidad y los cuidados de su madre.
No podía abandonar su presente y emprender la búsqueda desesperada de Tomás. No era el momento.
Habían pasado muchos meses y no sólo no dejó de extrañarlo, sino que un sentimiento dulce  fue creciendo lentamente en su callado corazón, a la par que la princesa, a la que dieran vida  juntos, en su vientre de mujer.
La realidad era que  amaba a Tomás.
Casi desde el primer beso, sintió por él algo más que ternura o deseo, era más, mucho más.
Con el tiempo se fue dando cuenta, de que él había conquistado su corazón de mujer,sin proponérselo y sin embargo, la vida los había separado de esa manera.
Muchas veces pronunciaba su nombre en sus pensamientos de nocturnos, cuando la casa ya estaba en silencio y Ana dormía como un querubín.
Se abrazaba a su almohada y toda aquella tarde de besos y pasiones  con Tomás, despertaba de pronto en  su cabeza.
Volvía a extrañar sus labios, su cuerpo y su entrega y le torturaba no saber nada de él.
Ninguno de los dos sabía que, cada noche y  fielmente se entregaban al mismo pensamiento, no olvidarse, porque se amaban.

Continuará...




28.4.11

* Mediodía * ( 15 )

Ana, dió a su abuela unas ganas de vivir inusitadas, renaciendo el instinto maternal, adormecido en su corazón años atrás, cuando Celia se independizó de su madre.
La miraba  mil veces, con amor infinito, mientras dormía como un ángel, en su moisés de mimbre.
Ella misma lo había  vestido primorosamente, en piqué blanco y le entrelazó unas cintas anchas, en seda rosa, rematadas por unos lazos zapateros, a ambos lados del capacho.
Se repetía una y mil veces a sí misma, el nombre  de su nieta Ana, acariciándolo entre susurros de felicidad infinita.
El amor que  profesaba a la hija de su hija, era el culmen de sus deseos, en el declive de su vida. 
Su carita tenía la suavidad de la seda, sus labios gordezuleos esbozaban una sonrisa, entre sus sueños de niña. El pelo dorado como la miel, era exacto al que recordaba, cuando ella misma fué madre de Celia.
Era una niña mucho más bonita de lo que había imaginado y pensaba malcriarla, con mimos y regalos. Aquellos ojos azules como el cielo, que la miraban al despertar con la toma de su alimento, jamás verian una negativa de los labios de su abuela.
Madre e hija se acostumbraron a dar largos paseos, puntualmente cada tarde en sus primeras horas, para que la preciosa Ana tomara sus rayos de sol, sin peligro alguno.
Todo le parecía poco para su nieta, otro sonajero de plata más, por si lloraba de noche. Unos zapatitos de  piel de cabritilla cremas, de primera postura, del color que le combinara mejor con su jersecito de perlé.
O, incluso un faldón de  organdí , con canesú de encaje valencié.
No podía resistir la tentación de entrar a la boutique infantil  y después de elegir entre unas cuantas prendas, salía tan contenta como una adolescente del comercio y le mostraba a Celia su último antojo, para la nieta de su alma.

Tomás no podía dejar de pensar en Celia, en muchos momentos de su día, a pesar de que su trabajo le sumía en una dinámica estresante.
Cada noche fiel a su cita en su sillón  de piel, sito en su salón, al agotar las últimas horas del día, ella aparecía en su memoria, bella y majestuosa, como la tuvo entre sus brazos y una tristeza almibarada, invadía su alma.
Se preguntaba, mientras se atusaba el pelo hacia atrás, qué sentía por Celia, si  ella le habría olvidado y por qué las cosas tuvieron que ser así y una suave aflicción se dibujaba en su alma, de nuevo.
Y de pronto se acordó del reloj  de Celia, quiso saber si ella lo había recogido.
Tomó el teléfono y llamó a la recepción del hotel. Una voz joven al otro lado del auricular, le informó que seguía depositado en el cajón y que podía disponer de él, ya que nadie lo había reclamado y si era su deseo, podía recuperarlo.
Resolvió no atormentarse más y acabar con aquel sufrimiento que le embargaba día tras día.
En sus inminentes vacaciones de navidad, volvería a aquella ciudad, al hotel  donde se alojó, recuperaría el reloj de plata antigua, lo único que podía tener de la dulce Celia.
Pasearía de nuevo por aquel parque, donde la besó con devoción. Intentaría también, encontrar esa dirección que le indicó el taxista, anotada celosamente en su agenda personal. Cabía la remota posibilidad de encontrarla y al menos, verla de lejos, saber cómo le iban las cosas, no pedía más.
Su pecho se inundó de impaciencia, de un sentimiento que pedía volar libre y anidar en  los besos de aquella  mujer a la que, decididamente, amaba con locura.

Continuará...


27.4.11

* Mediodía * ( 14 )

Tomás llegó a su punto de destino, a la hora prevista, algo más relajado y dispuesto a retomar su trabajo en aquel mediodía, tan distinto al anterior con Celia.
Se dirigió al aparcamiento, donde había dejado su coche y pago el importe del estacionamiento en la ventanilla.
Con el ticket en el bolsillo, buscó el número de su plaza y allí estaba su coche, abrió el capó y dejó su equipaje en la parte de atrás.
La cartera de mano, que contenía los dossieres firmados , la puso en el asiento del copiloto, por comodidad y costumbre. Se colocó el cinturón de seguridad y arrancó el motor despacio, hasta la barrera del parking cubierto de la estación.
Llego por fin a su amplio despacho y abrió la cartera de mano encima de la mesa. Llamó a su secretaria por el teléfono interior y le dio unas breves órdenes de archivar dichos documentos, hasta la entrevista con el cliente y así comunicarle que el negocio había sido un éxito.
Buscó en el bolsillo de su americana la tarjeta del taxista, para recavar información sobre dónde pudo haber ido Celia y llamó al primer teléfono. No tuvo suerte, aquel taxista no recordaba el nombre de Celia en sus servicios.
Llamó al siguiente número y éste le dijo que sí recordaba el nombre de esa mujer, pero no el apellido.
Tomás se apresuró a tomar los datos que le iba dando, no más allá de su nombre, la calle y el número del portal.

Celia, por su parte, se reintegró a su trabajo diario. Su madre había mejorado con el paso de los días y el médico le dio el alta, haciéndole hincapié en el tratamiento riguroso, una alimentación equilibrada y una vida sin sobresaltos.
Ninguno de los dos pudo olvidar al otro, aquella tarde mágica se grabó en sus corazones a fuego, pero la vida pedía calma y Celia estaba inmersa en los cuidados de su madre, ayudada por una auxiliar de enfermería, que la cuidaba cuando ella tenía que trabajar.
Pasaron los días, las semanas y los meses y aquella dulzura de Celia, no se despegaba de la memoria  de Tomás, cuando acudía en sus ratos de descanso.
Ni por un momento pudo trasladar su imaginación a la realidad de Celia, la recordaba mirando las nubes y sus formas tan dispares, señalándole una con forma de querubín.
Celia, en aquel momento, estaba sudorosa, con un rictus de dolor dibujado en su semblante. Se asía fuertemente a unas barras metálicas, con las manos encrespadas, tendida  como estaba, en una camilla del mismo hospital en el que ingresó su madre.
Hizo un último esfuerzo y  su vientre dejó de doler, lo cual le sirvió para descansar de tan tremendo denuedo. Una enfermera secó su cara con una gasa blanca y le sonrió con un gesto maternal, mientras acariciaba su cabello.
La comadrona pinzó el cordón umbilical del recién nacido y se lo puso en su pecho, tal como había venido al mundo..
Celia lloró de felicidad, su niñita había nacido, era sana y por fin la tenía en sus brazos.
Durante su embarazo barajó mil nombres, dudaba entre muchos, pero al ver su carita sonrosada y sus ojos azules como el cielo, no dudó ni un momento en llamarla Ana, recordando el nombre de la suite  en la que se entregó a Tomás.
Ana fue una bendición en la casa de Celia y la abuelita estaba feliz, de tener por fin a su ansiada nieta.
Fue discreta con su hija y no preguntó por la suerte del padre, cuando le dijo que iba a ser madre, simplemente celebraron la maternidad  de Celia y disfrutaron juntas e ilusionadas el embarazo, día a día.


Continuará...








26.4.11

* Mediodía * ( 13 )

Tomás guardó la nota de Celia en el sobre y quiso conservarla, aunque en realidad, su contenido se lo sabía de memoria, incluso sus  letras de trazos suaves, en azul caribe.
Llegó su soledad de nuevo, pero su día  recién nacido y brillante, era nublado sin Celia.
El dolor abrasaba el corazón de Tomás,  le costaba incluso respirar con plenitud .
Ese adiós tan extraño de Celia, le había hecho tanto daño, que su razón no encontraba un consuelo y se sentía sólo, como un niño abandonado.
El tiempo corría sin descanso hacía algunos años para él y aquella mujer, tan maravillosa a sus ojos hizo, con su magia, que el mundo se parara en seco, cuando la vió sentada, tomando café.

Cerró su maleta y consideró que su equipaje estaba listo, para emprender su viaje de regreso.
Quedaba por decidir un detalle que había pasado por alto: el reloj de plata antigua, que Celia olvidara en la mesilla. No era justo quedárselo de recuerdo y si ella regresaba a buscarlo al hotel, se alegraría de recuperarlo.
Decidió meterlo en un sobre, escribir por fuera su nombre y entregarlo a la  recepcionista.
Así lo hizo y la señorita, muy educada lo guardó en un cajón con llave, por si la dueña lo reclamaba, anotando el nombre de la suite y la fecha, en el reverso del sobre.
Tomás pidió un taxi para ir a la estación y abandonó por fin la recepción , dando una última mirada al acogedor hall del hotel.
En la carrera le preguntó al taxista si, por un casual, había recogido a algún cliente del hotel y éste le dijo que llevaba desde las siete a.m. de servicio.
Efectivamente había llevado al aeropuerto a una pareja mayor, que tenían mucha prisa y luego de eso, estaba estacionado en el parking del hotel, escuchando las noticias de  la radio.
Éste  le comentó que eran tres taxistas, quienes cubrían el servicio a los clientes de ese hotel, por turnos de ocho horas.
Tomás le preguntó si podría saber los números de sus compañeros y el taxista le dió una tarjeta con los tres teléfonos móviles, mientras rodaba con su taxi, sin quitar la vista de la circulación.
Llegaron a la estación, Tomás abonó el viaje y redondeó con una buena propina, recogió del maletero abierto su equipaje y le agradeció al taxista su servicio.
Quizá esa tarjeta le diera algo de luz de dónde fué Celia, si llamaba a los otros dos taxistas.
Necesitó tranquilizarse, mientras bajaba la escalera mecánica, en el andén que indicaba el billete, entre las ídas y las venidas de viajeros y sus maletas rodantes.
No podía permanecer más  tiempo en aquella ciudad, el tren saldría en pocos minutos, así que subió a su vagón y se sentó en su plaza.
La vida  o una parte de ella, se le íba entre dos lágrimas sostenidas detrás de sus ojos, mientras el tren arrancaba.
Sintió que su corazón dolorido se quedaba en aquella estación, buscando desesperado al de Celia.

Continuará...











25.4.11

* Mediodía * ( 12 )

Celía caminaba con paso ligero, por la planta cuarta del hospital, mirando las placas con sus números, sobre el dintel  de las habitaciones.
Su corazón lloraba y deseaba saber de su madre, solo pedía  al cielo:
-¡Que esté bien, Señor, por favor!.
Llegó a la habitación que le habían indicado en recepción,  pero no conocía a nadie de los que allí estaban  y vió una cama vacía, junto a la de otra enferma, que charlaba con su visita en voz baja.
Buscó a la enfermera jefe y le preguntó por su madre, pudieron haberse equivocado abajo de planta o algo parecido.
Ésta consultó en la lista de planta y le comunicó a Celia que estaba en la Uci y que era mejor que hablara con el médico que la atendía.
Esperó a que el doctor acabara sus consultas en planta y esa misma enfermera, le dió  el recado de que Celia, su  hija, le esperaba muy alarmada.
El médico era un eminente cardiólogo y afortunadamente, estaba de guardia cuando la ambulancia trajo a la madre, con un dolor agudo en el pecho.
Su actuación tan a punto y sus extensos conocimientos, hicieron que el doctor salvara su vida, aunque su corazón  y su vida ya nunca serían los mismos.
La convalecencia  de la madre de Celia, fué larga y difícil. Se volcó de lleno en mimarla y cuidar su restablecimiento.
Adoraba a su madre y aparcó su vida, sin pensárselo dos veces,  día y noche a su lado.

Tomás se despertó con el sonido telefónico de la centralita del hotel , era el servicio de despertador, que había ordenado el día anterior.
Abrió los ojos lentamente y notó que Celia no estaba a su lado, cuando estiró el brazo para acariciarla.
Se extrañó al ver que no había nada suyo en la silla, tal y como ella lo dejara por la noche.
Se incorporó y se sentó al borde de la cama, mientras se íba espabilando.
Eran las ocho de la mañana y a las once tomaba un Ave para su  casa. Mientras se duchaba, desayunaba, abonaba la cuenta de su estancia y pedía un taxi,  se le harían las nueve y media, como poco.
Descorrió las cortinas crema atornasoladas y entró la luz inundando la habitación.
Así, descalzo buscó a Celia primero en un baño y luego, en el otro.
La habitación estaba silenciosa y ella se había ído. No le cabía en la cabeza qué pudo haberle pasado.
Una sensación de desesperación atravesó su pecho y se sintió muy solo, sin ella.
Reparó en el sobre y la flor, encima de la mesita, sacó  nerviosamente la nota y la leyó deprisa, una y otra vez.
Tomás todavía guardaba el perfume de sus besos, apenas unas horas antes, mientras se acariciaban con ternura y fueron uno sólo, con una pasión desbordante y dulce como la miel.
Aún sentía que necesitaba saber todo de Celia, de su rostro y de su cuerpo, de su vida y de sus ganas, pero ya no estaba ya, esa era la realidad  que le quedaba y ¡no la entendía!.
Se fué Celia y no le dejó nada más que su adiós y un beso, al lado de una flor.

Continuará...




21.4.11

* Mediodía * ( 11 )

Celia despertó de pronto, con  un frío extraño dentro de sí, enmedio de la noche.
No se oía nada, sólo la respiración pausada de Tomás, que dormía con una sonrisa de ángel, a su lado.
No tenía idea de la hora que podía ser, encendió una lamparilla de lector de la cabecera de la cama y buscó  su reloj de pulsera, que había dejado sobre la mesita de luz.
Era medianoche y una tenue luz amarillenta, de la farola de la calle, se colaba por las cortinas tornasoladas, para morir en el suelo de parquet brillante.
Recordó que en el baño había dos albornoces blancos, plegados primorosamente y bordados con las iniciales del hotel y se cubrió con uno de ellos, para entrar en calor.
Fue de puntillas al saloncito y cogió su bolso, lo había dejado en el sofá, al lado del reposa brazos.
Mientras encendía un cigarrillo rubio, pensó en su madre sonriéndole y acto seguido, revisó el móvil.
Había varias llamadas perdidas, a distintas  horas y un mensaje, de un número que no conocía.
Lo leyó de corrido: - Celia, soy su vecina del ático. Su madre enfermó y la llevaron a Urgencias. Fdo.: Lola.
Una desazón enorme, dio paso a la culpabilidad de no haber estado localizable, cuando su madre se sintió mal.
Fumó deprisa, pensando en qué hacer, dónde acudir, para saber qué había pasado.
Apagó el cigarrillo en un cenicero  con agua, de porcelana blanca y volvió al dormitorio.
Recogió sus ropas de forma apresurada, besó la frente de Tomás, con cuidado de no despertarlo y se vistió en el baño.
Le dejó una  breve nota en la mesita del salón, tampoco podía contarle mucho, aún no sabía nada.
- Tomás, salgo urgentemente por problema familiar. Un beso: Celia.
Celia pidió en recepción un taxi de contrata del hotel,  que vino al poco tiempo. Pasaría por casa, para hablar con su vecina y que le diera más detalles del hospital.
Ordenó pues al taxista, que tomara rumbo a su domicilio y  se acurrucó en el asiento de detrás, con una gran intranquilidad interior.
El taxi emprendió su carrera, mientras el hotel y los besos de Tomás,  durmiendo plácidamente, desaparecían de su vista.

Continuará...






20.4.11

* Mediodía * ( 10 )

Celia sintió la suavidad de los labios de Tomás en los suyos y respondió con total entrega, venciéndo sus reservas.
Un beso entrelazó al siguiente, abrazándose, mientras despertaba la pasión dormida en aquellos jóvenes.
Tomás sentía sensaciones maravillosas y desconocidas, saboreando la ternura del alma de Celia.
Ella musitó en un susurro su nombre y ello le conmovió y alentó para seguir avanzando en el baile del amor.
Los tobillos  de Celia empezaron a flaquear, con cada beso más intenso.
Su boca era jugosa y cálida y se sentía flotar como una pluma. Su cuerpo reclamaba ser amado, no podía resistirse mucho más y su voluntad le íba abandonando, en cierta modo.
Él la miró muy profundamente y Celia supo qué quería decir con aquella mirada sin palabras.
Se deseaban el uno al otro, de un modo bello y natural, como la primavera necesita  la fragancia de las flores para existir.
Tomás le llevó de la mano hasta la alcoba, entreabrió las puertas correderas de caoba y la tomó en brazos, antes de pasar adentro.
Celia le besó tiernamente y se agarró a su cuello, hasta que él la puso delicadamente a los pies de la amplia cama.
Tomás le preguntó: -Celia, ¿estás segura de ésto?, aún podemos parar, si quieres tú.
Celia le respondió: - Quiero Tomás, lo deseo tanto como tú.
Tomás le sonrió y le susurro: -¡Eres...maravillosa, Celia, te adoro!.
Se amaron suavemente y sin prisas, descubriéndose en el calor de la piel y el perfume de sus cuerpos ya desnudos.
Se fundieron el uno con el otro, la ternura les llevó hasta su éxtasis, con una mezcla de pasión y desesperación por ser uno sólo, mientras la tarde agotaba su luz natural, detrás de las cortinas de satén quebrado, en tono crema tornasol .
Se miraron a los ojos, hasta el embeleso, mientras se acariciaban en silencio, ya relajados entre las sábanas revueltas y el sueño les rindió, abrazados como estaban.

Continuará...


14.4.11

* Mediodía * ( 9 )

Celia apreció, un momento más, la sobria decoración del baño, no faltaba detalle alguno.
Una cestita de mimbre, patinado en oro viejo, contenía todo lo necesario para su aseo de urgencia. Tomó  de ella un estuche de colonia fresca y se perfumó discretamente las manos y las sienes. Peinó, por último, el cabello hacia atrás, como acostumbraba, con el cepillo de madera de la canastilla y salió al saloncito. Tomás la esperaba.
Él la contempló desde el sofá mostaza, con ternura y le dedicó una gran sonrisa, para que Celia se distendiera.
Comenzaron a hablar de cosas triviales y unos golpecitos  en la puerta, interrumpieron la conversación.
Era el servicio de habitaciones, que traía en un carrito rodante  la comida a la suite de los jóvenes.
El mismo maître del restaurante del hotel, acompañado de una camarera algo seria y silenciosa, prepararon la mesa sin decir palabra, centrados en su esmerado trabajo.
Cuando consideraron que estaba preparada, la camarera se despidió de los huéspedes y desapareció por el corredor.
Tomás  y Celia agradecieron al maître su trabajo y éste, con una breve inclinación de cabeza, pidió permiso a los comensales para retirarse, si no necesitaban nada más.
Ambos, ya solos, tomaron asiento y se dispusieron a comer.
Tomás no se cansaba de admirar las facciones de Celia, entre bocado y bocado y le preguntó si le gustaba la comida, ella  manifestó agradecida, que todo estaba delicioso.
Descorchó el champagne, quería celebrar con Celia esta comida tan especial, y lo sirvió muy despacio,  primero en la copa de ella, mientras las burbujas crepitaban desordenadas y tan alborozadas como sus dos corazones.
Hicieron un brindis, con un tenue toque, en los cuerpos altos y aflautados del cristal de sus copas y paladearon el champagne en silencio.
Tomás, miró profundamente los ojos de  Celia, tomó sus manos entre las suyas y le dijo emocionado:
- Celia, quiero decirte algo, espero que no te moleste, pero creo que eres una mujer  muy especial y me siento muy bien a tu lado.
- ¡Doy gracias al cielo por haberte conocido, esta  bendita mañana, no sabes cuánto!.
Ella se emocionó mucho al escucharle, sus ojos tenían un brillo rutilante y le agradeció su compañía y su invitación a comer, comentándole que parecía estar soñando lo que vivía con él.
Tomás quiso besarla y se levantó fué hacia ella, tomó la mano de Celia y la alzó de la silla con elegancia.
Uno frente al otro se contemplaron brevemente y él la abrazó, con ternura, sin mediar palabra alguna.
Ella se fundió entre sus brazos, como señal  y respuesta, de que quería y deseaba ese abrazo.
Tomás, entreabrió sus ojos de cielo, al poco, tomó entre sus manos, la delicada barbilla de Celia y le besó muy dulcemente en los labios.

Continuará...

13.4.11

* Mediodía * ( 8 )

Tomás se disculpó, en el saloncito, con Celia y entró a lavarse las manos al baño anexo, incorporado en el dormitorio de la suite.
Pudo haberlo hecho en el otro, entrando a la derecha,  pero pensó que Celia podría necesitar cepillarse el pelo o refrescarse la cara y optó por el que en realidad él usaba, en su ocasional viaje.
Se enjabonó las manos y aspiró el perfume tan delicado de la espuma entre sus dedos, mientras las burbujas se deshacían. Le recordaba al jabón de su casa, con aroma a lavanda floral, mezclada con verbena monarca y una sensación de ternura le invadió pensando en su querida madre. La adoraba por encima de cualquier mujer.
Ella luchó y trabajó tanto por él en su juventud, para que fuera un hombre de provecho, que nunca podría agradecerle suficientemente su  ímprobo esfuerzo.
Aquella mañana no le había llamado por las prisas, como tantas otras veces le ocurría, pensó en hacerlo en ese momento y decirle que pronto volvería, para que se quedara tranquila.
Celia había conseguido sin quererlo, desde que él la viera, sola en aquel bar, que se olvidara de telefonearla.
La llamada fué breve, como de costumbre, sonreía con las recomendaciones habituales de su  amorosa madre, mientras se despedía de ella y  no debía hacer esperar a Celia,  que le aguardaba en el saloncito.
Se cambió la camisa rápidamente  por una similar, para estar más presentable. Era en él una costumbre necesitar esa sensación de limpieza en su ropa, sin caer manías.
Salió por fin a la vista de Celia  y ella alzó la vista sonriente, dejó en la coqueta mesita estilo francés Luis XIV, la  revista del hotel, cuando Tomás le dijo: - Ya estoy contigo, ¿ tardé mucho, Celia?.
Ella negó con la cabeza y comentó que no se  había dado cuenta de ese detalle.
Le propuso Tomás pedir  la comida y le preguntó si quería algo especial, para el refrigerio.
Celia se volvió a reir y le dijo: - Pide lo que quieras, aunque como poco, me gusta todo, no te preocupes.
Tomás cogió el inalámbrico del hotel y encargó al cocinero una comida ligera, fruta y una botella de champagne Chandon cuvee reserve pinot noir.
Ella le hizo un gesto cómplice, de pasar un momento al baño también, mientras él hablaba  por teléfono con  cocina.
Se contempló en el espejo, mientras se secaba delicadamente la cara, con una de las toallas de lino, que había plegadas y dispuestas, en la encimera de mármol veteado, en  tonos rosa y gris, del lavabo.
Celia estaba ligeramente alterada, por el momento que podría llegar, ¿Y si él la besaba de nuevo?, ¡besaba tan tiernamente!.
Se dijo a sí misma, suspirando profundamente, que debía apaciguar su inquietud, aún no sabiendo con certeza si estaba preparada para aquella aventura, que vivía con suma intensidad.

Continuará ...



11.4.11

* Mediodía * ( 7 )

La ternura de la hierba fue testigo primero de aquellos besos  puros, nacidos en los labios de  aquellos jóvenes que se hablaban  con la mirada.
No hacía falta palabra alguna en aquel mediodía,  para expresar aquel lenguaje tan bello, hecho de besos y caricias.
Celia se sentía radiante y feliz, entre los  brazos de aquel hombre, como si fuera su alma gemela, tan esperada desde siempre.
Un jardinero llamó su atención y les sacó de su  embeleso, advirtiéndoles de que buscaran otro lugar, para dar rienda suelta a sus instintos.
Tomás indicó al operario del parque que se tranquilizara, con una sonrisa, mientras se incorporaba, dándole razón, para evitar una situación incómoda.
Habían perdido la noción  del tiempo y algún paseante que otro les miraba, pensando igual que el jardinero.
Así pues, Celia, algo perpleja y avergonzada, también se puso de pie, atusó sus cabellos y con una mirada cómplice, indicó a Tomás que se fueran de ahí.
Él tomó su mano con delicadeza y salieron del parque, mientras comentaban el apuro del momento, entre risas.
Decidieron seguir juntos, ninguno tenía prisa y estaban muy a gusto charlando de cosas triviales, mientras el reloj iba marcando las horas de aquel domingo.
Tomás le comentó que se alojaba en un hotel, cerca  del bar donde la había conocido y que quizá podrían seguir allí más cómodamente, mientras comían algo.
A Celia le pareció perfecto, quiso confiar en él y se dejó llevar.
Entraron al vestíbulo del hotel, empujados casi por la puerta giratoria y Tomás se adelantó al restaurante, donde pensaban comer.
Llamó con un gesto sonriente a Celia, para que  se acercara  y viera el interior de éste.
Ella miró con curiosidad la decoración tan exquisita. Las mesas estaban perfectamente dispuestas para comer y unos cuantos comensales, afanados en su comida, no  prestaron  interés alguno, cuando se asomó la  joven pareja.
Se miraron a los ojos, otra vez más. Tomás la besó en la mejilla, con ternura indescriptible.
El maître surgió de pronto, de una puerta abatible, situada  al fondo del comedor y les preguntó si iban a comer allí o en la habitación.
Le daría la sensación que la dama ignoraba tal detalle y  le explicó que formaba parte del servicio de hotel.
Celia miró con afecto a Tomás, esperando que él decidiera, ya que era su  invitada.
Tomás le preguntó: - ¿ Prefieres aquí o arriba, Celia?.
Y Celia no supo qué responder, o no quiso hacerlo. Prefería arriba, mucho más relajados.
Le apetecía estar a solas con él. pero no quiso parecer ansiosa  y le dijo a Tomás:
- Como tú quieras,  lo que tú decidas estará bien.
Él decidió arriesgarse por los dos, indicándole al maître que comerían en la habitación y que, en unos minutos llamarían a cocina, para encargar el servicio.
Subieron en silencio en el ascensor y el respiró profundamente, le cogió nuevamente de la mano, mientras Celia, se alisaba su melena y procuraba no aventurar lo que podía pasar.
Estaba algo inquieta por la  situación, que no manejaba en absoluto. Podía suceder todo o nada, pero no le importó lo más mínimo.
Eran libres, no tenían que rendir cuentas a nadie, tan sólo y de momento, iban a comer juntos, ¿ por qué no?.
Tomás se adelantó un paso, para  abrir la habitación, le cedió gentilmente el paso y le invitó a pasar, con un ademán respetuoso y risueño.
Celia se quedó maravillada con la  espectacular decoración de la suite, con zona de leer, vestidor y una puerta, a la derecha que lindaba con un moderno baño.
El dormitorio debía estar al fondo, con muy buena luz natural, gracias a sus dos ventanales, pintados en un blanco roto. El suelo estaba pavimentado, con una tarima de madera maciza de cumarú, un tono oscuro, en contraste con la pared panelada de madera, en abedul natural.
Ambos espacios estaban separados, uno de otro  por una puerta corredera doble  de caoba.
Celia miraba cada detalle, extasiada por la calidez del ambiente y tomó cómodamente asiento en uno de los sofás de terciopelo color mostaza.
Mientras, Tomás se disculpó ausentándose del saloncito. Ella sacó en su demora, su teléfono del bolso y revisó si había alguna llamada registrada.
Todo parecía en orden, su madre y sus amistades parecían haberle dado una tregua y Celia optó  por quitar el sonido, para no romper la magia.
Ya habría tiempo de llamar, más tarde, ahora quería vivir  intensamente este idílico momento  con él .Todo lo demás quedaba postergado.
Dejó  afuera el mundo que giraba, la vida que vivía, incluso el mediodía que se extinguía tras los cristales.
Todo quedó detrás de aquella gran puerta de pomos de bronce y esperó,  a este lado de ensueño, que Tomás apareciera en cualquier momento.


Continuará...










4.4.11

* Mediodía * ( 6 )

Tomaron ese café, uno frente al otro, hablando sonrientes como si se conocieran de toda la vida.
Él le contó el motivo de la visita a la ciudad. La decisión de quedarse, la tomó a última hora del viernes. Descansar dos días o tres,  puesto que ya no había urgencia de nada.
Parar el mundo por un rato, pasear y conocer un poco esa ciudad.
No buscaba nada en concreto, nadie le esperaba, sólo revisar algún detalle, de unas gestiones conclusas, pero estaba realmente cansado y  podía permitirse el lujo de alojarse en cualquier hotel, en el centro de la ciudad.
Y ella le escuchaba, embelesada en sus ojos de cielo, su voz le omnubilaba y le sedaba el alma.
Abandonó su mirada luego, en los labios de aquel hombre, sentado frente a ella, sin más prisa que la siguiente palabra o un ademán de algo nuevo.
Él intento adivinar a través de sus palabras , con discreción, la suerte de tan bella mujer. Si vivía cerca, si le esperaba alguien,  si tenía  tiempo libre en la mañana casi extinta.
En un momento dado, se dijeron entre risas que ni siquiera se habían presentado y se dieron el nombre el uno al otro.
Él pensó un momento que, Celia, era el nombre exacto que definía  a esa mujer, que le miraba detrás de los ojos.
Ella,  deletreó en silencio el de él, con la suavidad de una pluma al caer en el aire, Tomás.
Acordaron  comer juntos y alargar un poco más, aquel encuentro tan fortuito, en cualquier parte.
Estaban muy a gusto  y eso se notaba, sus rostros parecían tener una luz especial.
Pagó Tomás por cortesía, la consumición de ambos y abandonaron el bar, uno al lado del otro, calle arriba.
Celia quiso llevarle a su rincón favorito, no muy lejos de allí, obedeciendo al impulso de respirar aire puro, antes de la comida.
Caminaron despacio, entre risas a un gran parque, por el que ella tenía costumbre pasear o leer en un banco, cuando podía.
Daba gusto ver las flores tan lozanas, de mil colores. Los setos  y árboles habían sido arreglados con mimo, recientemente.
Los niños jugaban sin preocupaciones de horarios, cerca de sus madres, en un arenal con sus cubos y palas.
Y ellos dos, ajenos a todo este paisaje, pero inmersos en el embrujo del paseo, se sentían felices juntos.
Se sentaron en el césped, como dos adolescentes, lejos del bullicio de la gente.
Ella le dijo que, muchas veces se tumbaba allí mismo, contemplaba la magia de las nubes pasar y sentía una paz inmensa. Y se tumbaron ambos, a mirarlas una a una y adivinar algo entre  sus formas caprichosas.
Un rayo de sol travieso, tuvo la culpa de pararse en la cara de Celia y de pronto, él quiso tocarlo y retenerlo.
Deslizó un dedo por su mejilla, en un acto de ternura y sintió unas ganas locas de besarla.
Murmuró, casi sin aliento su nombre: - Celia...
Ella sonrió y mantuvo en silencio su mirada inquieta, en la de Tomás.
Él tomó sus manos temblorosas y las besó con suavidad, mientras seguía fascinado por aquella sensación tan dulce como nueva, en su interior.
Era un dolor almibarado, que atravesaba la espina dorsal, hasta su nuca. Una opresión suave latía en su pecho, parecida al desconsuelo, dispuesta a morir en su garganta.
Semejaban los ojos de Celia, a la inmensidad de un amanecer tranquilo, sentado al borde del mar.
Y sintió quererla ya, ¡tan pronto!, con tanta intensidad, pero no dijo nada.
Tuvo que rendirse ante sí mismo y sus principios férreos, cedieron el puesto al impulso naciente en su pecho.
Sin permiso, ni duda alguna, Tomás rompió su norma y besó suavemente  los labios aterciopelados de Celia.

Continuará...






3.4.11

* Mediodía * ( 5 )

Él, ya con el periódico en la mano, se quedó mirando el rostro de la joven, complaciéndose en el óvalo de sus facciones, de pie ante ella.
Tenía que pensar deprisa y elegir si irse y leer el periódico a la barra o, con alguna excusa lo suficientemente creíble, acercarse a aquella mujer.
Sentía una inexplicable atracción hacia ella. Esta irrefrenable sensación,  bullía sin control, ni razones  arañando sus venas, como un volcán en erupción.
No entraba en sus cálculos tontear con mujeres y menos aún desconocidas.
Se preguntaba la causa o el efecto de aquella mujer desconocida, en sí mismo, tan  distinta a todas las que recordaba.
Parecía dispuesta a írse en cualquier momento y posiblemente no la vería nunca más.
Había entrado a tomar algo a ese bar, en ese barrio que no frecuentaba y en esa ciudad donde no vivía  y allí estaba ella.
Ni corto, ni perezoso, le hizo un ademán al camarero, para que se acercara a la mesa.
La mujer seguía espectante y esperó, un poco sorprendida, sin saber para qué había llamado él al camarero.
- ¿Me Permite que le invite a otro café, señorita? ¿ Lo tomaría conmigo? ¿ Tiene prisa?.
Le salieron las preguntas así, de modo natural, una tras otra como un torrente y se hizo un silencio, esperó impaciente la respuesta, que podía ser cualquiera.
La mujer le miró a los ojos,  veía que estaba inquieto, se le notaba a la legua y pensó:
- ¡Dios, qué hago!. Si le digo que sí, pensará que... y si le digo que no... puede ser que..
No terminó de encontrar las respuestas, no las había, ni eran necesarias.
Sonrió al joven y le dijo:
-Siéntese. No, no tengo prisa. Pero, por favor, tráteme de "tu".
Él, tomó un asiento frente a ella, respiró hondo, intentando relajarse.
Dejó el periódico en la mesa, que ahora le importaba un comino y seguía mirándola, embelesado.
Hizo un gran esfuerzo para que no se le notara su nerviosismo, cruzó sus manos sobre la mesa y el camarero llegó, con su bandeja plateada y les preguntó qué deseaban tomar.
Se tomó la licencia de  preguntarle si le apetecería tomar otro café, ella asintió sonriendo:
-Sí, tomaré otro café, gracias.
El joven pidió los dos cafés y el camarero, antes de írse, retiró el servicio de la mesa, desplegó el paño  blanco que le colgaba del brazo y  lo pasó  por la mesa. Se alejó con el encargo de los jóvenes.
Se metió detras de la barra y se dispuso a hacer los cafés, sin poder evitar mirarlos de reojo, mientras preparaba  las tazas, los platos y las dos cucharillas, con sus servilletas de papel.

Continuará...