4.10.11

* Granada ( 1 ) *

* Acuarela de Arturo Marín Guerrero. " Desde el Generalife " *


Casi llegando Mayo, Granada tuvo la generosidad de recibir en su seno a una pareja de enamorados, ávidos de recorrer sus calles, plazas, incluso de paladear su historia y les propuso el marco más romántico de todos cuantos tenía.
Sería un paseo entre las flores de la Alhambra, el palacio de Carlos V y como colofón una comida deliciosa en el Parador Nacional.
Él había planeado con ilusión y en secreto ese viaje una tarde de invierno y preparó primorosamente el viaje. Quería que todo fuera perfecto.
Quiso sorprenderla y sorprenderse juntos, conocerla bajo la influencia del embrujo granadino y la idea le resultaba muy apetecible.
La mujer eligió para la ocasión un vestido envasé, de seda salvaje que insinuaba discretamente sus curvas, cuando caminaba. Pensó en lo angosto de las calles y se calzó unas zapatillas de cuña conjuntadas con su ropa y que facilitarían la caminata propuesta por su amado aquella mañana en Granada.
Cuando visitaban  juntos aquellos lugares de ensueño, ella no descuidaba el más mínimo detalle, ni siquiera el cabello y su melena cepillada hacia atrás le daba un aspecto juvenil .
A él le encantaba contemplarla, ella lo sabía desde siempre y le pillaba  mirando de reojo colarse el sol entre sus cabellos.
El calor se iba notando en la piel, sin molestar demasiado en el paseo por  los jardines del Generalife, las fuentes regalaban  su humedad y los árboles ofrecían una sombra generosa en sus paseos.
Conocieron una escalera cuyas barandillas estaban formadas por canales de agua gélida, nacida en Sierra Nevada y subieron y bajaron  con sus manos entrelazadas varias veces por ella, embobados con el paisaje.
Descansaron un rato de su paseo en un banco orientado al Oeste, a fin de ver desde su balcón aquella puesta de sol sobre la vega, refugiados a la sombra de la madre naturaleza.
Él  tomó la mano de ella con ternura  y ella sintió estremecer su piel aún más cuando él envolvió su hombro con la otra mano,  atrayéndola hacia sí mismo.
No era necesario hablar, ambos tenían un lenguaje propio, ella  dejó descansar la cabeza sobre su hombro y como otras veces cerró los ojos un momento, sentía  una paz inmensa a su lado y no necesitaba palabras.
La tranquilidad era latente en los alrededores, las flores competían en aromas diversos y sutiles y las aguas que manaban entonaban en baja voz unos cánticos embriagadores al alma, mientras los pájaros gorjeaban entre el vergel del entorno.
El sol iba descubriendo matices nuevos de la Alhambra a los enamorados, conforme iba bajando con el día y les mostró la inmensidad de la vega granadina  y al fondo Sierra Morena.
La  colina del Albaicín quedaba a su derecha, las calles de poca anchura serpenteando en su trayecto, reflejaban el sol en la blancura de sus muros, en contraste claro con casas grandes, siempre con su patio, sus fuentes y macetas de mil colores.
El entorno era idílico para ellos y casualmente ese día apenas había gente que vigilara el despliegue de sus caricias, su ternura y su amor.

Continuará...





3 comentarios:

  1. Una de mis asignaturas pendientes, visitar Granada es imprescidible, pero me da la impresión que el otoño-invierno tiene que ser la mejor epoca.
    Un beso

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  2. Granada es maravillosa en cualquier época del año y si tienes buena compañía, no se puede pedir más.
    He estado varias veces y tus palabras me recuerdan sensaciones, aromas, sonidos y colores de esa ciudad incomparable.
    Lo describes de forma que uno se siente protagonista de la historia.
    Mis felicitaciones y espero leer pronto la continuación.
    Afectuosamente.
    Salvador

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  3. Parece que empiezas un relato como otro escrito tiempo atrás,espero sea lo mismo de precioso que el otro.La descripción en éste te hace retrotraer a sitios maravillosos que con tu pluma y gracejo nos haces sentir estar vivir dentro de esa historia.Espero seguirlo y paladearlo como todo lo tuyo. No dejes de escribir

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