14.4.11

* Mediodía * ( 9 )

Celia apreció, un momento más, la sobria decoración del baño, no faltaba detalle alguno.
Una cestita de mimbre, patinado en oro viejo, contenía todo lo necesario para su aseo de urgencia. Tomó  de ella un estuche de colonia fresca y se perfumó discretamente las manos y las sienes. Peinó, por último, el cabello hacia atrás, como acostumbraba, con el cepillo de madera de la canastilla y salió al saloncito. Tomás la esperaba.
Él la contempló desde el sofá mostaza, con ternura y le dedicó una gran sonrisa, para que Celia se distendiera.
Comenzaron a hablar de cosas triviales y unos golpecitos  en la puerta, interrumpieron la conversación.
Era el servicio de habitaciones, que traía en un carrito rodante  la comida a la suite de los jóvenes.
El mismo maître del restaurante del hotel, acompañado de una camarera algo seria y silenciosa, prepararon la mesa sin decir palabra, centrados en su esmerado trabajo.
Cuando consideraron que estaba preparada, la camarera se despidió de los huéspedes y desapareció por el corredor.
Tomás  y Celia agradecieron al maître su trabajo y éste, con una breve inclinación de cabeza, pidió permiso a los comensales para retirarse, si no necesitaban nada más.
Ambos, ya solos, tomaron asiento y se dispusieron a comer.
Tomás no se cansaba de admirar las facciones de Celia, entre bocado y bocado y le preguntó si le gustaba la comida, ella  manifestó agradecida, que todo estaba delicioso.
Descorchó el champagne, quería celebrar con Celia esta comida tan especial, y lo sirvió muy despacio,  primero en la copa de ella, mientras las burbujas crepitaban desordenadas y tan alborozadas como sus dos corazones.
Hicieron un brindis, con un tenue toque, en los cuerpos altos y aflautados del cristal de sus copas y paladearon el champagne en silencio.
Tomás, miró profundamente los ojos de  Celia, tomó sus manos entre las suyas y le dijo emocionado:
- Celia, quiero decirte algo, espero que no te moleste, pero creo que eres una mujer  muy especial y me siento muy bien a tu lado.
- ¡Doy gracias al cielo por haberte conocido, esta  bendita mañana, no sabes cuánto!.
Ella se emocionó mucho al escucharle, sus ojos tenían un brillo rutilante y le agradeció su compañía y su invitación a comer, comentándole que parecía estar soñando lo que vivía con él.
Tomás quiso besarla y se levantó fué hacia ella, tomó la mano de Celia y la alzó de la silla con elegancia.
Uno frente al otro se contemplaron brevemente y él la abrazó, con ternura, sin mediar palabra alguna.
Ella se fundió entre sus brazos, como señal  y respuesta, de que quería y deseaba ese abrazo.
Tomás, entreabrió sus ojos de cielo, al poco, tomó entre sus manos, la delicada barbilla de Celia y le besó muy dulcemente en los labios.

Continuará...

4 comentarios:

  1. Ay qué dia llevo por culpa tuya y de Wpaa. Ella me ha tentado con las milhojas y tú con esa mesa tan deliciosa (una de las cosas se me ha antojado que son esos saladitos de hojaldre rellenos de morcillas, que no sé si hacen por tu tierra pero están de puro vicio. Así que, como a ella la he hecho responsable de que hoy terminaré comiendo milhojas, ahora te lo hago a tí de los saladitos porque ya he sacado el hojaldre del congelador).

    Y, volviendo a la historia, pues te sigo diciendo que me tienes enganchada.

    Besos

    ResponderEliminar
  2. Que intesante esta esto, entiendo a maria, las mil hojas es una provocacion claro invita a ir a la pasteleria y tu entrada retar a tu marido y decir yo quiero igual. BESOS

    ResponderEliminar
  3. Inés, que placer leerte, verdaderamente. Tan clara como siempre, tan precisa, observando los detalles importantes. Gracias, niña y volveré. Besossssssss.

    ResponderEliminar
  4. Inés
    Sigo tu historia con atención, de verdad, narrando, eres la mejor...
    Un beso, Scarlet2807

    ResponderEliminar