27.4.11

* Mediodía * ( 14 )

Tomás llegó a su punto de destino, a la hora prevista, algo más relajado y dispuesto a retomar su trabajo en aquel mediodía, tan distinto al anterior con Celia.
Se dirigió al aparcamiento, donde había dejado su coche y pago el importe del estacionamiento en la ventanilla.
Con el ticket en el bolsillo, buscó el número de su plaza y allí estaba su coche, abrió el capó y dejó su equipaje en la parte de atrás.
La cartera de mano, que contenía los dossieres firmados , la puso en el asiento del copiloto, por comodidad y costumbre. Se colocó el cinturón de seguridad y arrancó el motor despacio, hasta la barrera del parking cubierto de la estación.
Llego por fin a su amplio despacho y abrió la cartera de mano encima de la mesa. Llamó a su secretaria por el teléfono interior y le dio unas breves órdenes de archivar dichos documentos, hasta la entrevista con el cliente y así comunicarle que el negocio había sido un éxito.
Buscó en el bolsillo de su americana la tarjeta del taxista, para recavar información sobre dónde pudo haber ido Celia y llamó al primer teléfono. No tuvo suerte, aquel taxista no recordaba el nombre de Celia en sus servicios.
Llamó al siguiente número y éste le dijo que sí recordaba el nombre de esa mujer, pero no el apellido.
Tomás se apresuró a tomar los datos que le iba dando, no más allá de su nombre, la calle y el número del portal.

Celia, por su parte, se reintegró a su trabajo diario. Su madre había mejorado con el paso de los días y el médico le dio el alta, haciéndole hincapié en el tratamiento riguroso, una alimentación equilibrada y una vida sin sobresaltos.
Ninguno de los dos pudo olvidar al otro, aquella tarde mágica se grabó en sus corazones a fuego, pero la vida pedía calma y Celia estaba inmersa en los cuidados de su madre, ayudada por una auxiliar de enfermería, que la cuidaba cuando ella tenía que trabajar.
Pasaron los días, las semanas y los meses y aquella dulzura de Celia, no se despegaba de la memoria  de Tomás, cuando acudía en sus ratos de descanso.
Ni por un momento pudo trasladar su imaginación a la realidad de Celia, la recordaba mirando las nubes y sus formas tan dispares, señalándole una con forma de querubín.
Celia, en aquel momento, estaba sudorosa, con un rictus de dolor dibujado en su semblante. Se asía fuertemente a unas barras metálicas, con las manos encrespadas, tendida  como estaba, en una camilla del mismo hospital en el que ingresó su madre.
Hizo un último esfuerzo y  su vientre dejó de doler, lo cual le sirvió para descansar de tan tremendo denuedo. Una enfermera secó su cara con una gasa blanca y le sonrió con un gesto maternal, mientras acariciaba su cabello.
La comadrona pinzó el cordón umbilical del recién nacido y se lo puso en su pecho, tal como había venido al mundo..
Celia lloró de felicidad, su niñita había nacido, era sana y por fin la tenía en sus brazos.
Durante su embarazo barajó mil nombres, dudaba entre muchos, pero al ver su carita sonrosada y sus ojos azules como el cielo, no dudó ni un momento en llamarla Ana, recordando el nombre de la suite  en la que se entregó a Tomás.
Ana fue una bendición en la casa de Celia y la abuelita estaba feliz, de tener por fin a su ansiada nieta.
Fue discreta con su hija y no preguntó por la suerte del padre, cuando le dijo que iba a ser madre, simplemente celebraron la maternidad  de Celia y disfrutaron juntas e ilusionadas el embarazo, día a día.


Continuará...








3 comentarios:

  1. Ay que lloro, qué puñetera eres, no me había imaginado lo del bebé y encima una niña.

    Lo dicho, sigue Danielle, que lo estás bordando.

    Besos, guapa.

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  2. ¿Cuántas Celias hay en el mundo, cuántos Tomás? Cuántas Anitas desconocen la tragedia amorosa de sus padres. Esperemos qué nos depara la autora.
    Un abrazo.

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