30.11.11

* Contrapunto ( 8 ) *




Irene no podía conciliar el sueño, estaba inquieta y con sensaciones contradictorias dentro de sí misma.
El silencio de parte de su marido, le hacía pensar que no le había gustado la idea de que hiciera ese viaje sorpresa a Holanda.
Ni el la llamó, ni ella hizo nada por ponerse en contacto con él en todos estos días.
Samuel era tan distinto a su marido que no podía evitar el  hacer comparaciones entre ellos.
La amistad surgida de modo espontáneo en ese viaje, el querer hacer juntos las visitas y las comidas les agradaba y se notaba.
Se sentía bien a su lado y no había nadie de su entorno, al menos aparentemente que pudiera conocerla. 
- ¡Sería mucha casualidad!, se dijo varias veces, aunque le tranquilizaba que su comportamiento con Samuel había sido correcto en todo momento.
No hizo falta advertirle nada, él tenía un saber estar exquisito y no era el típico ligón de viaje que aprovecha el momento. Quizá eso era lo que más le gustaba de él.
Pensó en hablarlo al día siguiente mientras desayunaran, para que no hubiera ningún malentendido por el abrazo que le había dado hacía un rato.
Se recreó inconscientemente en esas sensaciones que había experimentado, cuando se abandonó en los brazos de Samuel, en la sensación de paz que le inundó y en la ternura que sintió por parte de él.
El cansancio  acumulado acabó por llevarla a un sueño profundo, en medio de estos pensamientos.
Amaneció el cuarto día del viaje y había tanto por ver aún...
Volvió a coincidir en el desayuno en la mesa de Samuel y mientras apuraban el café, barajaron las propuestas de las excursiones y se decidieron por hacer una de ellas.
Los demás compatriotas ya habían elegido una visita programada hacía un buen rato, pero a ellos dos no les apetecía demasiado la idea y  decidieron desligarse del grupo.
Se pusieron en camino a Marken, una antigua isla de pescadores que, con el tiempo llegó formar parte del inmenso dique, delimitando uno de los dos mares interiores que bañan Holanda, el Marken meer.
Juntos y con buen ánimo se embracetaron para visitar las curiosas casitas de madera, donde les recibieron mujeres ataviadas con los trajes típicos de muchos colores.
Tomaron luego un barco hasta Volendam, un puerto turístico plagado de veleros dignos de admiración.
El sol se hizo presente, acompañando al típico vientecillo fresco que desordenaba el cabello y pensaron en comprar unos simpáticos gorritos de marinero parecidos a los de Popeye.
Parecían dos adolescentes persiguiéndose y escondiéndose uno de los dos, por aquellas callejas repletas de tiendas de recuerdos y cafeterías. Cuando el uno encontraba al otro y se abrazaban entre risas.
Caminaron  luego, ya más tranquilos de la mano y les apeteció tomar un aperitivo frente a la playa, para descansar un poco de tanta carrera y contemplar el maravilloso paisaje que tenían ante sus ojos.
Al regresar donde estaba aparcado el autobús Irene echó a correr por una calleja, Samuel la siguió con la mirada y vio que daba  la vuelta a la esquina y desaparecía.
El sonido de su taconeo cesó, él se quedó extrañado de que Irene no volviera,  estaba algo preocupado por saber cual era su juego. Podían perder el autobús y decidió ir a buscarla.
No estaría muy lejos, apenas habían pasado un par de minutos y fue a su encuentro. Al llegar a la esquina, ella le estaba esperando agazapada en un rincón, con la risa contenida y cuando la vio se tranquilizó.
Había sido una broma más de las de antes, con las que se habían reído tanto. Irene, de pronto le echó los brazos al cuello y le dio un breve beso en los labios, se separó un poco y soltó una carcajada al ver la cara de sorpresa que tenía Samuel, con aquel ridículo gorrito.
- ¡Estás para una foto!,  le dijo e Irene quiso salir corriendo de nuevo, pero Samuel la detuvo y la estrechó en sus brazos, diciéndole:  - No te voy a soltar hasta que me des otro. 
¿Otro qué?, preguntó ella, mientras le hacía un mohín coqueto con los labios. ¡Otro beso!, dijo él.
Pasó un instante de silencio entre los dos, se miraron muy fijamente a los ojos y se besaron de verdad, con pasión, profundamente, hasta quedarse casi sin aliento.
Recuperaron la compostura, sin decir nada y se apresuraron para no perder el autobús que les llevaría hasta Edam.
Esta ciudad tan deliciosa, con sus casitas con jardín, sus canales y sus barquichuelas les contempló paseando enlazados por la cintura y eligieron un restaurante para comer que parecía sacado de un cuento de hadas.
Degustaron toda suerte de platos, con nombres muy complicados de pronunciar, tratando de reconocer y comparar con los sabores que les eran algo más familiares.
Samuel probaba uno al azar  y le decía a Irene su parecer, mientras ella, probaba otro y bromeaba, pasándole una cucharada, para que degustara lo que ella estaba paladeando.
Fueron prudentes en lo que iban comiendo, sabedores que comer demasiado no era bueno y podían sentirse pesados después.
Un cálido café para dar por acabada aquella comida era siempre una buena idea y lo tomaron mirándose embobados a los ojos, en un ambiente mágico, lleno de ternura, cogidos de la mano.
Pagaron el importe de lo consumido y se dirigieron a una fábrica de queso.
Allí escucharon atentamente el proceso desde sus inicios, observando desde los rebaños de vacas y ovejas pastar tranquilamente en los prados, hasta el producto final,  listo para la venta al público.
Una especie de trineos de madera que eran conducidos por muchachos vestidos con sombreros de paja transportaban los quesos, de esta forma tan típica.
Compraron varias piezas de ese sabroso queso de bola, suave y tierno al paladar, el "Edam", con envoltura amarilla y al atardecer emprendieron el regreso al hotel donde se alojaban.
El día había sido precioso, intenso e interesante, lo comentaron muchas veces.
Algo había cambiado en el interior de Irene y Samuel, algo que sólo ellos dos sabían, nadie más.

Continuará ...












6 comentarios:

  1. El cambio es el amor, que con todo puede y casi todo lo cura.

    Me encanta cómo nos has narrado ese juego de seducción casi adolescente.

    Besos

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  2. Excelentes y mágicos momentos que nos gustaría vivir a cada uno de nosotros.
    Los quesos holandeses son delciosos, no solo el Edam, el Gouda, el Leerdammer y tanto otros.
    En cuanto a la historia....¡Menuda envidia!
    Saludos.
    Salvador

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  3. Pasearon por los dos pueblos más bonitos, por ese laberinto de casas y puentes que parecen un auténtico cuento de hadas... y pasó.. prudentemente pasó lo que creo que ya había leído antes de que se escribiera.

    La autora narra, describe y monta la trama tan sutilmente y de forma tan rica y allegada, que quien se ve inmerso en la historia creo que sueña por adelantado con ella.

    Je bent heel mooi... escribiéndonos esto.

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  4. ¿Sabes?.Aún cuando empiezo z leer me digo hoy no me sorprenderá. ¡Zas! lo haces.La verdad es que este tramo del relato se esperaba. Se veía venir.pero ¡¡dios1! Está hecho de una manera tan delicada,tan suave,tan natural.Que aún siendo previsible, sorprende por su espontaneidad y dulzura.Está llevado ( a mi corto entender) de una manera magistral y con destreza de avezada escritora. Sigue así Inés (la autora )que no proporcionas momentos deliciosos

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  5. TE DIJE QUE TU VIAJE PROMETIA SORPRESAS Y LAS SIGUE PROMETIENDO. UN ABRAZO

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  6. Muy sutil, Jose... eres un buen escritor.
    No te has propuesto escribir novelas de amor???? sería una buena decisión
    Leonor

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