2.11.11

* Contrapunto ( 2 ) *




El aeropuerto de Barajas era un continuo ir y venir de gente con sus pesados equipajes desde bien temprano y algunas agencias de viaje facilitaban a sus viajeros un distintivo de viaje para identificar en su momento un equipaje como propio.
Samuel se encaminaba hacia la puerta de embarque con la certeza de que iba bien de tiempo, pero acabó por contagiarse de las prisas de quienes caminaban en su misma dirección.
Su familia  le había insistido en que sería bueno un cambio de aires, para relajar la ansiedad que sufría en estos últimos tiempos y se dejó convencer de que un viaje a Holanda le haría mucho bien.
Él siempre había planeado visitarlo con su esposa y con sus más de cincuenta años a cuestas, le resultaba muy extraño verse viajando sólo.
Se sentó a hojear una revista y otros pasajeros fueron llegando en pocos minutos, algunos llevaban su mismo distintivo prendido en su maleta e instintivamente se fueron agrupando entre ellos.
Serían sus compañeros durante cinco días en este viaje concertado con la agencia y a su llegada a Amsterdam les esperaba un guía turístico.
Samuel abandonó con un sobresalto su lectura, al escuchar un taconeo de mujer que se acercaba a él y...
¡era Laura!.
Laura era su esposa, más joven que él. Llevaban unidos muchos años y siempre recordaba con ternura el día de su boda, ella cumplía diecinueve años y su relación fue maravillosa desde el día que la conoció.
Y unieron sus vidas, convencidos de que serían inmensamente felices.
Tuvo en ella  a la consejera  más inteligente, a la enamorada más romántica, a la amante soñada por cualquier hombre. Ambos tuvieron tres hijos, que no entorpecieron que Laura fuera una inmejorable profesional en su carrera.
Recorrieron juntos casi toda Europa, pero tanta felicidad un día se paró en seco.
Laura desarrolló una enfermedad degenerativa e incurable y se fue convirtiendo en una sombra silenciosa, con periodos en los que no reconocía a ningún ser querido, ni siquiera a su esposo.
Esta dolorosa situación afectó mucho al estado de ánimo de Samuel, lloró a solas muchas noches de impotencia, preguntándose mil veces porqué a ella.
Alimentó ingenuamente al principio de toda aquella pesadilla, la idea de que podría curarse y así recuperar a aquella Laura que tanto necesitaba, pero con el tiempo, asimiló que se consumía lentamente en el interior de aquel cuerpo.
No podía hacer otra cosa que cuidarla, mimarla, seguir amándola y seguir viviendo su destino, con hombría, tal como ella hubiera hecho con él, en idéntico caso. De eso estaba muy seguro.
Evidentemente la desconocida no podía ser Laura, la mente había jugado una mala pasada a Samuel, aun a pesar de que su forma de caminar y su cabello eran dolorosamente parecidos.
La atractiva mujer se sentó frente a él y la imagen de Laura desapareció, en el momento que él prestó atención a una azafata que  les anunció que el vuelo traía un retraso de media hora y podían tomar un refrigerio en la cafetería, con unos vales que les iba entregando.
Ella levantó la vista y le sonrió tímidamente, como aceptando el retraso del vuelo, aunque sus ojos estaban algo tristes, por alguna razón desconocida y él se limito a  responderle encogiéndose de hombros.
Guardó su vale en el bolsillo de su americana y decidió seguir leyendo su revista, en vez de ir a tomar algo.

Aterrizaron en el aeropuerto de Schiphol sin novedad y de ahí les llevaron en autobús al hotel, situado en una calleja entre dos canales.
Las casas de la manzana eran del siglo XVIII y habían sido remodeladas alrededor del antiguo patio de luces, cubierto con una inmensa claraboya de cristal.
Dos parejas del grupo hacían su luna de miel, otras dos más eran de mediana edad, parecían buenos amigos por los comentarios entre risas  ruidosas de cualquier detalle que les llamaba la atención.
Un tercer matrimonio con sus dos hijos muy educados, la  bella desconocida que rondaría los cuarenta años y Samuel, conformaban aquel viaje a Holanda como grupo visitante.
Recorrieron el amplio y lujoso hotel, sus suelos estaban tapizados de unas gruesas alfombras y las habitaciones estaban en otro edificio contiguo. Mientras, iban viendo una exposición de pintura en una de sus paredes y más allá había ocho estancias separadas por mamparas de madera, con unos cómodos tresillos para descansar, leer o conversar un rato con algo más de tranquilidad.
Y todos y cada uno se fueron a sus habitaciones hasta la hora de la cena.
Sería en un antiguo restaurante del siglo XV, donde cenarían juntos, sin apenas haber intercambiado previamente sino las consabidas frases de cortesía.
Ella se acomodó junto a las parejas de recién casados y él se decidió por sentarse con los dos niños de modales exquisitos.
De vuelta al hotel tuvieron la oportunidad de admirar la iluminación brillante de los edificios, reflejandose en el agua de los canales.

Luces y sombras de un país desconocido, mientras el día  se durmió con ellos.

Continuará...




2 comentarios:

  1. Excelente planteamiento, seguiremos esperando la siguiente entrega.
    Saludos.
    Salvador

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  2. Magnifico en su planteamiento,esperemos siga como hasta ahora. ágil,preciso y precioso.Tu imaginación es portentosa ,espero con ansiedad el siguiente relato,nos dejas con la miel en la boca a expensas de lo que siga .No tardes por fi

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