12.12.11

* Contrapunto ( 9 ) *






Samuel reposó su nuca en el respaldo del asiento del autobús  y cerró levemente los ojos, como si pretendiera que el tiempo se detuviera para siempre, al lado de aquella mujer tan extraordinaria.
- Irene... ¿ porqué eres tan bonita?- se dijo interiormente, mientras acariciaba su mano con delicadeza.
No necesitaba más respuesta que sentir su tenue fragancia. La había memorizado con deleite durante estos días tan especiales para él, cuando fueron aproximandose el uno al otro.
El autobús les conducía de regreso al hotel, había sido su última excursión juntos y el final de todo con ella se iba acercando lentamente.
Las manecillas del reloj de Samuel marcaban las siete de la tarde y en un rato cenarían en el hotel. Posiblemente harían una sobremesa  tras la cena, para compartir sus últimas confidencias o tal vez Irene se despediría de él, para desaparecer por el corredor que conducía a las habitaciones, como noches anteriores.
Todo podía pasar aún o tal vez nada...
De lo que estaba seguro era de la inquietud interior que recorría su pecho, casi hasta dolerle dulcemente, pero no dijo nada y suspiró abriendo los ojos.
Habían llegado a la puerta del hotel y Samuel salió de su ensueño, mientras Irene le sonreía aún sentada en el asiento. Parecían apurar hasta esos últimos instantes en el autobús y dejaron que los demás viajeros fueran saliendo uno a uno, hasta que el pasillo se quedó vacío.
Él bajó primero y esperó a que Irene descendiera, preocupándose de que sus pasos fueran seguros. Era muy galante y esa actitud  le resultaba natural desde siempre.
La cena fue frugal, tampoco tenían demasiado apetito y una vez acabada, Samuel se dirigió al tresillo de sus charlas deliciosas e Irene le siguió sin decir nada. Parecía preocupada por algo y él supuso que le contaría qué pensamiento le inquietaba una vez se acomodaran a charlar.
Pero no fue así. Irene no se sentó junto a él, sino que tomó su mano y tiró de él, para que se levantara. Samuel entendió enseguida la sonrisa cómplice de Irene y se dejó llevar dócilmente por ella hasta su habitación, iluminada tan sólo con el resplandor que entraba de las luces de la calle.
La luz permaneció apagada, no hubo necesidad de hablar nada, estaban solos los dos, frente a frente, como un hombre y  una mujer.
Comenzó un juego de besos y caricias, mientras las ropas de ambos iban cayendo desordenadas en un sillón, una sobre otras.
Se besaron  y abrazaron con urgencia en la penumbra de la noche, una y otra vez.
El contacto de sus cuerpos desnudos desencadenó una atracción irresistible y los diques de la prudencia se rompieron al instante.
Sus voluntades quedaron anuladas y se dejaron envolver en una nube de deseo, añoranza y lujuria, sobre un lecho que sería testigo mudo de su éxtasis desbocado.
Fue una noche larga, de entrega y posesión mutuas, de confidencias a media voz y de caricias tiernas y nuevas. No hubo limites ni freno y en los momentos culminantes de pasión, ella le llamó Leo y él le llamo a ella Laura, pero no les importó en absoluto.
Un tratado ancestral dice que un encuentro de amor perfecto, es aquel  en que debe completar las tres uniones de la felicidad celestial.
La primera es  " el fuego de la pasión ", es intensa, profunda y urgente. Es ansiosa y egoísta. Cada uno posee al otro por su propio placer, dando rienda suelta al deseo para alcanzar el clímax.
La segunda es la de " la sabiduría del amor ", en la que el otro explora, acaricia y besa todo el cuerpo del otro, reconociendo los puntos más sensibles, para llevarlo al éxtasis. Es pausada, altruista y contemplativa. Representa la entrega generosa al placer del otro.
La tercera es " la ternura sublime ", es la unión reposada, los movimientos se ralentizan con suavidad, las caricias se multiplican y los besos, juegos y confidencias al oído son las protagonistas. Ambos ofrecen todo su cariño y siguen su unión hasta el momento en que, agotados en su completa conexión, son vencidos por el sueño.

Bien entrada la madrugada, Samuel se vistió y abandonó la habitación de Irene, sin hacer ni un ruido, para no despertarla.
El ultimo día en Holanda, había llegado lamentablemente para Irene, Samuel y los demás viajeros del grupo. Harían el ultimo desayuno en el restaurante del hotel, antes de desplazarse al aeropuerto.
Casi no hablaron, ella estaba muy seria y se había puesto unas gafas de sol.
Samuel tenía un aire taciturno y su cara reflejaba el cansancio lógico de la noche anterior y  el de no haber dormido bien.
En el avión, a mitad de trayecto, las azafatas ofrecieron unos catálogos de productos libres de impuestos, por si querían obsequiar a quienes les esperarían a su llegada, puesto que los demás regalos iban dentro de sus equipajes.
Samuel eligió un objeto, que le fue entregado más tarde en un pequeño paquete de regalo y lo guardó en su bolsillo.
Irene estaba delante, en el mismo asiento que la trajo a Holanda.
Aterrizaron en Madrid y el grupo se despidió, puesto que tenían que ir a distintas puertas para tomar otro avión a sus ciudades respectivas.
Irene y Samuel se quedaron juntos un poco más, hasta llegar a la encrucijada donde sus caminos se separaban.
Él la contempló tiernamente y le ofreció el paquete que había comprado para ella.
- Irene, quisiera que aceptases este detalle, en recuerdo de un viaje maravilloso y sorprendente que nunca olvidaré. ¿ Me darías tu teléfono, Irene?.
Seguir en contacto ella y él, vivir esta locura maravillosa, sentir tanto, amarse...
Todo un reto para Samuel.


Continuará ...











7 comentarios:

  1. Insisto, el fuego esta encendido. HISTORIA LINDA. besos

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  2. Un relato perfecto, gráfico, pasional y muy elegante.
    Otra vez enhorabuena, Inés.
    Saludos
    Salvador

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  3. Yo coincido con Salva, lo has tratado con una delicadeza especial, has sabido combinar perfectamente pasión, ternura y elegancia.

    Besos

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  4. Persuadido de hallar la calma que la mente demanda en mis silencios al no encontrar complacencia en los pasos que dibujan mis pies, aquí me llego. Bien mañana sea, bien anochecida que haya extendido presurosa su manto. Días licuados, cliks desleídos. Letras paladeadas hasta el regüeldo de la íntima satisfacción sobrevenida. Y así saboreo en este preciso momento el vespertino saber de ti. Ahora, antes y después.
    La tardanza, denuedo cuando menos exasperante, hacíaseme.
    Un abrazo agradecido para ti, Inés.

    Youtube Sam Means Yeah Yeah + Lyrics [HQ]. La exquisitez de lo simple o la brevedad de lo sencillo lo hace más delicioso. ¡ Ay !.

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  5. Hoy no quiero colocar,
    en vuestro blog un comento,
    solo os quiero desear,
    felicidades sin cuento.

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  6. Lo logras en cada relato, aquí conjugas con una delicadeza extrema cada pasaje de una aventura que por otro lado sería sucia y desagradable. Tu al revés lo haces delicioso .sutil, tierno,maravilloso. Es mas lo escribes de tal manera que parece(al menos para mí) ser el protagonista de esda historia de amor.Haces que el lector se imbuya en el personaje y crea en él. Felicidades escritora. Eso se merece tenerte en muy alta estima

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  7. Bueno... ya hemos llegado al desenlace de "Los Puentes de Amsterdam" ¿Y ahora qué? Abrirá la puerta del coche y saldrá corriendo? ¿No? La escritora sabe que aún tan sutil y hermosa relación genera en este momento decisiones muy importantes... A ver a dónde nos lleva. Cómo se conjuga sueño y realidad. Gracias por tu relato.

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