3.6.11

* Delirio *


Mi nombre es Paula.
No sé que me sucede, por qué estoy así.
Me siento perdida, los días son todos iguales, no encuentro salida, no sé ni siquiera buscarla.
No puedo llorar, pero recuerdo que sabía. Sé cómo sabían las lágrimas, eso sí, saladas y amargas.
Mis recuerdos se fueron, no los encuentro, sólo cuando encuentro una foto y trato de recordar.
Hay que comer, me da igual cualquier cosa, miro el reloj, miro el reloj siempre.
Necesito un abrazo, pero no sé pedirlo.
Me siento perdida, como una niña pequeña y no quiero estar así.
Mi vida es gris, pero no recuerdo qué se rompió dentro de mi cabeza.
Nadie me explica nada, miro y no sé a qué, se me olvida.
Hoy, mañana, ayer, ¿qué más da?.
No sé cuando fuí bella y si lo era, no recuerdo un te quiero emocionado, no tengo nada... soy un espectro de mí misma, encerrada en un cuerpo de cincuenta años.
Adormecida por las pastillas que no me hacen nada, no mejoro y si las dejo no soy nadie ya.
Me siento perdida y pasan las nubes de algodón deshilachado, detrás de los cristales de la cárcel de mi fracaso.


Una mujer buena, Paula, habla así, a días, a su propia conciencia, no tiene respuestas, ni una sóla.
Se equivocó muchas veces, como todas nos equivocamos, pero ella estaba sola y no sabía lo que le sucedía.








Paula nació en una fría sala de hospital, sin más ayuda que sus esfuerzos débiles, por asomar a la vida.
Abrió sus grandes ojos negros muy despacio, tiritando como una hoja , mientras la silenciosa nevada era testigo directo, de cómo nacía la niña de piel sonrosada.
Sus hermanos fueron compañeros de juego, mientras Paula íba creciendo muy despacio.
Apenas sonreía, era asustadiza y jamás protestaba si ellos bromeaban o se escondían entre risas de niños.
Era dócil, silente, jugaba con una muñeca, a la que cepillaba el cabello con una ternura indescriptible, a los ojos de su hermana mayor.
Fué al colegio, como cualquier niña de su edad, pero le costaban los números y temblaba si no sabía la respuesta.
Cada mañana, su hermana se encargaba de llevarla hasta la puerta del aula, como parte de su responsabilidad, hasta que quiso ir por su cuenta y camino al colegio.
No destacó en nada, se le hacía un mundo el estudiar, pero nadie lo supo y menos aún aquella hermana, que no la entendería hasta su estío.
Su madre decidió que quizás, ser secretaria, sería mejor que perder el tiempo con los libros.
Decidió mucho por ella, quizá demasiado y Paula no se rebelaba.
Su carácter débil contrastaba con el de su hermana, que era muy independiente e ignorante de su tragedia interior.
Y conoció o creyó conocer el amor, con sus dieciséis años de silencios y miedos secretos.







Paula, como toda adolescente se miraba al espejo, antes de salir al encuentro del día que se le presentaba, difícil.
Vestía con colores discretos, como ella, pero destacaba su melena azabache, reposando en sus hombros, como una cascada serena.
Reposaba su carpeta de apuntes en el brazo izquierdo, cobijando su corazón que empezaba a palpitar con latidos de princesa.
Los muchachos de la plaza, que miraba Paula de soslayo, se avisaban entre ellos a su paso, murmurando sus maneras y su timidez manifiesta.
La inocencia de unos y otra se convirtió en un saludo habitual, con sonrisas tímidas de ella, apretando el paso, sin pensar nada más que en la hora del timbre.
Debía llegar con tiempo suficiente al centro donde estudiaba algo que le gustaba y que no se le resistía demasiado.
Quería agradar a su padre, ¡tan exigente con ella desde siempre!. Ofrecerle buenos resultados, encontrar una colocación y ...
Planes,planes que, como abanicos, le dieran la posibilidad de un aire nuevo a su vida.
Cursó con resultados más que aceptables de secretariado y con el orgullo que sentía al contemplar su título, empezó en la vorágine laboral.
No tuvo suerte, no por ella, sino por la picaresca de los que eludían contratos serios, con la excusa de las consabidas prácticas de prueba, antes de nada formal.
No dió con un jefe justo, o no supo encontrarlo y pasaron dos años de infructuosos pasos, sin ese puesto merecido.
Cada mañana, tenazmente, emprendía la solución de su vida, como creía, sin consejos, sin ayuda de sus padres, sin el conocimiento de sus hermanas, con las que apenas charlaba de sus inquietudes y sus sueños.
Eran sus hermanas, muy distintas a Paula y ella se refugió en un mundo interior lentamente, sin participar de las ilusiones que nacían en sus corazones femeninos.
Tres corazones de mujer tan distintos, latiendo cada uno a su antojo, pero el de Paula no tenía un nombre grabado a fuego aún.
Todavía no.








La casa donde vivía Paula sus días adolescentes, era amplia, soleada y en una altura muy respetable.
Sus hermanos varones solían, por esta época, hacerle bromas de cuando en cuando, que ella soportaba con resignación manifiesta.
Dormía con su hermana pequeña, que la entendía un poco mejor que los demás, aunque no del todo.
Solían ambas bajar a la plaza, rodeada de bancos de madera y forja, a charlar con chicas de su edad, entre risas y codazos, si algún mozo les acompañaba, en la tarde de verano que las contemplaba.
Enseguida había preferencias por alguno recién llegado a la ciudad, intercambiaban entre ellas opiniones y quedaba claro quien era para quien, sin consultar al elegido.
Paula, no eligió, ni por asomo. 
Sus pensamientos le aseguraban que ella no era la candidata ideal y callaba, siempre callaba, sentada en el banco de la plaza.
Los días, como las nubes, fueron pasando lentamente, dando paso a una amistad en grupo de las curiosas chicas y los insinuantes mozalbetes.
Y Paula notó un cambio en uno de ellos, que procuraba sentarse cerca de ella, siempre que podía. 
Se estremecía cuando le veía aparecer, cada tarde, perfumado y con su sonrisa de galán de cine.
El tiempo hizo que confirmara que era ella que le gustaba y no otra.
La música de la época selló su primer beso de mujer, cuando ambos se mecían en la pista, abstraídos en sus pasiones principiantes.

Su hermana pequeña y ella decidieron pues, salir a solas con ellos, como pareja, a partir de entonces.
Fué un verano dulce y distinto, Paula floreció como mujer . Su belleza escondida se manifestó ante propios y extraños y fué comentada en el barrio, por las aburridas vecinas del patio.
No hubo nada que recriminar a Paula, sólo se había enamorado y se le notaba demasiado, pero a su madre le parecía poca cosa para ella y resolvió que no se vieran más, que no le convenía.
¿Convenir?, ¡ella sólo quería sentirse viva!.
Su madre caprichosa se cerró en banda, sin más explicaciones.
El verano acabó, con la amargura e impotencia de Paula, entre los cristales de su ventana, desde donde hacía señas a escondidas, a su doliente enamorado.








Se preguntaba una y mil veces, el por qué de esa injusticia, sin hallar respuesta.
Su hermana pequeña le traía noticias a diario, que aliviaban su amor prohibido.
No encontraba una salida para vivir su amor. Una, lógica y concreta, que apeteciera a su caprichosa madre.
El joven no era culto, ni bien posicionado en la vida, pero a ella le encantaba el sabor de sus besos y no necesitaba sino eso.
A veces, se veían en la azotea, con la complicidad de su hermana, los pocos momentos en que su madre se distraía.
Daban rienda suelta a sus amores , con besos tiernos y alocados.
Otras, se citaban en un sitio discreto, siempre a escondidas, con el lógico miedo de que fuera descubierta, con "el que no convenía".
Y descubierta fué, por su padre. Reprendida con rigor, escuchó toda suerte de amenazas y consejos, por su bien.
Aceptó dócilmente las absurdas leyes paternas, como expiación de sus faltas, una vez más.
El amado tomó su rumbo en la vida, con otra mujer y desapareció de su vida.
Sus padres instaron a Paula a probar suerte opositando, para encaminar su futuro.
Sus hermanas se habían casado y no contaba con su presencia, ni su apoyo ya.
Queria, quiso siempre, parecerse a ellas o al menos lo parecía.
Un buen marido, que agradara a sus padres y ser feliz. No pedía nada más.
El preparar aquellas oposiciones, pensó que sería lo adecuado, pero se le hacía un mundo retener tantas leyes absurdas, horas y horas delante de unas hojas que no le decían nada.

Su padre no hacía sino reprobar su falta de concentración en el estudio.
Su madre no le facilitaba ese apoyo, tan importante para ella. Siempre pretendía compararla con sus hermanas, con cualquier excusa.
Conoció a otro muchacho, de su edad, que, en principio tuvo el visto bueno de la familia.
Salían cuando el horario apretado del joven, acomodaba con el de Paula.
Parecían una pareja, destinada a ser feliz.
Paula se volvió coqueta, su ostracismo interior desapareció. 
Era ahora, alegre, dicharachera y tenía, aparentemente, planes de futuro con él.
Hasta que un día, habló con él en serio, de boda, de hijos, la ilusión de toda mujer, en aquella época.
Las continuas excusas de una respuesta clara, desalentaban a Paula, haciendo crecer en ella una paciencia ilimitada, por el amor profesado.
Un día, él rompió sin más la relación, de forma definitiva, con argumentos irrisorios a ojos de cualquiera.
Y Paula se derrumbó. Fué un mazazo seco en su corazón enamorado.
No entendía qué había pasado.
Su mente daba vueltas, como un tiovivo sin fin.
Su madre le apremiaba en los estudios, su padre le reprochaba una y otra vez, el fracaso en la vida.
Días así, hundiéndose lentamente, como un barquito a la deriva, sin ayuda, ni calor de nadie.
Se fué apagando como una vela, se marchitaron los pétalos de sus ilusiones.
Perdió su sonrisa, su voz y sus ganas de vivir.
Una mañana cerró los ojos y se dejó caer al vacío, sin despedirse de nadie.
Nada importaba ya.
Nada de nada...








Sentada en el aféizar de la ventana, Paula decidió acabar con la angustia, que carcomía lentamente su alma delicada.
No lo había pensado antes, sólo se le ocurrió en ese instante y simplemente se dejó llevar dulcemente, como la niña perdida que había, dentro de sí misma.
Abrazó con su cuerpo el vacío, sin pensar las consecuencias, sintiendo la presión del aire en sus mejillas, en su vuelo a ninguna parte.
No temía ya nada, todo lo que llegara sería mejor que lo pasado.
Su negro pelo parecía asirse al viento, dibujando a su través, unas olas de azabache.


Cayó precipitada, hasta que el aire compañero dejó de sostener su peso, sin importarle su tragedia.
Un golpe seco, al pié del edificio donde vivía, dió cuenta de sus actos a los vecinos, que no se sorprendieron demasiado.
Su madre desde ese mismo balcón miró, paralizada, el cuerpo retorcido de su hija, sin saber qué hacer.
Parecía Paula, una virgen de cera, replegada sobre sí misma, incluso tenía una leve sonrisa, en su agonía indescriptible.

Dos lágrimas estancadas en sus ojos, como dos diamantes, rodaron mudas por sus sienes.
La casualidad, el destino, una intervención divina o los tres, se aliaron para que Paula se recuperara muy lentamente en un hospital, de su fatal decisión.
Sus heridas corporales sanaron, sus huesos se recompusieron como pudieron, pero su alma no halló consuelo, en nadie ni en nada.
Tuvo tiempo, muchos días, semanas eternas, en aquel hospital, para escuchar consejos de todos los colores, de voces variopintas, que osaban querer solventar su aflicción interior.
¡Quien podía saber, suponer siquiera la medida sus trances interiores!.
Nadie.









Paula, aún convalenciente volvió al lugar del que se había despedido, meses atrás, su casa.
Nadie le preguntó los porqués de su intento , interesaba más que se recuperara físicamente. Tiempo habría más adelante de hablar de ello.
En cierto modo, había sido un milagro que salvara su vida. 
Así fué comentado por propios y extraños, refiriendo la recuperación que comprobaban, cuando íban a visitarla en su convalecencia.
Fué lenta, muy lenta, todo el mundo se volcó con ella. 
Parecía una niña pequeña, aceptando los cuidados y cariño de cuantos la rodeaban.
Sus padres la protegieron más a partir de aquel suceso, con el dolor de no haber sabido ayudarla.
Tuvo unos años, los siguientes, delicados y monótonos.
Su vida no era la de una mujer de su edad, salía poco y siempre íba acompañada, a los recados cotidianos de un hogar.
Mejoró con el tiempo, no totalmente, era imposible, pero tenía una vida por delante y su tristeza se fué disipando, aunque no su timidez.
Y la vida quiso que su primer amor, el de los besos a escondidas y el que "no convenía", volviera a su vida.
Puede que ella lo buscara, que tuviera noticias y que forzara un encuentro casual, con una rosa en el sillín de la moto, con la que se desplazaba.
Así lo contó a sus hermanas, que se sorprendieron mucho, al saberlo.
Paula recuperó su alegría y su amor con él. Sus padres aceptaron con ciertas reservas, su relación tan repentina.
Lo que su hija decía, estaba bien.
Quería a ese hombre, no había más que mirar el brillo de sus ojos, para saberlo. 
Él parecía sentir lo mismo y decidieron casarse.
Era la ilusión de toda su vida. No tenía más meta que aquella, casarse, como sus hermanas y por fin la cumplía, después de tantos años.
Un enlace íntimo y familiar selló el amor de la pareja, que comenzaba una nueva vida, por fin.
Paula concibió enseguida una hermosa niña, que descubrió una faceta hermosa en su corazón, la de ser madre.
Se volcó por completo, de la mejor manera que sabía en su niña, tanto, que su matrimonio hizo aguas enseguida.
Un amor construído con los recuerdos adolescentes, no era un amor ni maduro y ni pleno.
O el no la quiso como debió quererla. No supo cuidar de las dos. 
O no era esa vida, la que él apetecía.
Tomaron pues, caminos diferentes y Paula se quedó con su hija, que era la razón de su vida.
Rozaba ya los cuarenta años, su hija tenía dos y se criaba con salud, con las travesuras típicas de la infancia.
Fué una época dulce y sosegada para toda la familia, que la apoyaba en todo.
Paula tenía una cuenta pendiente con su alma, aquella no la había tratado, ni curado y era sólo exclusivamente algo que debía resolver ella.






La miraba embobada, en sus sueños de ángel, durmiendo plácidamente.
Una y mil veces revisaba sus sábanas perfumadas, sus manos regordetas, su pelo brillante, descansando revuelto, sobre la mullida almohada de su cuna.
Escuchaba el más mínimo gemido de atención, de su princesita y acudía solícita a sus llantinas, con el miedo de una madre inexperta.
Dentro de sus impedimentos lógicos, fué la mejor madre para Cora, que pudo ser.
Sus primeros pasos, constituyeron todo un acontecimiento para la familia, junto con el primer diente y su primer día de colegio, posteriormente.
Babi de piqué, de cuadros rojos y blancos, perfectamente planchado, su mochila de dibujitos infantiles, sus zapatitos relucientes, dieron la bienvenida al mundo escolar de Cora.
Lloró cuando perdía a su madre de vista, contagiada con los llantos inconsolables de otros niños, mientras la maestra recibía a más compañeros, con una franca sonrisa, sin hacer caso a los llorones.
Cora cantó y jugó, a días. 
Otros, dibujó con pinturas de agua y sus manos, casitas y soles, árboles y mares, azul turquesa.
Se inició en el uso del lápiz, con mucho entusiasmo, garabateando mil formas sugerentes, transformando su cara seria de niña, en un rictus angelical.
El dibujo, siempre sería lo preferido por la hija de Paula, más que los libros u otras materias escolares y lúdicas.
No manifestó Cora, gran interés en sumar números, ni en saber el porqué, de muchas cosas interesantes, para los demás compañeros, que explicaba la maestra.
Sólo queria sus pinturas de cera, su folio en blanco y aislarse en su mundo de mil formas y colores.
Veía poco a su padre. Siempre acababa recriminando a Cora, su falta de atención en el colegio, sus rabietas y caprichos en la calle y la poca autoridad y educación recibida por su madre.
Con el tiempo su comportamiento escolar, se agravó seriamente.
Cora causaba muchos problemas, su madre no sabía cómo resolver su obstinación y el Centro, comunicó los hechos al padre de la niña.
Sólo cuatro meses y con desgana manifiesta, se hizo, su padre, cargo legal de Cora, después de reclamar su tutela e inhabilitar a su madre, por sus hechos pasados y por el bien de la menor.
No imaginaba que el ser padre era tan agotador y tan costoso, en tiempo y dinero.
Cora no mejoraba de actitud, no aprovechaba sus clases, se peleaba mucho en el patio del colegio.
Debatía en su interior, elegir entre el amor a su madre y la necesidad de la figura paterna como referente.
No entendía nada de lo que pasaba y siempre estaba enfadada.
Y el padre renunció, a su derecho de cuidarla y educarla, en un arrebato de cobardía, con excusas irrisorias, ante el juez.
La suerte de Cora corría un serio peligro y ella tan ingenua como niña, no era culpable, ni consciente de las leyes y normas de los adultos.
¡Sólo quería colorear!.








Paula escuchó el timbre de la puerta, repiqueteando insistente, mientras enjabonaba los tazones y cucharas del desayuno.
Se apresuró a secar sus manos y abrió la puerta, para salir de dudas.
El cartero le entregó una carta certificada, en la que rezaba claramente la sentencia del juez, con respecto al futuro de Cora.
No hubiera querido leer nunca esa noticia, pero el día había llegado y ella no podía hacer absolutamente nada.
Le consolaba que tenía el apoyo total de su hermana, que adoraba a su querida hija.
Le había explicado, de la mejor manera, aguantando las lágrimas, que era lo mejor para Cora.
Todo, antes que la niña fuera a un hogar o institución extraños.
Sería una hija más, entre los suyos, si Paula aceptaba. Y en el comunicado, la decisión del juez, la menos mala para su hija, rezaba favorablemente para su hermana.
No sabía lo dura que sería la vida sin ella.
Ignoraba, que una parte de su corazón, sería cercenada para siempre.
No la vería crecer, posiblemente, pero su mente no alcanzaba a predecir los dulces momentos, por llegar, de su adorada Cora, arrancados de cuajo por la justicia.
Dijo que sí , con resignación y tristeza a la nueva vida de su hijita, lejos, muy lejos, de su ciudad y de ella misma.
Cora aceptó con alegría ir a su nuevo hogar, tendría una hermana, su prima y eso le encantaba.
En su cabecita de niña, no podía ni suponer, lo duro que sería no ver, en su nueva madre, la cara de quien le diera la vida.

Paula aprendió con los años a entender que, su niña tenía una familia que la quería por ella y con ella y a vivir sin su presencia, por el bien de las dos.
Cora le escribía unas cartas llenas de amor y dibujos de colores, a su madre del alma.
Se las aprendió casi de memoria, pero aún así, paseaba su lectura por las derechitas redondillas, que siempre le sabían a poco, como los helados de vainilla.
Los días de Paula, sus años, siguieron sucediéndose despacio, cuidada por su madre y dándole su compañía.
Todas las mañanas contemplaba con avidez, las fotografías de su hija, una a una, que mostraban el paso del tiempo, en su cuerpo y su sonrisa.
Su mente y su corazón siguieron viviendo sosegados, con la esperanza de volver a ver, algún día, a su querida hija.
Cora, a sus catorce años es toda una mujer, es feliz y nunca olvidará a su mamá.
Paula, sigue soñando en su propio paraíso.
Cada mañana, suspira todo. Cada tarde, llora un ratito, con las pocas lágrimas que le quedan, añorando al amor de sus amores, su princesa.


Y cada día, es uno menos para abrazar a su delirio, que la espera paciente.
Quiere convertirla, para siempre, en una niña con sonrisa de ángel.


                                              Fin

 



















3 comentarios:

  1. Hoy te consta que me has vuelto a emocionar y mucho. Este relato se merece un lugar de honor entre todo lo que jamás has escrito, es más te animo a que lo desarrolles, a que vayas a por el libro, yo sería la primera en comprarlo.

    Besos

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  2. si que es triste....no me esperaba algo asi;coincido con maria en que debias desarrollarlo. Un placer leerte

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  3. Desprovisto de palabras ajustadas, encantado de una emotividad que abruma y maravillado por la delicadeza de la narración, sería el extracto más definitorio de lo aquí percibido por mi.
    Deslías la semblanza de Paula e imagino un velero mecido por imperceptibles olas que, sin otro empuje en sus velas que el aleteo de las gaviotas, termina varado en la playa. Allí se balancea lo que el mar quiere y la arena le deja. Amén el viento, le ayude o bien, silbe su melodía hacia otro flanco.
    Dependencia avenida. Sensorial inspiración. Realidad táctil.
    Es, con diferencia, de todos los relatos que disfruté de tu veta escritora, el que más impresión me causó. Veta de mineral intimista, arrancado de lo más profundo de tus vivencias personales.
    Conseguiste que tus ojos acariciasen el corazón que atesoras, porque quisieron ver, para expresar sin arrobo, lo sentido por él.
    Asímismo, es el escrito al que dediqué la mayor cantidad de tiempo, dejándome ir al socaire de su lectura. Encallado también, en ocasiones, en la reflexión. Ponderando la atención y la consideración, sin caer en la exageración de lo meditado. Y, con determinación, es la historia que volverá con reiteración a mi. Me atrae, de siempre, no de ayer, ni de ahora.
    Paula es íntimamente tierna, distraídamente lejana y arrebatadoramente alborozada en presencia de quien ama, quiere y desea.
    Es la rosa recién cortada que la acompañaba en su paseo. Portadora de percepciones polícromas, aunque solo apreciemos papel carbón en su mirada. Diríase que reside en la encrucijada permanente donde los demás, tenemos claro, a la hora de elegir el camino que no nos conduce a ninguna parte. Fragilidad delicuescente.
    Mimetizada en la calígine verbal, multiplica las imágenes objeto de su deseo, en mil colores y formas, reflejadas en los espejos vitales donde, cada uno, nos miramos. Las tonalidades alegres de los dibujos de Cora plasman y a la vez, avivan la plasticidad de su sonrisa. Entre sus manos, las cartas de su hija, hacen rezumar por sus poros, toda la sensibilidad de que es dueña y la felicidad, carece de aristas en presencia de la niña. Cora es el caleidoscopio de sus desbordantes emociones. El universo de lo binario.De Paula es Cora. De su silencio es Paula.
    Comparto la idea expresada por María, Carlos y otras personas que, si bien te leen, por diversas causas no escriben comentarios, de que debías plantearte, muy en serio, convertir tu relato en libro. Te llevará tiempo, sacrificio y sobreesfuerzo, pero valdrá la pena, al menos, que lo intentes. El interés generado, no es poco.
    Saludos de gratitud e íntimo aplauso para ti, Inés.
    Twilight Soundtrack o bien, Yiruma, compositor de River flows in you, es la música que más compañía me hizo en esta narración.
    Solo decir que, a veces, cuando lloro quisiera encontrar mis lágrimas.

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