26.4.11

* Mediodía * ( 13 )

Tomás guardó la nota de Celia en el sobre y quiso conservarla, aunque en realidad, su contenido se lo sabía de memoria, incluso sus  letras de trazos suaves, en azul caribe.
Llegó su soledad de nuevo, pero su día  recién nacido y brillante, era nublado sin Celia.
El dolor abrasaba el corazón de Tomás,  le costaba incluso respirar con plenitud .
Ese adiós tan extraño de Celia, le había hecho tanto daño, que su razón no encontraba un consuelo y se sentía sólo, como un niño abandonado.
El tiempo corría sin descanso hacía algunos años para él y aquella mujer, tan maravillosa a sus ojos hizo, con su magia, que el mundo se parara en seco, cuando la vió sentada, tomando café.

Cerró su maleta y consideró que su equipaje estaba listo, para emprender su viaje de regreso.
Quedaba por decidir un detalle que había pasado por alto: el reloj de plata antigua, que Celia olvidara en la mesilla. No era justo quedárselo de recuerdo y si ella regresaba a buscarlo al hotel, se alegraría de recuperarlo.
Decidió meterlo en un sobre, escribir por fuera su nombre y entregarlo a la  recepcionista.
Así lo hizo y la señorita, muy educada lo guardó en un cajón con llave, por si la dueña lo reclamaba, anotando el nombre de la suite y la fecha, en el reverso del sobre.
Tomás pidió un taxi para ir a la estación y abandonó por fin la recepción , dando una última mirada al acogedor hall del hotel.
En la carrera le preguntó al taxista si, por un casual, había recogido a algún cliente del hotel y éste le dijo que llevaba desde las siete a.m. de servicio.
Efectivamente había llevado al aeropuerto a una pareja mayor, que tenían mucha prisa y luego de eso, estaba estacionado en el parking del hotel, escuchando las noticias de  la radio.
Éste  le comentó que eran tres taxistas, quienes cubrían el servicio a los clientes de ese hotel, por turnos de ocho horas.
Tomás le preguntó si podría saber los números de sus compañeros y el taxista le dió una tarjeta con los tres teléfonos móviles, mientras rodaba con su taxi, sin quitar la vista de la circulación.
Llegaron a la estación, Tomás abonó el viaje y redondeó con una buena propina, recogió del maletero abierto su equipaje y le agradeció al taxista su servicio.
Quizá esa tarjeta le diera algo de luz de dónde fué Celia, si llamaba a los otros dos taxistas.
Necesitó tranquilizarse, mientras bajaba la escalera mecánica, en el andén que indicaba el billete, entre las ídas y las venidas de viajeros y sus maletas rodantes.
No podía permanecer más  tiempo en aquella ciudad, el tren saldría en pocos minutos, así que subió a su vagón y se sentó en su plaza.
La vida  o una parte de ella, se le íba entre dos lágrimas sostenidas detrás de sus ojos, mientras el tren arrancaba.
Sintió que su corazón dolorido se quedaba en aquella estación, buscando desesperado al de Celia.

Continuará...











2 comentarios:

  1. Lo que te dije ayer, digno de Danielle Steel. Una cosa que digo que, como yo madrugo mucho, a ver si mañana lo pones más temprano ¿vale?.

    Besos

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