11.4.11

* Mediodía * ( 7 )

La ternura de la hierba fue testigo primero de aquellos besos  puros, nacidos en los labios de  aquellos jóvenes que se hablaban  con la mirada.
No hacía falta palabra alguna en aquel mediodía,  para expresar aquel lenguaje tan bello, hecho de besos y caricias.
Celia se sentía radiante y feliz, entre los  brazos de aquel hombre, como si fuera su alma gemela, tan esperada desde siempre.
Un jardinero llamó su atención y les sacó de su  embeleso, advirtiéndoles de que buscaran otro lugar, para dar rienda suelta a sus instintos.
Tomás indicó al operario del parque que se tranquilizara, con una sonrisa, mientras se incorporaba, dándole razón, para evitar una situación incómoda.
Habían perdido la noción  del tiempo y algún paseante que otro les miraba, pensando igual que el jardinero.
Así pues, Celia, algo perpleja y avergonzada, también se puso de pie, atusó sus cabellos y con una mirada cómplice, indicó a Tomás que se fueran de ahí.
Él tomó su mano con delicadeza y salieron del parque, mientras comentaban el apuro del momento, entre risas.
Decidieron seguir juntos, ninguno tenía prisa y estaban muy a gusto charlando de cosas triviales, mientras el reloj iba marcando las horas de aquel domingo.
Tomás le comentó que se alojaba en un hotel, cerca  del bar donde la había conocido y que quizá podrían seguir allí más cómodamente, mientras comían algo.
A Celia le pareció perfecto, quiso confiar en él y se dejó llevar.
Entraron al vestíbulo del hotel, empujados casi por la puerta giratoria y Tomás se adelantó al restaurante, donde pensaban comer.
Llamó con un gesto sonriente a Celia, para que  se acercara  y viera el interior de éste.
Ella miró con curiosidad la decoración tan exquisita. Las mesas estaban perfectamente dispuestas para comer y unos cuantos comensales, afanados en su comida, no  prestaron  interés alguno, cuando se asomó la  joven pareja.
Se miraron a los ojos, otra vez más. Tomás la besó en la mejilla, con ternura indescriptible.
El maître surgió de pronto, de una puerta abatible, situada  al fondo del comedor y les preguntó si iban a comer allí o en la habitación.
Le daría la sensación que la dama ignoraba tal detalle y  le explicó que formaba parte del servicio de hotel.
Celia miró con afecto a Tomás, esperando que él decidiera, ya que era su  invitada.
Tomás le preguntó: - ¿ Prefieres aquí o arriba, Celia?.
Y Celia no supo qué responder, o no quiso hacerlo. Prefería arriba, mucho más relajados.
Le apetecía estar a solas con él. pero no quiso parecer ansiosa  y le dijo a Tomás:
- Como tú quieras,  lo que tú decidas estará bien.
Él decidió arriesgarse por los dos, indicándole al maître que comerían en la habitación y que, en unos minutos llamarían a cocina, para encargar el servicio.
Subieron en silencio en el ascensor y el respiró profundamente, le cogió nuevamente de la mano, mientras Celia, se alisaba su melena y procuraba no aventurar lo que podía pasar.
Estaba algo inquieta por la  situación, que no manejaba en absoluto. Podía suceder todo o nada, pero no le importó lo más mínimo.
Eran libres, no tenían que rendir cuentas a nadie, tan sólo y de momento, iban a comer juntos, ¿ por qué no?.
Tomás se adelantó un paso, para  abrir la habitación, le cedió gentilmente el paso y le invitó a pasar, con un ademán respetuoso y risueño.
Celia se quedó maravillada con la  espectacular decoración de la suite, con zona de leer, vestidor y una puerta, a la derecha que lindaba con un moderno baño.
El dormitorio debía estar al fondo, con muy buena luz natural, gracias a sus dos ventanales, pintados en un blanco roto. El suelo estaba pavimentado, con una tarima de madera maciza de cumarú, un tono oscuro, en contraste con la pared panelada de madera, en abedul natural.
Ambos espacios estaban separados, uno de otro  por una puerta corredera doble  de caoba.
Celia miraba cada detalle, extasiada por la calidez del ambiente y tomó cómodamente asiento en uno de los sofás de terciopelo color mostaza.
Mientras, Tomás se disculpó ausentándose del saloncito. Ella sacó en su demora, su teléfono del bolso y revisó si había alguna llamada registrada.
Todo parecía en orden, su madre y sus amistades parecían haberle dado una tregua y Celia optó  por quitar el sonido, para no romper la magia.
Ya habría tiempo de llamar, más tarde, ahora quería vivir  intensamente este idílico momento  con él .Todo lo demás quedaba postergado.
Dejó  afuera el mundo que giraba, la vida que vivía, incluso el mediodía que se extinguía tras los cristales.
Todo quedó detrás de aquella gran puerta de pomos de bronce y esperó,  a este lado de ensueño, que Tomás apareciera en cualquier momento.


Continuará...










5 comentarios:

  1. He leído solo ésta entrada, pero veo que son continuación unas de otras. A ver si entro con más tiempo y sigo ésta historia que promete.
    Gracias por pasarte por mi blog y comentar. Me uno también a tus seguidores.
    Un saludo!

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  2. Me apetece la historia es curiosa besos

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  3. Inés, está cada vez mejor tu historia relatas de maravilla...
    Un beso, Scarlet2807

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  4. Estoy impaciente, son tantas cosas las que promete esta historia que no sé aún adivinar por dónde la vas a seguir.

    Besos

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  5. Ummmm ! Que nunca doy con el martillo encima de la punta!.¡ Y que no escarmiento!. No por la boina chata del clavo acerado evidentemente, sino por el espumarajo de santos y vírgenes que en tropel circundan mi cabeza mientras exclamo imprecaciones sinfin!.
    Viene esto a cuento de tu ausencia y la del Tomás, que ya estaba mi magín discurriendo a troche y moche. Pero observo que el galán ha regresado a su puesto de trabajo.
    Me alegro de leer nuevamente tus relatos y de sentir el pulsar silencioso de las yemas de tus dedos, apenas rozando levemente las teclas, mientras las palabras parten como efemerópteros. Delicadas.

    Saludos alegres y afectuosos Inés.

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