10.5.11

* Mediodía * ( 20 )

Celia se abrazó fuertemente a Tomás, sollozando de felicidad, con una incredulidad que íba desapareciendo, junto con sus tibios sollozos.
No estaba soñando,no. ¡Era él!!.
Había vuelto a verla y ambos temblaban de emoción, sin importarles la gente que íba y venía por la acera.
Tomás buscó con sus ojos los de Celia, se puso serio y la miró fijamente,  tomó sus manos entre las suyas y las besó repetidamente.
Secó tiernamente las lágrimas de Celia con sus manos y le sonrió embelesado en el brillo de sus ojos.
Y Tomás rompió su silencio :
- Celia, hay algo importante que tengo que decirte, por eso he venido.
- No sé si esperé demasiado tiempo, estaba confuso, ya no lo estoy y  por fin, me presento ante tí.
- Celia te quiero, me enamoré de tí  aquel mediodía, como un adolescente. No puedo vivir sin tí, sin tu presencia, me es del todo imposible.
- No pude ni quise olvidarte. Te amo Celia, con todo mi corazón.
Celia le escuchaba, algo sorprendida, sin interrumpirle.
- ¡Me ama, Dios mío, a mí!, - se decía a sí misma.
Con voz entrecortada tomó fuerzas y  le confesó  a Tomás sus sentimientos:
- Yo..., yo  tambien te quiero, siempre te quise.
Tomás miró a ambos lados, había personas que observaban la escena entre los dos jóvenes con interés y se rió junto con Celia de la situación, con cierta vergüenza.
Encogió los hombros, sonriendo a la gente y les espetó:
- ¡ Amo a esta preciosa mujer, señores !.
Y se besaron en los labios, con un beso puro y apasionado, sin importarles para nada el público que vigilaba sus actos.
Celia sintió su amor recorriendo todo su cuerpo, como si  un rayo de fuego la atravesara, de sus labios a los pies.
Tomás le dijo que quería hablar con ella, contarle lo mucho que había pensado todo este tiempo en iniciar una relación seria con ella.
Celia , también tenía algo muy importante que decirle y no sabía como reaccionaría él, ante el secreto que guardaba en su corazón.

Pensó deprisa y creyó que lo mejor sería que lo descubriera con sus propios ojos. Era el derecho de Tomás y la obligación de Celia revelárselo tal y como había sucedido.
- Tomás, vamos a mi casa, hay algo que debes saber y...aquí no es sitio. Subamos, ¿quieres?.
Él asintió, interrogando con la mirada a Celia y  dejándose llevar dócilmente por ella.
Sacó la llave del bolso y entraron  juntos y de la mano al vestíbulo del edificio, atravesaron éste y  Celia  abrió la puerta de su apartamento.
La madre de Celia la llamó desde el fondo de la casa:
-¿Eres tú, hija?.
Celia se armó de valor, pues el momento era especialmente intenso. Respiró muy hondo y contestó a su madre :
- ¡Sí mamá ya llegué!. ¿ Puedes salir mamá? ¡Quiero presentarte a alguien!.
La madre apareció en el hall extrañada, arreglandose el pelo, ¡su hija estaba acompañada!.
La besó como hacía cada día y miró de arriba a abajo a Tomás, le extendió la mano y le sonrió con un saludo.
- Mamá, este es Tomás y ella es mi madre.
- Señora, encantado de conocerla. Yo... yo quiero a su hija señora, con toda mi alma. No...no sé qué más decir, discúlpeme, pero la amo.
La madre de Celia soltó una carcajada nerviosa y miró  con amor y emoción a su hija.
Sus ojos de felicidad decían todo sin palabras y supo sin preguntar nada que, él era el hombre que nunca nombró Celia.
Pasaron al salón  se sentaron en el sofá de cretona inglesa cómodamente los tres y Tomás explicó a las dos mujeres sus sentimientos de amor.
Su madre entendió en su interior por qué había decidido Celia que fuera en casa y no en otro sitio, lo que le tenía que decir a Tomás.
Celia se levantó del sofá y le dijo a Tomás:
- Ven, por favor. Hay  alguien más que quiero que conozcas.
Fueron de la mano por el corredor de la casa y la madre se quedó sentada en el sofá, como hubiera querido Celia.
Ese momento tan especial era de ellos dos, los enamorados  y en exclusiva.
Se asomaron a una habitación que estaba en semipenumbra, toda decorada en rosa pastel.
Tomás no entendía nada, pero guardó silencio, como aturdido por la situacion, sin soltar la mano de Celia.
Ella tiró suavemente de él y lo aproximó a la cuna, donde la pequeña dormía plácidamente.
Celia prendió una lamparita de luz de la mesilla para que la viera mucho mejor.
- Tomás, esta niña es... Ana, es... hija tuya, nuestra hija.
Él no podía dar crédito a lo que estaba viviendo y se echo a llorar de felicidad, sin apartar su mirada de la niñita.
- ¿Puedo cogerla?, ¿no se despertará?. ¡ Dios, una hija tan bonita y nuestra, tuya y mía!.
Tomás cogió a su hija muy delicadamente de la cuna y la estrechó contra su pecho. Besó  con ternura su  rosada mejilla una y otra vez, con sumo cuidado y volvió a decirle a Celia:
- ¡Te amo Celia, te amo tanto, que no sé si merezco tanta felicidad!.
Gracias por hacerme tan dichoso, soy el hombre más feliz de la Tierra.

Continuará...









1 comentario:

  1. Aún me vas a hacer llorar, te hago responsable, jajaja.

    No me tengas tantos dias sin poner otro capitulo anda.

    Besos

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