4.1.11

* Campoamor *


Nada es verdad o mentira, todo es según el color del cristal con que se mira, decía Campoamor.

Cristales transparentes, opacos, rosas, multicolores o tan densos que la luz no pasa, a su través.
Este cristal es el juicio, que asumen por derecho o sin él, quienes nos miran, negando los tonos intermedios, entre el blanco y el negro.
Toman la luz de su criterio, eludiendo lo evidente, esmerilando a su acomodo, pensando ésto y mañana por el contrario, aquello.
Se tornan en expertos murmuradores de las vidas ajenas, pavoneándose de la suya, intachable y docente.
Escudriñan detalles imprecisos, desde su ventana equivocada.
Sentencian sin toga, ni balanza y condenan por derecho, a una pena sin juicio alguno, con palmeros testigos invidentes, ni abogado defensor.
Estas personas, con una doble moral de fondo emponzoñado, no sólo critican con maledicencia hechos que desconocen e inventan a placer, sino que dan tres cuartos al pregonero, que les presta oído.
Como los jueces en su estrado, no pestañean cuando se trata hacer justicia, su justicia personal, sin pensar, ni por asomo, en el dolor que causan con su actitud de togado implacable.
El juicio comienza cuando se les tuerce en su camino triunfal, una persona que no les rinde pleitesía.
Empieza pues, en ese instante su denuncia personal, arguyendo torpe y lentamente, con pruebas delirantes, los motivos de su condenación perpetua, día tras día, como en la vista oral.
Buscan datos en despachos y registros de dudosa procedencia, con pruebas de humo y verdades de mentiras, de un delito que no existe más que en su mente perturbada.
El papel de abogado defensor está exento de todo punto en sus conciencias.
Su culpable es culpable, sin defensa, ni primero, ni después.
La empatía, por aquello de los meses de condena, que pueden ser años o toda una vida, no ha lugar.
Son jueces de los demás, pero no de ellos mismos, sentando plaza sin estudios de Derecho, pero con su ley, repleta de fracasos y soledades, como prueba y discurso.
De condena, la máxima y sin piedad: el desprestigio personal, aderezado con actitudes de baja estofa, por acusación convencida.
Para que aprendan y dejen de ser quienes ellos, los jueces de sainete y pandereta, jamás podrán ser.

Moraleja:
El que "decide" un caso, sin oír la otra parte, aunque decida justamente, no puede ser considerado justo. Lucio Anneo Séneca.

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