4.5.11

* Mediodía * ( 18 )

Tomás llegó a la puerta del hotel y un mozo se apresuró para ayudarle con el equipaje, que depositó al lado del mostrador, a la espera de una señal  del cliente, para subirlo a la habitación.
No subiría de inmediato a la suite y así se lo hizo saber al empleado, agradeciendo sus servicios con una generosa propina, que sorprendió al joven botones.
Tomás firmó el libro de registro de entrada y preguntó al recepcionista que le atendía, por el depósito que hiciera, meses atrás del relojito de plata antigua.
Nadie había llamado, ni preguntado por ese objeto en todo este tiempo y Tomás le indicó que se lo diera y que él se lo devolvería personalmente a su dueña.
El empleado no hizo comentario alguno, sobre los detalles del olvido de la dama, ni de la posible relación con su cliente,  lo extrajo del cajón y se lo entregó en mano.
Sacó un pañuelo del bolsillo y lo envolvió con mimo, depositándolo en su cartera de mano y subió a la suite, la misma de la vez anterior,  por expreso deseo suyo.
Cuando abrió la puerta, todos los recuerdos afloraron en su mente, aquellos últimos tan dolorosos sin Celia, la nota que dejara en un sobre y una flor.
Una amargura que conocía bien Tomás revivió en su pecho, la de haber perdido así, de aquella manera tan inexplicable a Celia.
Cerró despacio la puerta detrás de sí y alejó esa sensación acibarada de su mente, conforme avanzaba al dormitorio.
No quería sino hallar a aquella mujer, decirle que le extrañaba mucho y conforme fuera la reacción de Celia. confesarle sus sentimientos.
Ordenó su ropa en las  perchas paralelas de madera, en el amplio armario y mentalmente planeó su estrategia, para dar o al menos intentar encontrar la casa de Celia.
No debía olvidar el relojito, esa era la excusa perfecta para verla y lo contempló una vez más, acariciando su esfera ovalada.
Abandonó el hotel, se sentía algo inquieto por la situación, pero también ilusionado con que ella, aún estuviera en la dirección que le facilitara el taxista mucho tiempo atrás.
Paró un taxi, con una indicación de su mano y el taxista prestó oído a la dirección que el cliente le indicaba.
Tomás no podía relajarse con la conversación del conductor, apenas le contestaba, pero éste parecía empeñado en comentarle lo mal que estaba la circulación.
En su mente sólo había un nombre que se repetía una y otra vez : Celia.
La carrera del taxista llegó a su destino y éste le indicó el portal solicitado, con un gesto con la mano derecha, mientras Tomás se apresuraba a pagarle el  importe de su viaje.
Y se quedó en la acera, inmóvil, contemplando un portal franqueado por una gran puerta de hierro forjado, donde parecía vivir ella.
Miró la fachada, no tenía mucha altura, tal vez cuatro vecinos a lo sumo.
No quiso apresurarse, llamar cualquier timbre y preguntar por ella, no lo creía conveniente todavía.
Esperaría a que ella entrara o saliera, quizá eso le daría idea de cómo estaba y con quien.
Cruzó la calle y entró en una cafetería, instalándose en una mesa, justo al lado de la ventana, donde la visión del portal de Celia era perfecta.
Miró su reloj y era la una de la tarde, el tiempo parecía discurrir más lento que nunca, pero tenía que esperar... un poco más.

Continuará...








2 comentarios:

  1. Bien sabe Dios que, de no ser por el aprecio que le tengo a mis uñas, me las mordería esperando el desenlace.

    Besos

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