3.4.11

* Mediodía * ( 5 )

Él, ya con el periódico en la mano, se quedó mirando el rostro de la joven, complaciéndose en el óvalo de sus facciones, de pie ante ella.
Tenía que pensar deprisa y elegir si irse y leer el periódico a la barra o, con alguna excusa lo suficientemente creíble, acercarse a aquella mujer.
Sentía una inexplicable atracción hacia ella. Esta irrefrenable sensación,  bullía sin control, ni razones  arañando sus venas, como un volcán en erupción.
No entraba en sus cálculos tontear con mujeres y menos aún desconocidas.
Se preguntaba la causa o el efecto de aquella mujer desconocida, en sí mismo, tan  distinta a todas las que recordaba.
Parecía dispuesta a írse en cualquier momento y posiblemente no la vería nunca más.
Había entrado a tomar algo a ese bar, en ese barrio que no frecuentaba y en esa ciudad donde no vivía  y allí estaba ella.
Ni corto, ni perezoso, le hizo un ademán al camarero, para que se acercara a la mesa.
La mujer seguía espectante y esperó, un poco sorprendida, sin saber para qué había llamado él al camarero.
- ¿Me Permite que le invite a otro café, señorita? ¿ Lo tomaría conmigo? ¿ Tiene prisa?.
Le salieron las preguntas así, de modo natural, una tras otra como un torrente y se hizo un silencio, esperó impaciente la respuesta, que podía ser cualquiera.
La mujer le miró a los ojos,  veía que estaba inquieto, se le notaba a la legua y pensó:
- ¡Dios, qué hago!. Si le digo que sí, pensará que... y si le digo que no... puede ser que..
No terminó de encontrar las respuestas, no las había, ni eran necesarias.
Sonrió al joven y le dijo:
-Siéntese. No, no tengo prisa. Pero, por favor, tráteme de "tu".
Él, tomó un asiento frente a ella, respiró hondo, intentando relajarse.
Dejó el periódico en la mesa, que ahora le importaba un comino y seguía mirándola, embelesado.
Hizo un gran esfuerzo para que no se le notara su nerviosismo, cruzó sus manos sobre la mesa y el camarero llegó, con su bandeja plateada y les preguntó qué deseaban tomar.
Se tomó la licencia de  preguntarle si le apetecería tomar otro café, ella asintió sonriendo:
-Sí, tomaré otro café, gracias.
El joven pidió los dos cafés y el camarero, antes de írse, retiró el servicio de la mesa, desplegó el paño  blanco que le colgaba del brazo y  lo pasó  por la mesa. Se alejó con el encargo de los jóvenes.
Se metió detras de la barra y se dispuso a hacer los cafés, sin poder evitar mirarlos de reojo, mientras preparaba  las tazas, los platos y las dos cucharillas, con sus servilletas de papel.

Continuará...







2 comentarios:

  1. Cotilla el camarero, jajaja. Esto promete, me gusta lo que dejas entrever (qué romántica soy oye, no tengo remedio).

    Besos

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  2. FELICITACIONES!!!!!!!!!!!
    Cada vez que te leo me sorprendes más.
    la historia engancha, justo el tipo de hombre que gustaría a cualquier mujer, aunque no se me parezca en nada, ya veo que no te has inspirado en mí. Por otra parte no veo la razón de su nerviosismo, si se ha atrevido a invitarla a un café sin conocerla y más si está sentada a una mesa ¿será que lo que quiere es venderle una enciclopedia? Bueno sea lo que sea, esperaré el desenlace... Un besote preciosa
    Pd. Yo la hubiera invitado al café, una mirada tierna, la comida y de postre una siesta y luego le hubiera regalado la enciclopedia.

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