30.3.11

* Mediodía * ( 3 )

Bebió con deleite su café, disfrutando cada sorbo en su paladar, hasta apurar su contenido. Limpió suavemente sus labios con la servilleta de papel , apartó la taza a un lado  de la mesa y desplegó el diario.
La lectura le agradaba,  siempre le había gustado mucho leer. Desde niña sintió ese interés, por saber lo que pasaba por el mundo, aunque las noticias fueran poco halagüeñas.
Ese ejercicio mental, necesidad ya para ella, se lo agradecía a su padre, siempre ávido de saber un poco más de todo y a su maestra, quien le inculcó el amor a la lectura, muchos de los días de su escuela.
Quizá buscaba solución a otra noticia, leída días atrás o simplemente esperaba un artículo interesante.
Cuando leía, lo hacía muy despacio, a veces, volvía sobre las primeras líneas, para paladear su contenido de mejor modo, si perdía el hilo.
Perdía la noción del tiempo y su alrededor se silenciaba, hasta el punto y final, en el que daba por concluido el repaso de su lectura, fuera la que fuese.
Sumergida como estaba en las páginas finales, no reparó en el movimiento que había en el bar, tampoco le importaba demasiado quien iba o venía, eran desconocidos para ella y posiblemente, no los conocería nunca fuera de aquel bar.
Cerró por fin el periódico, lo dobló y lo dejó sobre la mesa con suavidad.
Asió su bolso de piel, aún sentada y buscó en su interior el teléfono, que no había protestado en toda la mañana, con su insistente repiqueteo.
Tenía que llamar a su madre, como cada mañana lo hacía, para escuchar pacientemente si había amanecido con algún achaque nuevo o, por el contrario, era lo de todos los días, la edad, la soledad y los ruidos de la vecina y sus hijos.
Solía quedarse silenciosa a este lado del auricular, mientras su madre le explicaba con apasionamiento sus cosas, sin importarle mucho, si su hija le contestaba o no.
Sólo de cuando en cuando le decía: - Hija, ¿estás ahí?.
Y seguía con su charla animada, hasta que por fin, su hija le interrumpía suavemente, haciéndole saber que tenía que dejarla ya con sus cosas.
Su madre le hacía toda clase de recomendaciones, como cualquier madre, empeñándose en que comiera un poco más y fuera pensando en dejar su soltería.
Repasaba la lista de sus amigas que ya tenían nietos listos como el hambre y lustrosos como querubines.
Y se quejaba de no tener aún esa nieta que tanto esperaba.
La madre daba por supuesto que sería una niña, a la que mimaría tanto o más que a su hija.
Aún se encontraba con fuerzas suficientes como para malcriar a esa nieta, vestirla de rosa, como una princesa y peinar  con ternura su cabello, tan dorado como el de las dos.
-¡Cómo ha pasado el tiempo!, pensó con cierta tristeza.
Encogió sus hombros, despidió a su madre con un beso y le prometió que iría un día de éstos a pasarlo con ella.
Guardó cuidadosamente el teléfono en un bolsillito de su bolso, cerró la cremallera con delicadeza y alzó la vista, volviendo a la realidad del bar.

Continuará...






3 comentarios:

  1. Inés:

    Estas abuelas que quieren una nieta para vestirlas de rosa como una princesa y peinarles los ricitos rubios ¿tú crees que están bien de la cabeza?.Jajaja, ya sabes por qué te lo digo.

    Maravilloso relato, me enganchas más cada dia.

    Besos

    ResponderEliminar
  2. ¡Ropa blanca, limpia, bella y suficiente...! ¿no será que las abuelas interpretan el guión que se espera que interpreten? Abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Muy bello relato
    Oyeeeeeeeeeeee, que estoy apunto de ser abuela y no la vestiré de rosa, si no de jaens...
    jajajajajajja
    Besos, Scarlet2807

    ResponderEliminar