27.3.11

* Mediodía * ( 1 )

Ese mediodía  y no otro, del que dio buena muestra el azul, que se estampaba en la altura infinita, caldeó con desgana el pavimento de calles y plazuelas.
Jardines arreglados con celo, macetas coloridas a capricho,colgaban sus flores presumiendo de lozanía, en algunas ventanas, invitando a una parsimoniosa ronda,  sin destino concreto.
Huía de su soledad, en  otoñal suspiro, dejándolo atrás con sus hojas resecas.
Se alejó de aquellos días descoloridos casi, de aquel viento entumeciendo sus mejillas, una mujer de cabello dorado, del tono del sol, justo cuando despacha a la luna  altiva.
Aún recordaba,  esa sensación de frío, que traspasaba su piel y la erizaba, encogiendo también su alma y ensombreciendo el color de su mirada.
Dulce memoria que le era fiel día tras día, como único  equipaje en su presente.
Pensó tantas veces en todo lo que dejó atrás y para siempre, sin hallar respuesta alguna,.
Y resolvió que debía dejar de insistir como una adolescente, en aquellos tiempos.
Sacudió la cabeza con suavidad, alejando esos pensamientos improductivos que ningún bien le hacían.
Se obligó, regañándose a sí misma, a centrarse en su presente, enfrentarlo con valor y dar una solución certera a sus tristezas, que a veces la sumían en una melancolía peligrosa.
Paró de repente su camino y un impulso desconocido le  decidió entrar y descansar un rato en un bar, casi vacío.
Su mano asió con suavidad  la manivela avejentada, para adentrarse en aquel recinto tranquilo.
Eligió con  un rápido vistazo un mesa en un rincón,  como más discreta, cerca del mostrador rematado en caoba brillante.
Mientras, un camarero apostado detrás de la barra, acababa de  secar una copa con esmero, con un paño de lino blanco, ribeteado en rojo. Era  la última de  muchas, que había colocado antes de un estante.
Parecía enfrascado en ordenar, un poco más el anaquel y no pareció escuchar en la mujer, que  reclamaba  su atención en baja voz.
Ella decidió esperar  un tiempo prudencial, considerando que el mozo acabaría de un momento a otro y advertiría por fin su presencia, al girar su cuerpo.
Nunca había frecuentado ese bar, ni ese barrio, simplemente sus pasos la habían llevado allí, hasta que se agotaron.
Continuará...


1 comentario:

  1. Ya me tienes enganchada y, aunque no te lo diré ni bajo tortura, creo que sé lo que le va a pedir al camarero.

    Besos

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