26.10.10

* Ausencia elegida *


De vez en cuando la vida, nos reclama, con sus cosas y hay que darle sus momentos.
Nos invita a sus paisajes que están desde siempre, componiendo sus colores a capricho, a la espera de nuestra mirada emocionada.
Y hay que hacer el equipaje, despacio, con orden y dejarse llevar por las horas y los días.
Mirar el mar si se deja, escuchar el vaivén de sus olas turquesas, muriendo al regazo de la playa.
Trazar con el dedo en la arena tibia, corazones y locuras, antes que una ola traviesa los difumine con su espuma.
Cobijarse, a la sombra del mejor árbol de la vida, de los rayos de sol, que nos queman el alma.
Inventar sueños dulces, de besos eternos, que surgen del fondo del mar.
Escuchar el runrún de las tardes tibias, de gente con la prisa del estío.
Mirar el infinito, que parte en dos, el cielo y la tierra, entre suspiros leves, sin más problema, que el de seguir caminando.
Tomar el tren de la vida, porque toca subirse y pararse en ningún sitio, a meditar.
Cerrar puertas y ventanas del pasado y vivir la jornada que nos brinda el presente, que impaciente pide su oportunidad.
Vaciarse del todo, sin contemplaciones, para llenar de savia nueva nuestro interior, que quiere su parcela, por derecho.
Saber que todo puede mejorar, cambiar y que las fuerzas se descubren dentro, que nadie las vende, ni las regala.
Pensar que te pueden echar, incluso de menos, cuando no estás y cuando faltas de los rincones, en los que siempre andas, soñando y plantando las tímidas violetas, en soledad.
Y se vuelve, después del silencio, a tus amigos, que te intuyen, después de la ausencia elegida.

Siempre que una desaparece, de forma inesperada, vuelve.

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